Caravaca se levanta sobre la piedra, como Jerusalén, el Primer lugar Santo. El peregrino ha iniciado la última andadura, despuntando el alba. Quiere que, llegando a la Puerta del Patio de Armas del Castillo-Santuario, haya salido el sol por completo. De manera que noche sea con el primer paso de la Cuesta, primer albor cuando ponga pie en el sacro recinto. Subiendo, escucha ecos de relinchos y griterío que toma por bienvenida. El peregrino descubrió, una noche de las primeras en iniciarse en el Camino, que una luz brillaba en el propio mapa por el que se guiaba. Iluminaba solo de noche, nada por el día. Está seguro de que verá la luz en la Puerta misma del Lugar Santo. La piedra esconde fuego en su adentro. Los volcanes lo dicen y los pedernales. Pero aquella luz del mapa era de papel. Un Templario lo espera en la Puerta; adarga corporal cubriendo de pies a corazón; tizona, recta, desde el mentón hasta una vara por encima del sobrio yelmo; espesa barba su faz. Un poco más arriba de la punta del acero templario, descubre la luz del mapa. Ambarina y constante, la reconoce como la misma que alentó su fe, cuando por la intemperie desfallecía su corazón. Una 'C' mayúscula, de Caravaca, sostiene la mistérica antorcha, que algún Ángel encendió con el albor del año.