La aromática lavanda se posa sobre la mullida toalla, dispuesta a volver al ordenado armario donde habita. Su amor florido, de soleados olores de campo la llena. Por todos los poros y mullidos hilos de su extensa superficie, se allana el perfume de su amada. Palabras de amor resueltas en odoríferas esencias y en blandas texturas, suenan para ellas, como versos de exacta medida que ambas entienden. No se ama lo mismo en el amor de lo igual. No hay iguales entre quienes se aman. Miles y miles de complementaciones surgen entre lo aparentemente parigual. Es infinita el alma humana. Pero, en el fondo, sí es lo mismo, aunque con otra clave. Otra clave que, ambigua, juega a despistarnos con lo igual, lo semejante y lo distinto. Los enigmas son trampas, que los amantes siempre saltan. Las mujeres que comparten amor poseen ese misterio en sí mismas, y no precisan de clave, que es, acaso, categoría ajena, propia del exterior a su mismo amor. La esbelta lavanda dócil se posa sobre la tranquila y sedente toalla, que no necesita brazos para acogerla. Basta el mero tacto y la mera presencia de la amada, para sentir el mutuo amor.