Las playas de la Región se descubren como idóneas para acoger a los aventureros y buscadores de metas que anhelan sentir en sus propias carnes la emoción y la vitalidad en las que solo les puede sumir un duro desafío. Y, cuando se trata de echarse al mar y hacer kilómetros jugándose el físico, nada tienen que envidiarle a lugares de renombre como el estrecho de Gibraltar o el Canal de la Mancha. Y, si no, que le pregunten a Juande Fernández, un doctor en Biología y delegado de Greenpeace en la Región de Murcia -que asegura que su cargo no ha tenido nada que ver en este proyecto- que ha recorrido con su kayak en nueve días los 200 kilómetros que separan la costa de Cartagena del Cabo de Gata, y con un handicap colosal: sin gastar ni un solo euro.

De ese propósito nace el nombre de su proyecto, Dont money be happy, que está integrado por él y por Iris y Luciano, dos videógrafos que fueron por tierra y documentaron el recorrido y lo que ocurrió en las playas, pero sin poder prestar ningún tipo de ayuda a Fernández. Durante toda su travesía, el aventurero ha dependido exclusivamente de la bondad y la ayuda de la gente que lo encontró en las playas para poder comer y dormir.

Dont money be happy ha sido del mismo modo su seña de identidad en redes sociales, en las que cada noche, durante la travesía, ha publicado un vídeo resumen del día. La iniciativa ha recibido un gran respaldo de los internautas, que para el protagonista de las aventuras «ha sido una pasada, sobre todo en esos momentos de bajón, porque los hubo. El esfuerzo de acabar de remar a las diez u once de la noche y estar dos o tres horas editando el vídeo costó lo suyo, pero sin duda ha merecido la pena, esto lo ha compensado muchísimo», afirma.

El pasado día 1 de agosto, puntual a la salida del sol, Fernández estaba poniendo su kayak en las aguas de la cartagenera playa del Portús para emprender un viaje que acabaría el día 9 de agosto, uno antes de lo previsto, puesto que, en uno de los últimos días de la travesía, le anunciaron que «el 10 llegaba un temporal de levante terrible», según palabras del aventurero. Más tarde se pudo comprobar que la previsión estuvo en lo cierto.

Las playas han sido el hotel de este eventual piragüista, que ha tenido que dormir a sus pies y buscar refugio en ellas todas las noches, a excepción de una. Ese día, el quinto, en el ecuador de su travesía, había llegado a la playa de Vera y su habitual positividad se vio calcinada por las circunstancias: un día de no poder conseguir apenas comida, de agotamiento, dolor de espalda... «Sentí que no sabía por qué estaba haciendo esto, era un momento muy duro», cuenta Fernández.

«Pero, de repente apareció una pareja y me dijeron que me invitaban a dormir en su casa e, incluso, a cenar a un restaurante hindú. Me pareció increíble estar viviendo esa situación cuando más la necesitaba y ha sido una de las tantas que me han hecho sentir afortunado por haber dado lugar a que este tipo de cosas me pudieran ocurrir», concluye.

Asumir riesgos tiene premio

En uno de los últimos días de la travesía, Fernández visitó un club de buceo en el que le dijeron que su próximo tramo no se podía cruzar en kayak, ni siquiera en embarcaciones pequeñas, por el viento que había. Sin embargo, la presión de no poder cumplir con su premisa le hizo echarse al agua y, finalmente, lo consiguió. «La emoción de decir 'joder, decían que no se podía y lo he hecho' es impagable», afirma Fernández.

Pero el momento más determinante lo vivió en el último día de su aventura. Fernández se encontró con unas condiciones de tiempo muy adversas y, a solo 7 kilómetros de la meta, «no sabía si iba a poder llegar o no», cuenta. «Me llegué a plantear llegar andando, porque no veía accesible hacerlo por el mar», afirma el aventurero, que llegó a ponerse a caminar durante un rato, pero se dio la vuelta y volvió a echarse al mar por «la sensación de frustración y el pensar que, después de casi 200 kilómetros, no podía rendirme».

«La emoción que sentí al llegar a la meta con las olas habría sido mucho menor si lo hubiese hecho con el tiempo tranquilo y calmado», concluye Fernández.