James Rhodes es un náufrago que se agarra al piano como sólo un genio destronado podría hacerlo. Ahora vuelve a ser lo que siempre soñó, aparte de autor de best-sellers: pianista. El músico londinense lo ha dicho y lo ha repetido: la música le ha salvado la vida. Pero no la música convencional, la que se escucha en las radiofórmulas o aquella de la que hablan los periódicos en sus crónicas apresuradas de los macrofestivales digamos pop. No. Él habla de la música mal llamada clásica: Bach, Beethoven, Chopin y tantos otros. Música que se compuso hace siglos y que, aún hoy, apela a nuestras emociones más profundas, que «ofrece compañía cuando no la hay, comprensión cuando reina el desconcierto, consuelo cuando se siente angustia, y una energía pura y sin contaminar cuando lo que queda es una cáscara vacía de destrucción y agotamiento».

Ésta es la música que el pianista y comunicador británico nos ofrecerá en un concierto especial cuyo repertorio se verá salpimentado por sus comentarios: la dura vida, pero, aun así, increíblemente creativa y feliz, de Johann Sebastian Bach; las pasiones perturbadoras de Beethoven, la relación enfermiza y disfuncional entre Chopin y George Sand. «No significa nada si no tiene swing», dice uno de los versículos del credo jazzístico. Bach, Beethoven o Chopin tienen todo el swing del mundo. Lo demostrará el apasionado Rhodes en El Batel.

Carismático, visceral y muy talentoso, Rhodes asegura que Bach (y, especialmente, Las variaciones Goldberg) le han salvado la vida. Y no exagera. A sus 40 años se ha convertido en uno de los principales divulgadores de la música clásica en el mundo. Ofrece un enfoque diferente al abordar la música clásica sobre el escenario, interactuando con el público, compartiendo emociones y opiniones sobre la música y sobre los grandes compositores que interpreta. Prefiere no anunciar el programa: considera que los programas de mano habituales de la música clásica distraen demasiado en relación con la música. La crítica británica lo reverencia por su particular estilo de 'stand up'.

Rhodes aporta un toque muy personal a cada una de sus actuaciones. No es un concertista de piano al uso. No puede serlo alguien que abre su primer libro con la frase «la música clásica me la pone dura». Desde sus inicios, la carrera de Rhodes ha sido una cruzada contra los rígidos convencionalismos de una escena que sigue aferrada a los códigos de los años 30. «No dejes que unos pocos imbéciles vetustos y endogámicos impongan cómo debe presentarse esta música inmortal, increíblemente maravillosa», escribe en su libro Instrumental (Blackie Books, 2015).

Él sigue su propio consejo. En sus discos, huye de las apolilladas portadas de toda la vida -«¡ya está bien de acuarelas francesas y de tipos con frac!»- y elige imágenes más propias del universo rock. En sus conciertos viste como el integrante de un grupo de pop independiente, con camisetas, vaqueros y zapatillas deportivas (y el nombre de Rachmáninov en cirílico tatuado en su antebrazo izquierdo, como si fuera el acrónimo de la pasión y la muerte), y entre pieza y pieza va soltando parrafadas llenas de palabras malsonantes (su disco en directo Jimmy es la primera grabación de música clásica en la que aparece la pegatina 'Advertencia para padres: contenido explícito') sobre las obras que interpreta o sobre las vidas de los compositores, a los que presenta como una mezcla de superhombres y tarados sin remedio (en la Konzerthaus de Viena llegó a comparar el aspecto físico de Schubert con el del futbolista francés Franck Ribéry). «En el fondo eran seres profundamente humanos que utilizaban la creación musical para lidiar con su locura. Algunos eran gente espantosa. Chopin, por ejemplo, era un racista, un trepa, un hombre horrible. Que alguien así pueda dejar un legado tan maravilloso y duradero es algo extraordinario».

El origen, los abusos

Llena una y otra vez auditorios de toda Europa con un público joven que, en muchos casos, se acerca por vez primera a la obra de Bach, Beethoven o Debussy. Autodidacta, brillante y controvertido, en su canal de YouTube toca algunas de sus partituras favoritas, para aquellos que no pueden acudir a sus conciertos. Se ha convertido en uno de los principales divulgadores de la música clásica en el mundo, gracias a sus giras y conciertos en todo tipo de festivales (de jazz a música vanguardista, como el Sónar).