El sendero se asoma al mar. Pero no se dirige hacia él. Hace curva con el precipicio, lo bordea y lo evita. El mar observa calmado. No sabe si tiene hambre de senderos. Y permanece quieto y azul en sus infinitos y en sus sifinitos. El sendero es humilde. No provoca al gigante. Y no dirige los pasos de los que caminan, hacia el mar. Hay coexistencia pacífica. Por eso hay belleza en la imagen. El césped espectador de la entente, vive allí. No va y viene como el mar en sus olas, y como los caminos, que igual son de ida, como son de venida. El cielo acompaña también como testigo. Es tiempo de armisticio. También el cielo trae, alguna vez, armas de nubes y de rayos, aguaceros terribles, que el sendero sufre igualmente. El mar y el cielo son gigantes dormidos, que pueden despertar. El sendero es humilde y pequeño. Bordea el mar o la tierra. O ambos a la vez. Es como la raya límite del mapa, pero hecha realidad. No una línea dibujada sobre un papel. Alguna vez anduve ese camino que delimita el mapa. Recuerdo un alzar del espíritu y un esponjarse del alma, respirando bondad, transpirando vida.