Posee don Santiago Delgado (mi vecino de abajo, en esta misma página) porte dieciochesco, no sólo en lo físico sino también en su apetito cultural en todo lo que se refiere a su tierra: la Catedral, San Ginés de la Jara, los museos, los artistas, la poesía; en definitiva don Santiago viene a ser un sabio de estar por casa, dando por entendido que en la tierra de uno es harto difícil llegar a profeta y mucho menos a que te consideren sabio en cualquier materia.

Le iría muy bien a mi vecino ostentar un papel real, y nadie mejor que el rey Carlos III, al que vemos en la imagen luciendo el hábito de la Orden que lleva su egregio nombre. El aspecto del monarca, de grandes napias, gana, al asumir el bello y proporcionado semblante del profesor Delgado a pesar de las gafas.

Al morir Fernando VI sin sucesión, su hermano Carlos, que reinaba en Nápoles, dejó aquel reino a su hermano Fernando y vino él a ceñirse la corona de España. En política interior, el reinado de Carlos III representa, en general, un gigantesco avance. Las obras públicas y los distintos ramos de la economía nacional progresaron mucho; y tanto hizo el rey por el embellecimiento de la capital, que a Carlos III se le ha dado en llamar el mejor alcalde de Madrid.

Contó el monarca a lo largo de su reinado con ministros extranjeros como Esquilache y también españoles, quizás el más importante por ser de la tierra fuera don José Moñino y Redondo, conde de Floridablanca. Título concedido, cuando don José era embajador en Roma, y le correspondió canalizar las tensas relaciones de Carlos III con el papado, consiguiendo la supresión de la Compañía de Jesús. También contribuyó el señor conde a fomentar las obras públicas y potenciar la Marina entre otros asuntos varios e importantes para la nación.

Está claro que el profesor Santiago Delgado equivocó su época. Sin lugar a dudas un ilustrado como él hubiera disfrutado mucho más en los veranos del siglo XVIII, escribiendo e investigando acerca de cualquier disciplina, incluida la botánica, a bordo de un galeón, que surcando las contaminadas aguas marmenorenses en su coqueto velero en espléndidas jornadas estivales. Un señor inquieto, estudioso, educado e ilustrado, que como buen sabio, se mantiene a salvo de la ignorancia actual, tras el enorme muro que propicia la humildad.