La cruz y penitencia del gobernador civil

En este relato de hechos precisos conviene tener muy en cuenta la fecha en la que suceden: 1976; en plena incertidumbre social y política, muerto poco antes el dictador, y en la ciudad de Murcia, capital de la Región, sede del Gobierno Civil. Un buen día de aquellos, una mañana, en las paredes de distintos edificios aparecen pintadas con lemas y frases alusivas al régimen y a la sociedad. Las firma El Zorro Justiciero.

Una sorpresa debida a un grupo de muchachos 'anónimos' de buenas familias (entiéndase el concepto) que se tienen por ácratas, rebeldes y agitadores, no sin carencia de un buen humor tirando a negro. El caso es que, con sus actuaciones nocturnas callejeras, se convierten en una provocación para los encargados del orden a ultranza. El titular del Gobierno Civil es don Federico Gallo Lacárcel, ilustre periodista catalán muy conocido por el éxito, en los 60, de aquel programa de TVE que él conducía y que se llamó Esta es su vida, así como otros programas en los medios. Los integrantes del grupo de rebeldes eran Toñín 'el Topo' que recorría la ciudad con una motocicleta negra y en el faro una inscripción: ZJ; Emilio, 'el Huesos'; Paco 'Morrison' y Javier 'el Galo'. Aunque los motes son reconocibles, nos han pedido abstención de apellidos, cuestión que respetamos. Toñín, ideólogo, es hoy alcalde de un barrio de la ciudad.

Salieron a las pintadas unas cinco o seis noches, a un par de pintadas con spray negro, por noche; nunca fueron sorprendidos ni acorralados, se supone que por benevolencia de los servicios policiales, aunque ciertos sectores de la población y medios de comunicación cada vez que leían lo escrito en las paredes se llevaban un gran berrinche. La cuestión era más intelectual que propia de gamberros de tres al cuarto. En una tasca conocida (que de ella he de contar en otro retrato), El Zorro Justiciero recibieron a un enviado de la Revista Interviú, el escándalo editorial de la época. Les hizo un reportaje el periodista murciano Paco Muñoz, y se dieron a conocer estrategias y motivaciones. Al amparo del éxito salieron imitadores, entre ellos, J. A. que firmaba Sandokan 76; A. F. S. lo hacía como el Cosaco Verde; E. B. era La Pantera Rosa y el Jinete Escarlata que escribía en la pared en plateado. Entre ellos hubo rifirrafes y contestaciones: «Ojo Zorro, que te corro... Ojo rojo, que te cojo», pero no llegó a mayores. Murcia era pequeña, podía haber filtraciones, chivatazos a la autoridad. Una pintada quedó sin escribir en las tapias del Cementerio de Espinardo, mirando a la carretera: «Levantaos gandules, la tierra pal que la trabaja!» Toñín se fue a vivir a Madrid con el traslado paterno y un domingo, en las cercanías de la Plaza de los Apóstoles, apareció el texto final: «Adiós a todos: El Zorro Justiciero». Y ahí acabó todo. He de decir que en El Zorro Justiciero no estaban solo cuatro, que había arrimados a la rebeldía por un afán de aventura. Cosas de juventud.

Juan Bautista Sanz