Los barcos forman parte del paisaje marino: pinceladas de velas blancas sobre el azul intenso. El mar, siempre caprichoso, nos hace desconfiar de su pacífica quietud, su poderío incontrolado nos empequeñece y nos hace ver nuestra insignificante debilidad. Instalado el naufragio del Titanic en la cultura popular, trae la memoria a aquel hermano Marista, narrando, en una tarde de invierno, el desafío de quienes crearon el legendario buque: «Ni Dios lo puede hundir»€ dijeron, y mirad por donde, se hundió en su viaje inaugural, refirió el religioso maestro hace mucho tiempo. El Titanic era un ´Ritz flotante´ con más camareros que auténticos marinos. Su capitán, Edward John Smith, carecía de la personalidad suficiente para imponer su criterio; un criterio de prudencia al presidente de la White Star Line, Bruce Ismay, que se negó a reducir la velocidad de 22 nudos, pese al aviso de hielos, para establecer un récord en el viaje inaugural hasta New York.

Hemos caracterizado a don Antonio Sevilla, presidente de la Autoridad Portuaria de Cartagena, como el capitán Smith, el marino que pereció al timón de su buque, tragado por las aguas hasta el abismo, buscando el símil ante la polémica surgida ante el futuro del Faro de Cabo de Palos, ante lo incierto de su destino, tras ver cumplida su misión como guía y luz en las noches oscuras de tempestad. Sería un grave error degradar tan magnífico paisaje, demasiado lo está ya, con algunas de las ocurrencias a las que nos tienen tan acostumbrados nuestros políticos de turno, casualmente decantados por los intereses privados más que por los generales. Durante mucho tiempo, el Faro de Cabo de Palos veló por la seguridad del tráfico marítimo y sería lamentable que, al igual que un Titanic agonizante, se convirtiera en proyecto vergonzante como tantas veces ha ocurrido en los últimos tiempos. Benjamín Guggenheim se vistió de frac para morir ´con clase´ a bordo del Titanic. Al igual que Wallace Hartley, director de la banda musical que tocó hasta el último momento y se despidió con «Más cerca, oh, Dios, de ti» hasta ser tragado por las aguas. Esperemos que triunfe la razón y el Faro de Cabo de Palos no se hunda para siempre y tenga un destino tan valioso como lo ha tenido hasta ahora.