El rugoso tronco de la jacaranda, rústico y bífido, ha acogido algunos cálices espiralmente caídos sobre su curva superficie. Sus compañeras de suicidio han sabido llegar hasta el suelo, su muerte natural. Allí, ritual pero inconscientemente pisadas, dejarán exhalar su aroma que vivifica el aire de mayo. Pero ellas no. Ellas han caído sobre el tronco, y allí, salvo aire intruso en su destino, habrán de terminar sus días, quién sabe cómo. Hay contraste en la escena, ciertamente. Como una recreación de La Bella y la Bestia, universal tema intemporal. El tronco, cual King Kong vegetal, acoge en su garra a la bella Naomí. Los mitos están por doquier, son arquetipos del alma humana. Y no conocen límites. La jacaranda universitaria lo sabe, y gusta recrear uno de ellos. ¿Qué mejor sitio, frente a la Facultad donde se guardan y explican los mitos todos? Es posible, por qué no, que los átomos del tronco y los delicados calicillos hayan sido vecinos de savia, mientras ascendían ingrávidos hacia loa alto. Y una decisión cósmica los separara en algún albur de su fisiología secreta, dentro de lo oscuro del árbol. La jacaranda tiene secretos que nosotros nunca podremos saber. Ella tampoco.