Dios, encarnado en el cuerpo de Mariano Peña, ha decidido visitar la Tierra con sus arcángeles para reescribir los diez mandamientos y contestar a esas cuestiones existenciales que nos hacemos desde el principio de los tiempos. ¿Cómo metieron en el arca de Noé a un mosquito hembra y un mosquito macho? ¿Cómo es posible que Adán y Eva poblaran el planeta si sólo eran una pareja?

El humor y las risas acompañarán al creador de los cielos en Obra de Dios, una representación teatral escrita por David Javerbaum y dirigida por Tamzin Townsend, que tendrá lugar el próximo 5 de agosto en el Auditorio El Batel de Cartagena. Bernabé Fernández y Chema Rodríguez completan el reparto de esta coproducción de Txalo Producciones y Pentación Espectáculos en la que, entre otros muchos secretos, se revelará la verdadera historia jamás contada de los protagonistas de la Biblia: Jesús, Abraham, Moises y Steve Jobs.

¿Cómo es su personaje en la obra? ¿Es usted Dios?

Es una mezcla de Dios y Mariano Peña. Dios baja a la Tierra para dar diez mandamientos nuevos porque se ve que los que dio en su día están un poco manidos y anticuados. Los trae retocados y toma la forma de Mariano Peña para hablarle al auditorio.

¿Se siente identificado con su personaje?

La virtud de esta profesión es que te permite hacer personajes de todos los colores, tamaños y formatos, de todos los estatus sociales. Tengo un poco de todos mis papeles y no tengo nada. No me parezco ni tengo nada en común con Bernadette, ni con Mauricio Colmenero, ni con Benjumea; pero, al mismo tiempo, tengo un poco de todos ellos. Con este pasa lo mismo.

La directora dice que este papel está hecho para usted. ¿También lo piensa?

No lo sé, pero agradezco mucho los piropos de Tamzin. Es cierto que estos halagos no son por publicidad, esto me lo dijo a mí también y, tanto fue así, que hubo un tiempo en que no llegamos a un acuerdo para la negociación, por fechas que no podían ser, y me dijo «si tú no lo haces, no», y abandonó el proyecto. Ella quería que lo hiciera yo y eso me halaga muchísimo. Creo que hay muchos actores cómicos que podrían hacerlo y, que una directora como ella se fije en mí, me llena de orgullo y satisfacción, como diría aquel señor.

Con esta obra, ¿hay que tener cuidado para no molestar a nadie?

Lo que hacemos en la interpretación es siempre desde el cariño y el respeto que nos produce cualquier religión o pensamiento, pero tomándolo con muchísimo humor y con muchas ganas de pasarlo bien y de reírnos. En ningún momento queremos transgredir ni herir al personal, todo lo contrario. No se pretende otra cosa que el humor. Quien quiera buscar otra cosa que vaya a otro sitio, porque aquí se equivoca. Es hora de que se pueda hablar de Dios, sin faltar al respeto, pero sin miedos. ¡Vamos a reirnos que no pasa nada!

¿Cuándo descubrió su vocación por la interpretación?

No sabría decirlo porque la siento desde pequeño, pero sí que tuve un flechazo con mayúsculas. Fue en una función de fin de curso que fui a ver en el internado de mis primos. Cuando estaba en el patio de butacas y vi todo aquello rojo, la sala se oscureció, se abrieron las cortinas y en esa caja iluminada empezaron a pasar cosas. Me quedé hipnotizado. Les dije a mis padres que me quería quedar en el internado, concretamente en aquella caja cuadrada. Y, cuando me enteré de que eso era un trabajo y de que te pagaban por ello, flipé en colores.

¿También sentía que querías ser humorista?

Yo siempre he sido un tipo divertido y está feo que lo diga, pero no tengo abuela, así que no creo que le moleste a nadie. Pero, aún así, para nada sentía que quería dedicarme al humor. Los actores, cuando tenemos 20 años, queremos ser galanes y protagonizar grandes dramas. Yo he hecho papeles de todo tipo y por mis rasgos duros, de hombre serio, me solían dar personajes de hombre triste, gris, asesino, acomplejado o turbio. Al final acabé un poco mosqueado porque pensaba: 'tengo una faceta muy cómica, ¿nadie lo ve?, me muero por hacer comedia'. Y, como dice la frase, '¿no quieres sopa?, pues toma diez años', y ahí lo tuve. Diez años triunfando en la tele con un papel cómico. Tantos que ahora lo que añoro es un papel dramático. Pero lo añoro en el fondo de mi ser, no me quejo de mi destino. Estoy encantado y, tal y como está el patio, más.

¿Qué disfruta más, interpretar para el teatro o para la televisión?

El teatro yo lo sufro más, siempre digo que, en cierto modo, estás ahí con el culo al aire y si te equivocas... ¡Sálvate! Pero, por otro lado, vivo el calor del público, el silencio, la sonrisa... El poder hablarle al público en un monólogo, como es el caso de esta obra, y ver las caras de la gente, percibirlos absortos y pendientes de tu conversación. Eso es impagable. Esa carcajada que esperas y que llega, y el aplauso final. Eso no lo tienen la televisión ni el cine. Tienen otras cosas, pero eso no.

¿Cómo le sienta que le tomen por Mauricio Colmenero, su aclamado personaje en la serie Aída?

Esto es algo que quiero aclarar. Me gusta que la gente me relacione con Mauricio Colmenero, es un personaje al que yo llevo como bandera y todo lo que ha hecho es regalarme cosas. Lo que me jode es que me llamen así, porque tengo un nombre. Yo entiendo que puede ser exceso de cariño, e incluso de admiración, pero es muy enervante cuando le dices a una persona «no, no me llamo Mauricio, me llamo Mariano», y te contesta: «Bueno, pero para mí eres Mauricio», y te sigue llamando Mauricio.

¿Qué proyectos tiene para un futuro cercano?

Continuar con la cuarta temporada de Allí abajo, con otro personaje bastante bonito, que es don Benjumea. Seguir con Dios por los teatros y que llegue ese papelón dramático que estoy esperando para el cine... ¡Que venga ya!