Mary Quant con la minifalda descubrió lo más difícil de descubrir. Detrás del flequillo de la estudiante inglesa brotó la idea satánica que daría al traste con los restos de pudibundeces victorianas: mostrar del todo las piernas femeninas. Vendió su atrevida idea en el mundo entero y se hizo tan famosa como el mismísimo Dr. Fleming y su penicilina. El mundo con su invento de tijera fue distinto: más alegre, jovial, fresco, fantástico, enorme.

A los caballeros se les jaleaban los huesos, eran el reflejo indirecto de aquel atrevimiento, para los menos, impúdico. No importaba la edad, los señores, miraban y miraban poniendo en riesgo el sentido de la vista y la picardía dejó de serlo en aras de la admiración. Las minis más minis se veían por cualquier lugar; la falda terminaba donde empezaba la pierna rechoncha y sonrosada. ¿Descaro?, no, alegría para los cuerpos serranos. Minifalderas en tropel por las aceras de la Gran Vía murciana, Galerías Preciados, Cortefiel. Ellos, en el Café Bar de Alfonso X o en el Drexco ocupaban lugares de preferencia para observar gustosos el desfile diario: menos cortas, más cortas, cortísimas faldas que mostraban las piernas sanas y espléndidas de las mozas huertanas. De otro lado, y tras la estela de la Quant, surgiría la famélica figura de la modelo Twiggi, despojando de carnes las bien talladas piernas de muchas; las osamentas bailaban dentro de las minifaldas como badajo en el cencerro. El ´boom´ juvenil y la minifalda era ya arrollador. Los bares se desdibujaban y surgían los ´drugstore´ para la nueva clase: bar, tienda, discoteca, almacenes sofisticados para unos jóvenes dispuesto a cambiar el mundo, el suyo.

En sus años universitarios en la Facultad de Letras, la presidenta de la Asamblea Regional, Rosa Peñalver ya destacaba en primerizas asambleas estudiantiles, lo hacía por su magnífica retórica, ideas claras y actitud responsable. Fue una de las primeras en entrar al paraninfo para escuchar al ´viejo profesor´ Tierno Galván en una de sus conferencias en los verdes días de la transición. No, doña Rosa Peñalver no gastaba entonces minifalda, ni gustaba de los alegres colores ácidos de la clase acomodada. Siempre prefirió el severo y discreto color negro; puede que alguna vez vistiera algún suéter de color rojo, tonalidades que la mostraban como una mujer fiable, dialogante y partícipe de su tiempo como ha quedado demostrado en el discurrir de los años.