A Pardo siempre le han llegado las músicas del jazz y el flamenco. Ese lenguaje, el del jazz flamenco, se lo inventaron él y sus compañeros de generación -y Pedro Iturralde, por supuesto-. Ya saben, colores y formas para un lienzo de música, como siempre jaspeado por la libertad del jazz y teñido del sentimiento del flamenco.

Fue patente una vez más el acento profundamente flamenco que alienta casi todas las creaciones de Jorge Pardo. Ya puede llevar al grupo la estética del jazz, incluidos los frecuentes solos instrumentales, cuando su saxo o su flauta suenan junto a la guitarra de Niño Josele, es un toque con rajo y duendes flamencos que parece emular la voz del cantaor.

Por bulerías, por tangos o por cualquier otro registro que suene -aunque no se atenga a un concreto estilo flamenco-, el sonido que oímos, con toda su brillantez, calidad y empaste de grupo de jazz bien acoplado, nos suena a jondo y puede llegar a estremecernos como un tercio de cante grande.

El concierto era una apuesta segura, y si además el director de orquesta es Jorge Pardo… Lo hicieron bonito.

Primero salió cada uno como solista. La flamenquísima guitarra del Niño Josele interpretó unas bulerias incendiarias (‘A mi compadre Antonio’), jaleado por el compás y la percusión. Una guitarra que empieza por unas bulerías que suenan a jazz cien por cien. Tiene un toque limpio, rítmico pero no apresurado, que no necesita demostrar que es un virtuoso (aunque lo es) para emocionar. Niño Josele es un intérprete sensible y espectacular, capaz de levantar de sus asientos a quien le escucha. “¡Agua!”, gritaban los aficionados en los mejores momentos.

Luego salió Jorge Pardo con su flauta travesera y tocó la Taranta que aprendió de Camarón, una suerte de profundo blues mágico y triste, y a continuación Alberto Sanz con su impecable piano, que terminó introduciendo a todo el grupo con “Zapatito” por soleares.

Pardo llevó todo el tiempo la batuta, jaleando a los demás músicos, aunque los encargados del compás ya se jaleaban solos, máxime teniendo a Tomasito. Generoso sobre el escenario, Jorge repartió protagonismo entre toda la formación centrándose en la parte de su obra que tiene un componente flamenco más evidente, aquella en la que su saxo y su flauta ponen abiertamente la voz jonda.

Una introducción del contrabajista Pablo Báez, cuyos punteos traste abajo subrayaron el mestizaje, dio paso a “Puerta del Sol expresso”, otra de las muchas joyas que esconde el repertorio jorgepardiano. Hacía compás con las palmas cuando dejaba el saxo -con el que protagonizó un solo que llevó a las mayores alturas-, pero en esta ocasión le dio más juego a la flauta. En “Cabo de Gata” invitaron a José Heredia, hijo de Niño Josele, que se sentó al piano. Luego tocaron ‘Yellow nimbus’, un tema que Chick Corea escribió para Paco de Lucía: ‘se lo hemos quitao pa vosotros’, dijo con un guiño travieso Pardo; ‘si os ha gustao, este tema que viene ahora os va a gustar más’, y acometieron ‘Torrotón’, con Tomasito desbocado haciendo una suerte de zapateado-claqué.

Las piezas se ensamblaban sobre la marcha, iban y volvían del flamenco a otros géneros. Era caos y orden al mismo tiempo, y un movimiento incesante. Ritmo y compás en estado puro, espontaneidad y dinamismo.

Jorge Pardo le sigue arrancando las notas al tiempo, las hace suyas, las transforma. Impresionantes las improvisaciones, los mano a mano, la flauta travesera, el saxo y las palmas. El madrileño pasa hasta el bebop más rudo y salvaje por su tamiz, y siempre aparece la melodía, aterciopelada y voluptuosa. Es como si el jazz oliera a azahar.

Encuentro y dispersión al mismo compás. La juerga terminó con ‘San Javier por bulerías’, dejando ganas de más.. Se diría, no sin motivo, que con estos artistas, tan a gustito juntos, se reunieron los duendes del flamenco. Esta gente abre el corazón.

La segunda parte de la velada, con el Houston Person All Star Sextet, también tuvo varios protagonistas y cerró una reconfortante sesión.

Person, uno de los más destacados saxos tenores del jazz estadounidense, vino acompañado por el cuarteto de la pianista y cantante Dena Derose y su quartet, al que se sumaron el trompetista Jim Rotondi y el vocalista Kevin Mahogany.

Houston Person es notorio por su expresiva manera de tocar: superlativiza su vocación de clasicismo desde la maestría de sus intros a la intensidad sentimental que alcanza en las baladas y la serenidad clásica del blues. Sabe que no es un primera línea, y asume su papel con discreción de funcionario. Su sonido es un prodigio de refinamiento, y su fraseo un dechado de fluidez, pero donde destaca es como baladista. Es un verdadero estilista del tenor. Mientras la mayoría de los saxos tenores siguen levantando la vista al cielo para pedir consejo a John Coltrane, el estilo de Person se remonta a los tiempos de los clásicos del instrumento. Sonoridad plena y fraseo voluptuoso fueron las constantes. Person puede derretir en los tempos ultralentos, invocando al supremo Ben Webster, sin que cada nota que toca deje de llevar su estilo personal.

El repertorio, estructurado en tres partes, fue una generosa colección de estándares, de melodías intocables y puras, de “Sunny” a “Imagine” de John Lennon, pasando por When I Fall In Love. La primera parte tuvo como solista a Person.

En la segunda parte, protagonizada por Derose -que pudo explayarse a fondo-, Person pasó a desempeñar un papel secundario, y en la última todos acompañaron a Mahogany, que el año pasado recibía el premio del festival, un barítono capaz de cantar blues como Joe Williams, hacer scat como Jon Hendricks y cantar baladas al mejor estilo de Johnny Hartman. Seleccionó unos cuantos standards de jazz, R´n´B y soul para dar su particular visión de los mismos con esa voz oscura y lustrosa. Su scat con réplica de Derose fue de antología. las frases se desplegaban fácilmente y con naturalidad, dado su inherente sentido del swing, y tampoco mostraba esfuerzo alguno recorriendo la escala de arriba abajo.

Las canciones conocidas, el sonido acogedor, la tentación casi irresistible de caer en el cliché infalible. Person mantiene la melodía en primer plano, y el resto de la banda lo arropó con óptima disposición. Su genialidad consiste en convertir lo prosaico en memorable, ni más ni menos.

Jazz clásico, bop y cool que sirvieron para recomponer la nostalgia con melodías suaves. Nada de aristas irregulares o experimentación. Música suave como el mouse de chocolate.