El profesor Manrique Cos Tejada es un melómano empedernido. Seguramente hubiese preferido verse reflejado en esta página con la aureola wagneriana; tal vez sentado al piano como Chopin o puede que como Mozart. Pero no, he preferido, traerlo hasta aquí, hurgando en sus interioridades manifiestas, con una imagen más juvenil, con la de un ídolo de los jóvenes españoles de los sesenta. Aquellos que asistieron al amanecer de un país que venía del subdesarrollo propiciado por una guerra civil y del aislamiento posterior. La juventud de aquellos años fue la locomotora que hizo posible la realidad actual, aunque a estas alturas de la vida exista la duda de sentir algún orgullo ante la realidad generada por los jóvenes de entonces. Historia a fin de cuentas.

La voz de Johnny Hallyday, enlatada en singles, sonaba en el picú a ritmo de rock o de twist, muy a pesar de muchos, ya que fueron pocos los que soportaron su presencia junto a la beldad maravillosa de Silvie Vartan. Aquel tío de envidiable pelo rubio; de voz carajillera y ojos como olivas de cuquillo, también nos hizo soñar y enamorarnos en las noches de verano de hace mucho tiempo, cuando primaba lo francés y la música se alejaba de tonadilleras y folklores tan propios de la década anterior.

Ocurría en las vacaciones de tres meses, cuando familias y enseres se desplazaban desde lo cotidiano de la ciudad al monte o a la playa, da igual. Con la llegada de junio y el fin de curso la vida cambiaba; los motocarros se llenaban de colchones, macetas, canarios y maletas. Otro mundo se abría, como por encanto, ante nuestros ojos. Baños en balsas, en playas salvajes; comidas en los porches, moscas y hormigas voraces; cigarras cantarinas y calor, mucho calor en cualquier lugar, en cualquier camino empolvado, bajo el pino, el jazminero o la bombilla de 125. Todo era soportable a la espera del guateque en casa o en el inolvidable Montealegre alberqueño. Y allí, entre aromas de alhábega y jazmines, sonaba la música, y la luz se volvía tenue para el esperado baile agarrado con aquella chica del ayer que nunca logramos olvidar.

Imprescindible era la presencia de los hermanos Cos, entre ellos don Manrique, el matemático, el melómano, el romántico, el deportista, el gran lector, el eterno joven. También estarían Rufinín Montoro, Mari Carmen y Antonio Rubio, y el pintor Lolo. Con suerte José María Galiana tomaría la guitarra y pondría voz y empeño con aquella primeriza canción de El Titiritero de un mozalbete que cantaba versos llamado Juan Manuel Serrat.