El discípulo predilecto de Bonafé

Siempre le envidié haber conocido a don Juan Bonafé, haber vivido ese paraíso pictórico de La Alberca, con Adela Gummá, la mujer del maestro, con sus clases de piano y luego la templanza de los bodegones con heliotropos y, por supuesto, las enseñanzas del pintor. Alfonso Albacete, que vivía en La Alberca, absorbía los consejos, las maneras de pintar, la atmósfera, el aire, característica espléndida de Bonafé. La humildad y el desprecio al negro, como color inexistente en la naturaleza. Alfonso fue un buen alumno que captó con entusiasmo los ejemplos magistrales de su suerte. Un día Albacete pintó un pequeño cuadro y se lo enseñó a Bonafé; llevaba una firma enorme, Alfonso Albacete, que cubría medio cuadro, casi. «Alfonso», le dijo Bonafé, Las Meninas de Velázquez no están firmadas». Hasta ahí llegó su guía.

Albacete hizo arquitectura pero la pintura es mucho enemigo en la vocación de cualquier artista y pronto llegó a la élite de arte español contemporáneo de las últimas décadas del siglo XX. Nació en Antequera, la tierra materna, y vivió siempre en Murcia, al principio. Y en Madrid. Allí frecuentaba mucho a Gómez Cano en el estudio de la calle Farmacia. Tiene, como se puede decir en su favor, doble nacionalidad andaluza y murciana. Los principios pictóricos están llenos de experimentación; recuerdo aquella muestra en Chys con participación del público que la visitaba; ya se adivinaba un especial talento y el favor de los teóricos del arte. Después han tenido un enorme éxito sus evoluciones pictóricas, cada temporada una nueva serie que exprimía hasta el máximo. Las obras del ciclista en serie evolucionada. La luminosa exposición que colgó en Zero. Las influencias de su participación en unas de las ediciones en Arco, con un Van Gogh renovadísimo. Alfonso Albacete ha sido, es, un pintor muy inquieto, pero con unas bases claras en la pintura, las que apuntaba en aquella Contraparada 1 (15 +1) donde le elegí y donde la Comunidad Autónoma adquirió uno de sus cuadros más hermosos.

Pertenece a una generación, la de los 80, donde la pintura española vuelve a revitalizarse después de un gran bajón histórico en la que estaba inmersa; compañero de Quejido, de Navarro Baldeberg, de Barceló, de Broto, de Campano y otros, la élite actual que se disputan las galerías multinacionales. Alfonso está situado ahí, como grande que es, entre los grandes, en su sitio. Últimamente he visto una serigrafía gigante realizada en el taller La Ermita de Pepe Jiménez; decir espectacular es poco. Un hermano de Alfonso, Pepe, fue serígrafo y se conmutaron conocimientos en la técnica. En lo personal también aprecio mucho a Albacete: el día que fui al Sanatorio Mesa del Castillo a despedirme de Gómez Cano, que moría, él había salido con idéntico dolor al mío, minutos antes.

Todavía peleo contra sus adivinaciones cuando me leyó las líneas de la mano; es un buen quiromante, quizá hasta predijo esta semblanza.

Juan Bautista Sanz