Fue lo que en lenguaje coloquial se llama una noche de ´tocones´. La primera parte estuvo protagonizada por Fourplay, un buen concierto para los amantes del smooth jazz, que disfrutaron con el buen hacer de una de las mejores bandas estadounidenses de nuestros días. Debido a problemas de salud, el guitarrista Chuck Loeb no participa en la gira europea, y se ha incorporado el saxofonista Kirk Whalum, uno de los saxos tenores más destacados del jazz fusión, que en algunos momentos relevó como maestro de ceremonias a Nathan East.

Fourplay es, como suele decirse, un supergrupo, sinónimo de éxito de público y de crítica, gracias a la música accesible y eficiente -con toques de pop y r&b- de estos artistas con carrera propia y que ya acompañaron separadamente a Eric Clapton o Steely Dan.

El quartet se ciñó a la fórmula radiable, con varios instrumentales de discos recientes y pasados. Hay mucha solvencia, mucho vuelo en estos músicos. Obviamente, todo a merced de un estilo de jazz contemporáneo que se caracteriza por el mimetismo, proveniente de un molde harto conocido: música para pasarlo bien sin dar demasiados rodeos. Cuatro absolutos maestros superdotados de la interpretación, talentosos, versátiles y complacientes entre sí, que dieron un completo ´clinic´. El jazz eléctrico más puro que puedas conocer, lleno de improvisación y frescura, adornado con mil y una florituras de cualquiera de los cuatro instrumentos. Simplemente espectacular.

Comenzó Nathan East con su scat susurrante y sus melodías festivas, hipnóticamente desglosadas entre percusiones pendencieras y acordes progresivos. El que fuera muchos años bajista de Clapton adoba los temas con aire soul y blusero; Bob James, al piano y teclados, aporta un clima smooth y elegante; Mason está en un segundo plano dando solidez y cubriendo las espaldas al resto de los músicos, destacando por su especial precisión rítmica, y Whalum adopta un papel de solista con el tenor y la flauta. No hay muros de egos, y eso transmite una expansión sin trabas.

Cuando Bob James toca la parte armónica de los temas al piano, Whalum le acompaña de forma sutil, casi imperceptible pero enriquecedora, para encontrar el complemento necesario. Arpegios e inversiones de acordes se superponen en una delicada muestra sonora, arropados por el bajo eléctrico de East y la batería firme y elegante de Mason. Piano y saxo llevan la mayoría de los solos que hay en cada tema, aunque hubo algunos de bajo y batería. Nathan es también la voz del grupo, cálida y agradable.

Las improvisaciones a cargo de James y Whalum -que hizo brillar su saxo tenor en Precious Metal, un tema de Chuck Loeb- se suceden como si de un mano a mano se tratara, dando lugar a un clima vertiginoso y lleno de intensidades sonoras y rítmicas. No en vano son dos virtuosos de su instrumento y la unión de ambos resulta especialmente brillante.

Fourplay hicieron un repaso de su discografía e incluyeron Max-o-Man y Bali Run, del epónimo primer álbum, Chant, del segundo (Between the Sheets), y More Than a Dream, de Let´s Touch The Sky. No faltó una evocación a Brasil ni al Concierto de Aranjuez con el que Whalum introdujo Body and soul. El melódico susurro vocal de East daba más sustancia a las melodías. En una de las piezas desplegó una habilidad poco escuchada en jazz: es un consumado silbador, además de un vocalista de impresionante espectro. Fue el vocalista principal en una balada con falseto estilo Earth, Wind & Fire, que cerró ´vocaleseando´ con su bajo. Blues Force, del álbum Yes, Please, tuvo una suave introducción semiclásica al piano acústico. Sus oscuras y expresivas improvisaciones explotaron en un enfático blues con vivaces y elegantes intervenciones de Whalum El tema cambió de bop swing a rock de medio tiempo. James añadía un punto de vista más percusivo inyectando bonitas texturas de órgano. Terminaron de una manera sorprendentemente juguetona, congelando sus movimientos.

En definitiva, hora y media de un concierto que podemos calificar de muy brillante, al cual añadieron dos temas adicionales, entre los que se incluyó un tema funky de Bob James, Westchester Lady, con el que finalizó el concierto, donde primero Bob James lanzaba una frase y el resto la recogía. El ciclo se repetía y se iba acelerando hasta que la banda se iba pasando solo una nota, como una patata caliente.

Fourplay no dejaron dudas sobre su maestría como consumados compositores e improvisadores, aunque se centraron en divertir al personal.

Buddy Whittington vino como ´special guest´ de Santiago Campillo; es uno de los grandes del blues y el rock sureño de su país, un guitarrista extraordinario que puede vanagloriarse de haber sido uno de los componentes de los Bluesbrakers de John Mayall. La reunión con el excepcional e inventivo guitarrista murciano auguraba un excitante concierto. Además, lo de Santiago es sobrenatural. Y como invitado especial, el organista Mauri Sanchis, un maestro de los teclados y del Hammond B3, que toca con sensibilidad e impactante groove.

Buddy Whittington dejó translucir todo su poderío y su bagaje musical, firmando canciones versátiles y llenas de dinamismo interpretativo al lado de un vistoso fraseo que ejecuta con elegancia.

A Santi de siempre le ha ido el blues (Freddie King, Johnny Winter, Jimi Hendrix...), y lo que ofrecieron fue una apasionante mezcla de estilos anclados en las raíces de la música americana.

El depurado saber hacer de Buddy y Santiago resultó evidente y complementario. A la voz, en cambio, Buddy destacó por su naturalidad y alto grado de expresividad. La banda, con los pies clavados en un pétreo rock-blues sureño, se movía hacia los lados con ritmos tirados como por locomotora y baladas de sabor setentero, interpretadas por la prodigiosa garganta de Buddy Whittington, que exprimió parafraseando a Leon Russell Help me through the day. Una de esas canciones que simplemente emocionan hasta el éxtasis. Acompañó alguna canción cantada por Santi, que, como Rosendo, anda justo de voz, y cuyas letras, sobre lo cotidiano, están en lenguaje coloquial. Ni que decir tiene que el público estuvo entregado con ellos. Una complicidad que hizo especial ese híbrido de músicos; natural y contagiosa, de versiones y temas propios.