Más parece velo heráldico de casa noble, que resguardo de obra en renovación de fachada. Su mayestática caída miente al azar que debiera haber presidido el supuesto acto de impremeditado desplomarse por la acción del viento, o de la trope sujeción, quizá. Las cosas tiene una vida propia, que se burla de la lógica nuestra, tan amiga de gravedades y otras determinaciones supuestamente naturales. El velo protector ha devenido paño de honra para el balcón blasonado, con armas en su cumbre de honor. De estas cosas se encargan las hadas protectoras de los fundadores del rancio abolengo de sus descendientes. Porque, efectivamente, es un velo de hada, sin duda. Orgullosa de la restauración, quiso ornar la obra con ese tul que engalana la fachada como foulard gigante y detalle de glamourosa elegancia. Transparencia en blue, algo aturquesada; pero venido, sin duda, de feérico mundo que no sabemos dónde se ubica, pero existe. Un mundo que tiene comunicación con nosotros, pero la viceversa no. Un día, el hada protectora de los Puxmarín volverá por su velo, y sola se quedará la casa, la mansión. Pura fachada granate, urbana y espesa, con el vestir cotidiano que no contempla la estética del complemento textil.