Ha sido el acontecimiento jazzístico del festival. Saxofonista, flautista y compositor, Charles Lloyd, que se situó entre los iconos de la contracultura, es una de las leyendas vivas del jazz.

A lo largo de sus más de cincuenta años de carrera, y situado en el olimpo del jazz junto a otras leyendas del saxofón como Sonny Rollins y Wayne Shorter, Charles Lloyd, ensoñador y contemplativo, muy creativo aún, se sigue rodeando en sus diferentes grupos de lo mejor de cada nueva generación de artistas, y se muestra como un sutil baladista, con una magnífica sensibilidad abierta a muy diversas influencias.

Quizás no tenga el aguante de Sonny Rollins, pero su paleta es más amplia. A riesgo de dejarme llevar por el entusiasmo, este músico de 79 años toca con más pasión que nunca.

El pianista Gerard Clayton (que sustituye a Jason Moran), el contrabajista Reuben Rogers y el batería Eric Harland siguen a su jefe y expanden géneros con lucidez. Lloyd entró sin prisa, cogió su saxo con lentitud deliberada mientras el pianista esbozaba algunas armonías, y esperó hasta el momento adecuado para lanzar una penetrante nota alta. Cuando sopló su tenor se abrieron los cielos.

Pronto quedó claro que hay una química muy interesante entre él y el joven pianista. Lloyd actúa por intuición, permitiendo que las frases vayan perezosamente tras el ritmo. Clayton es el intelectual que puede dejar caer referencias a hurtadillas y hacer que una estirada textura neoclásica se convierta en un pieza descarada y ligera.

Lloyd revisó varias piezas del principio de su carrera. Abrió con la coltraniana Dream Weaver, que fue surgiendo de un fragor inicial. Lloyd y Clayton dejaban señales que eran recogidas y realzadas por el contrabajo y la batería.

Del be bop parkeriano de Nu blues, con punzantes cadencias no muy lejanas de Lester Young, saltó a Tagore: se cambió a la flauta, precedido por los arañazos de Clayton a las vísceras del piano. Sobre el ritmo metronómico de la batería y las seductoras líneas del contrabajo, los delicados y comedidos tonos de Lloyd contrastaban con la ostentación de Clayton, mientras el nivel de intensidad aumentaba.

Ráfagas de ametralladora entre la batería y el bajo y la sutilidad del piano proporcionaban un fondo irresistible para el saxo de Lloyd, de sonido tan suave y natural.

Todos tienen mucho talento. Quedó claro durante el concierto, pero era más evidente cuando cada uno brillaba por sí solo e insuflaba algo personal. Destacaba sobre todo Harland. Desde rascar el platillo con las baquetas para crear inquietantes alaridos a agresivas descargas de percusión, no paraba quieto tras su batería. Reuben Rogers y Eric Harland; un potente equipo capaz de levantar cualquier cosa que les pongan por delante.

Mientras los otros hacían sus solos, Lloyd acechaba en el escenario, acercándose para verles tocar o espoleándoles para que sacaran lo mejor de ellos mismos. Curioso observarle con unas maracas encima del pianista invadiendo su espacio. Pero aunque la banda creara paisajes vanguardistas, los abandonaba rápidamente cuando Lloyd se unía a la refriega con su impecable toque.

La rapidez y la intensidad iban en rachas, y el drama se iba imponiendo. Rabo de Nube" (Silvio Rodríguez) les acercó al final, con una cuidada interpretación de Lloyd y Clayton.

El bis empezó con Roger solo en el escenario introduciendo Passin' Thru, de cuando Lloyd estaba en la banda de Chico Hamilton a principios de los 60. Un ambiente soleado y carnavalesco de ritmo infalible enmarcaba las improvisaciones. Free jazz melódicamente inspirado.

La Llorona, metamorfoseada de nana a lamento blues, con un apasionado solo de Clayton contrapuesto a una improvisación más lírica de Lloyd, puso el cierre y fue un momento culmen de la velada. El saxofonista de Memphis emocionó hasta el suspiro.

Patax debutaban en Jazz San Javier con una invitada de lujo, la violinista norteamericana afincada en España Maureen Choi, de la que afirmaba Rodney Whitaker que es «la próxima gran voz del violín en el jazz», y una bailaora con un taconeo espectacular, cargados de percusiones. El grupo del percusionista Jorge Pérez González dio que hablar unos años con sus vídeos de 'bottom percussion', percusión con culos, así como suena. Pero el proyecto que les trajo era un homenaje a Michael Jackson. Patax es fusión jazzística abierta a la latinidad, el flamenco y la tradición del pop y el rock, y su actuación se centró en versiones del rey del pop llevadas a los cerros de Úbeda con un directo vehemente en el que destaca la cantante Alana Sinkey, hija del músico guineano Bidinte. Una cantante camaleónica, capaz de adaptarse al flamenco, la copla, el soul, que recuerda a Buika.

El ritmo es la esencia de Patax, que conecta con la raíz africana y busca llevar la fusión a un nuevo lugar, pero parece que el camino tiene muchos vericuetos y su fuerza termina diluyéndose.