Es autor de algunas de las más bellas canciones de amor de la historia. Es un cantautor comprometido con su país y su revolución, y no ha eludido nunca la oportunidad de reivindicar justicia, igualdad y libertad para el ser humano en este mundo cada vez más deshumanizado. Pero sobre todo, y ante todo, es una inspiración para muchas generaciones que hemos (y han) crecido con su voz aterciopelada, dulce e intensa a la vez, cargada de mensaje, de amor, de pérdida, de luchas perdidas (y, a veces, ganadas); en definitiva, de una vida intensamente vivida. Cronista de territorios imaginarios y de verdades y sueños nunca escritos. Ese es Pablo Milanés, que el lunes recibía el premio de La Mar de Músicas «por haber trazado el puente entre el siglo XX y el XXI con un incomparable talento, convirtiendo la humilde palabra cantada en un arte de incalculable valor estético y social», como explicó en la presentación del artista la periodista Lara López, y algo más: por tener «el poderoso don de retratar el alma humana» en sus canciones.

Y no estaba solo. En el cartel se anunciaban dos jóvenes cantautores, Rozalén y Jorge Marazu, además del veterano Víctor Manuel, una sorpresa (muy aplaudida por buena parte de los asistentes) para sustituir a Pablo López, que excusó su asistencia días antes. La noche prometía y no defraudó. Tras agradecer el premio, Milanés hizo lo que mejor sabe hacer, y desgranó algunas de sus baladas más conocidas, con voz templada por la madurez y sentado en un taburete, porque la edad y la (mala) salud de hierro no perdonan.

Pablo abría fuego con Marginal, y su canto a la felicidad que nos espera, y Amor de Otoño (de su penúltimo disco, Renacimiento), para entrar de lleno en la memoria emocional de los presentes con un himno eterno, «determinante» en su carrera, como el propio Milanés se encargó de recordar a los presentes: El tiempo pasa (más que nunca pudimos verlo en el lento caminar del artista), «y nos vamos haciendo viejos»; pero con amigos como el cantautor Jorge Marazu, ese tránsito parece más liviano.

Era momento de poner más carne en el asador, y Pablo, tras recordarnos Y yo sigo pensando en ti -un tema que gusta especialmente al artista-, siguió con su homenaje al amor, esta vez con letra del poeta cubano Nicolás Guillén en el canto De qué callada manera. Y no callado, sino cantando, llegó el siguiente regalo de la noche, la interpretación a dúo de Para vivir con Rozalén, especialmente emocionada, a la que incluso le tembló la voz; y no era para menos con estrofas tan hermosas como la que cierra la canción: «Y ahora tratar de conquistar con vano afán este tiempo perdido, que nos deja vencidos sin poder conocer eso que llaman amor, para vivir. Para vivir».

Otros amores tomaron el relevo, esta vez en forma de himno a su vieja Habana, de la que trazó «una visión menos turística, más dolorosa» con Vestida de mar, un canto aún sin grabar pero que Milanés quiso desgranar en Cartagena, también bañada por las aguas marinas, y tras el que aprovechó para presentar a su compañero en el piano, Miguel Núñez, que ha puesto música a los temas del último disco del de Bayamo.

Pablo mostró después su faceta más íntima con temas que recordaban su juventud, y esbozó sus Dulces recuerdos del mayo francés y de la España a punto de entrar en democracia, para seguir su cantar sosegado con Nostalgias -sin olvidar las melodías con raíz de su tierra con el son montuno En saco roto- y culminar su lamento con La soledad. Soledad que se rompió con la entrada del veterano cantautor Víctor Manuel, «con el que llevo 40 años de amistad, hermandad y escenarios, y cada vez nos queremos más», dijo.

El escenario vibró entonces con otro himno de la historia musical, pero esta vez del asturiano, la única canción no compuesta por Milanés en este repertorio, pero que al cubano le emociona especialmente. Sólo pienso en ti nos hizo vivir uno de los grandes momentos de la noche en el que, quien más quien menos, sintió correr «mil hormigas por los pies». Pura emoción, tanta que el propio Víctor parecía cegado y no vio el piano que tenía a las espaldas en el momento de hacer mutis por el foro.

El público ya estaba más que entregado cuando sonaron los acordes de la canción más reconocida y reconocible del artista cubano: Yolanda, a la que Pablo invitó a sumarse a los presentes, que recogieron el guante más que encantados, y así siguieron con otro tema emblemático: El breve espacio en que no estás, que ya preludiaba la despedida. Pero Milánes no quiso poner fin a esta mágica noche sin «bajarnos una estrella azul» antes de marcharse, pese a los insistentes aplausos del público, que no quería despertar de este sueño de una noche de verano con el poeta caribeño.

Eterno Pablo, sólo te pedimos que sigas llenando este minuto de razones para respirar, inunda nuestro espacio con tu luz y con tu verdad musical y vital, y, por favor, vuelve cuando quieras, este mundo sería demasiado gris si no estás.