Llueve sobre los naranjos en flor de la ciudad. Y los petalillos del azahar caen como fusilados por las balas de agua de la lluvia. El agua refleja el mundo del cielo y la copa del naranjo, con difusa imagen impresionista. El azar dispersa el azahar, que es paronomasia muy oportuna, que no rehuímos, claro que no. La geometría del alcorque es cárcel redonda y cuadrada. La incerteza de los albos apuntes de las florecillas del naranjo contrapuntea esa certeza esperable, sobre el suelo dibujada. Y llueve, o ha llovido, sobre la ciudad de los naranjos. Qué recto, el tronco se yergue sobre la horizontalidad de la acera, a la que orna con finura e identidad confiere. Pero la imagen pertinente, en la estampa, es la de los dientecillos de las efímeras florecillas abatidos sobre la plana urbanidad de base. ¿Dónde tus aromas, azahar desanimado, yacente excelencia de los elixires todos? ¿Dónde tu posibilidad de novia, tu mendelssohniano acompañar a las bodas de primavera, compitiendo con el blanco de la novia? ¿Dónde tu amor pequeño, rival del jazmín y el alhelí? Nada eres ya, tu prima la lluvia te ha derribado con esfuerzo poco, ignorancia mucha y culpabilidad ninguna. RIP, azahar del suelo mojado.