Andariego salió el mozo de la iglesia de Jesús. Y se fue a recorrer las calles, en pos de su Maestro. El único discípulo que lo siguió y testigo fue de la tragedia. Valiente, decidido, con atrevimiento, Calvario adelante camina, recogido el vuelo de su túnica, y señalando el camino verdadero, que no es sino el de la dedicación a los principios en los que creemos. La fe, específicamente, en este caso. La consagración a la idea. La mañana del Viernes Santo resplandece en la calle. Huye la mirada del sol, apenas levantado. Mira hacia su izquierda, el lado del corazón. Y con el dedo nos señala. A uno y a otro. «¡Seguidme!», nos dice. Y el contraluz de su capa y túnica, llena de sombras y de luces las miradas de todos. Atrás queda la puerta de la Casa. Ya no hay vuelta atrás, la andadura hasta el Gólgota apenas tiene parada alguna. Al pie de la Cruz estará en la hora precisa, culminando su valentía joven que lo ha impelido a dar amparo a la madre del rabí, y a decir con su presencia al Cristo, que, si tuvo traidor, también tuvo fiel seguidor hasta el amén final.