Foto: Ángel Fernández Saura

Amigo de las artes y de los amigos

En este retrato necesito ser preciso, no dejarme llevar por ninguna de las pasiones; ni buenas, ni malas. Emilio Morales Marín es especial; un hombre de negocios: taurinos, deportivos, de restauración o artísticos. Elegante y sin pereza, con muchos méritos que iré tratando de resaltar. De joven jugó al fútbol profesional: militó en las filas del Rácing de Santander; un defensa duro al que todavía recuerda la afición cántabra. Pero no solo eso, en el poco tiempo que estuvo allí hizo amigos para toda la vida; lo he comprobado in situ, enamorados todos de su personalidad exuberante. Emilio es un muy buen amigo de sus amigos. Fue hermano de Antonio y José Luis, desaparecidos tristemente. De ellos heredó conocimientos pero Emilio es otra cosa; en todo momento es el paraguas de su familia, de sus muchos amigos y de todos cuantos artistas respete como tales.

Como hombre ocupado en el arte, yo le llamo marchante y el formidable serígrafo Pepe Jiménez le llama ‘el productor’. Ha abierto varias galerías: La Ribera, en Murcia y Balsicas; Verónicas, también en la capital; De Murcia, en Madrid... y todas ellas con la misma voluntad generosa de ayudar y potenciar a los artistas de Murcia. Casi a cuestas nos ha llevado (me incluyo) a muchos a ferias internacionales y a exposiciones por todo el mundo. Siempre ha pisado fuerte, se fue a México y recuperó la obra de Ramón Pontones, un pintor exiliado, de Alcantarilla, que nunca quiso volver; compró parte de la obra hecha allí, en aquella época de la dispersión, por Ramón Gaya; en el sur americano, de Argentina, recuperó los dibujos y algunos óleos de Inocencio Medina Vera, el magnífico impresionista murciano. Tuvo el precedente de ser joven cuando Al-Kara, la galería familiar de los 70, pero en él se dan unas circunstancias de buena retina, de saber ver, que no se la debe a nadie; le nace. Cuando se puso por primera vez delante de mis cuadros, supo mirar y leer, después, lo que escribieron su hermano y nuestro querido Salvador Jiménez.

Le estoy muy agradecido al respecto, formó un grupo y lo promocionó sin vacilaciones. Hay una frase suya muy suya: «¡Qué mala es la pobreza!», culpable, añado yo, de muchas de las vicisitudes del alma. ‘El marchante’ es un volcán, una bomba, un anfitrión colosal, un relaciones públicas inmejorable; un amante (en el gran sentido) de excepción. Ha cuidado de la obra de su tía, la pintora Sofía Morales y, como restaurador, abrió el mítico El Continental y ahora El Continental Bistro, batallando, como siempre, y concede unos premios con ese nombre desde hace décadas.

Algo memorable conocerle y dejarse seducir.

Juan Bautista Sanz