Castalia Ediciones, de Madrid, acaba de publicar un singular libro de Ángel García López (Rota, 1935), Cuando todo es ya póstumo, en el que a lo largo de catorce secuencias constituidas por extensos versículos lleva a cabo un apasionante análisis de la desolación y de la soledad. La fluencia de los extensos versos le permite al poeta, apartado conscientemente de la cárcel del verso y de la estrofa tradicionales, discurrir por un imparable y expresivo reflejo de una situación personal altamente sobrecogedora. Se trata entonces, tras la pérdida de la amada, de llevar a cabo lo que el poeta denomina «vivir la trasmuerte», descender por el sendero de la vida al final irreversible y hallar allí más desolación y tristeza. La presencia de la amada perdida se hace entonces más dramática, patética podríamos decir, porque se convierte en memoria y carne del recuerdo sin detenimiento, en busca de una eternización imposible.

Indudablemente sobresale en este libro de García López la pujanza y la fortaleza de su palabra poética enriquecida en el dolor de la ausencia y nutrida de una extraordinaria exuberancia simbólica e imaginativa, porque en la evocación de los días que pasaron y en la constatación de las soledades del presente confluyen los símbolos del amor y de la unión ya desafortunadamente imposibles y agotados. Estamos, pues, ante una espléndida elegía escrita desde el presente con el idioma de un poeta que prodiga capacidades expresivas que sin duda han de conmover a su lector, por más que el volumen represente en definitiva un ejercicio confesional de carácter catártico en busca de una consolación imposible.

De lo que se trata no es de sobrevivir, porque como se anuncia en el título «todo es ya póstumo», y la anulación del vínculo todo lo ha interrumpido y todo lo ha destrozado. De lo que se trata es de dejar constancia del gran amor que hubo y de vivir esos espacios de la imaginación y de la memoria como una especie de ascética de la contemplación inacabada. La riqueza de las su sugerencias temporales basadas en los pormenores y en los detalles de multitud de recuerdos vinculados a espacios y a lugares entrañables confirma la autenticidad de una poesía fluyente singularmente expresiva, imparable, como decíamos, en su construcción literaria.

Elegía que reviste al mismo tiempo múltiples calidades literarias porque no solo hay lamentación y desolación en estos inmensos versos sino también existencia y vida recreadas en los recuerdos y en la memoria. Quiere el poeta que este sea su último libro, que dedica a Emilia in memoriam, más de medio siglo después de su primer libro que se tituló Emilia es la canción. La muerte de la esposa es la que cierra una trayectoria poética impecable, y la despedida en el doble sentido, despedida de la amada y despedida del mundo de las letras, no ha podido ser más arrolladora, porque los extensos versículos de estas catorce estancias nos permiten recorrer toda una vida y toda una historia sin parar y detenernos en la efusión de una palabra poética llena de fecundidad de vida y de pujanza capaz de crear, en un voluntario final, versos que demuestran que el poeta está en activo hasta el último momento, mientras los ecos de un renovado ubi sunt interrogan al vacío: «¿Dónde estás, qué te esconde / de ti, sitio invisible donde las madreselvas y el galán de la noche / urgían sus aromas sin final; donde pájaros llegaban a sanarse / del temor de ser ciegos?».

El agua, la luz, el río, la tarde, unas nubes, el mar, multitud de flores, árboles y arbustos, caminos y senderos, vencejos que cruzan rápidamente, la lluvia, la noche, la bruma, los corales, los almendros, unos chopos, extensos naranjales, todos van creando los espacios del recuerdo en la naturaleza de manera que esta poesía se convierte en una exaltación de la vida en todos los elementos del mundo, aunque estos vitales recuerdos se ensombrezcan de pronto con las exigencias del presente y de la realidad más cruda y más cruel: un hospital, con todas las fierezas de sus infraestructuras e instrumental sanitario; un tanatorio, un proceso de desnudez que se filtra inesperadamente entre tantas exaltaciones de la vida y de la naturaleza. Negativos que descubren al poeta en su desolación y en su abandonada soledad: «Tu imagen, hecha sombra, decide el desconsuelo desde un cielo cautivo. / Hace sonar sus pasos en las profundidades de una puerta cerrada / y, enemigo, el silencio la danza perpetúa con su voz nunca audible».