Anoche volví a escuchar que pronunciabas mi nombre. Me levanté de madrugada y, tiritando con escalofríos que recorrían mi cuerpo, conseguí llegar hasta la puerta de la habitación. Y allí estaba la luz: blanca, brillante, parpadeante. Pero esta vez no tuve miedo. Me agarré la camisa con ansia y sujetándome por las paredes me armé de valor para llegar hasta el final.

Pero paré, tuve que parar. Las piernas me temblaban y por un momento tuve la esperanza de que fuera real, que nunca pasó lo que pasó y que aquella noche transcurriría como cualquiera a tu lado. Y de nuevo atravesé la puerta del salón, y te vi. Ahí estabas tú, con la televisión encendida y la cabeza apoyada sobre el respaldo del sillón. Siempre como un señor.

Anoche volví a llamarte. Volví a gritar tu nombre, corrí a abrazarte... pero ya te habías marchado. Tu corazón había dejado de latir y tus labios estaban fríos.

Anoche, como cada noche desde hace tres años, volví a escuchar que pronunciabas mi nombre, corrí a verte, pero tú ya no estabas.

Nunca tuvimos la oportunidad de despedirnos, de volver a decirte que te quiero y que eres el hombre de mi vida. Si hubiera sabido que aquella noche sería la última, hubiera bailado bajo la luz de la luna contigo, te hubiera besado hasta el infinito y te hubiera abrazado hasta escuchar a tu lado el último latido de tu corazón.

Pero así es la vida de caprichosa, elige el lugar y el momento de partida. Aquel día nos arrebató lo único que habíamos sido capaces de construir: nuestro amor.

Sé que me llamas cada noche con la esperanza de que, por un momento, llegaré a tiempo de volver a ver la luz de tus ojos. Que seré un minuto más rápida que tú y no tendrás que esperarme, como siempre lo hacías€ Sé que pronuncias mi nombre porque te da vida. Que esperas que por un instante el tiempo se detenga y consiga agarrar tu mano.

Sé que deseas que la vida te dé una tregua y podamos terminar la botella de vino que dejamos a medias. Sé que anhelas coger tu guitarra y cantarme hasta el amanecer, apagar el despertador una y otra vez y susurrarme al oído «un poquito más». Que te acaricie las piernas, prepare tu ensalada para cenar y te lleve al sofá el batido de chocolate que tanto te gusta.

Sé que lo deseas, porque yo también lo deseo. Y no hay día que me acueste en la cama y mire a mi derecha para ver si estás a mi lado.

Te marchaste sin avisar y me quedé sola en esta casa que habíamos construido para dos. Desde hace tres años me engaño a mí misma y confío que aquel día fue una figuración. Entonces cierro los ojos con la intención de dormirme lo antes posible y volver a escuchar tu voz. Ese es mi momento, es nuestro momento.

Hoy quiero decirte que he tomado una decisión y que esta noche, cuando vuelvas a pronunciar mi nombre, no voy a levantarme. No voy a correr hacia ti.

Me enamoré de tu sonrisa. Me enamoré de tus errores, de tus defectos y de tus virtudes. Me enamoré de tus luces encendidas, de tu silencio, de tus acelerones, de tus mofletes rojos, de tu barba sin acabar, tus puntazos, tus vaqueros rotos, de tus domingos de sofá, de tus manías€

Durante este tiempo he aprendido que la vida es una carrera de fondo, llena de obstáculos, y tu ausencia está siendo, sin duda, la prueba más dura. Pero nuestro amor es tan grande que guardo tus besos en la última cavidad de mi corazón. Sé que nos volveremos a encontrar y cuando llegue ese día me cogerás de la mano y juntos terminaremos de explorar ese mundo en el que acabas de entrar.

Pero ahora déjame que te recuerde, que te recuerde como ese primer día.