La búsqueda del amarillo bienestar

No creo que descubra nada a nadie en la afirmación rotunda de que Aurelio Pérez es uno de los artistas más importantes que ha dado esta región. Perteneciente a la generación prodigiosa y numerosa de la posguerra, de la segunda mitad del siglo XX. El artista, natural de Alhama, pronto se trasladó a Murcia, donde su madre tuvo una tienda de comestibles en el histórico barrio de San Antolín. Allí coincide con algunos artistas y escritores muy conocidos y magníficos de la época. Ellos son sus amigos de juventud. Muy atraído por la pintura moderna descubre en reproducciones en blanco y negro de este tiempo a los grandes maestros de las vanguardias europeas. Quizá por esto se traslada a Francia instalándose en la Costa Azul en los años cincuenta. Y es aquí donde protagoniza su vida una secuencia que a mí, personalmente, me llama mucho la atención habiendo conocido su carácter meticuloso para todo lo que tuviera que ver con su carrera y sus criterios.

En Francia el artista se acomoda en un estudio que le facilitan y encuentra facilidades con un marchante de arte que tiene una galería de cierto prestigio en la zona, esa bella geografía mediterránea y luminosa, sur a raudales. Monsierur Bruard vende muchas obras de Aurelio a sus clientes y nuestro artista vive una época de júbilo cuando comprueba que sus pinturas están en colecciones en que hay cuadros de Picasso o Matisse. Repuesto de este trance que siempre recordará de forma entusiasmada, se hace una reflexión personal que resulta fallida según su propia confesión en una comida que con él mantuve en los años setenta muy abiertamente. «Yo pensé», me dijo, «que me podía venir a Murcia, instalarme en Alhama, casarme, opositar a una cátedra de instituto y que hasta aquí vendrían galeristas y coleccionistas a buscar mi obra, como le ocurrió a más de un grande.

Error. Me vine, logré aquellos objetivos, pero jamás vino nunca nadie a buscar mi obra». Y la novelada historia se completa con un olvido, por parte del artista, de una importante obra en aquella galería francesa. En Alhama, Aurelio dejó de pintar un tiempo, desilusionado. Le animé a hacer la primera exposición una vez abierta la Galería Zero, que yo dirigía en aquella época. Pasaron veinte años y me contó la experiencia de Francia, le animé a volver hasta allí y preguntar por la obra. Un verano lo hizo. Monsieur Bruard lo saludó como si hubiesen pasado quince días. «Aquí tiene sus cuadros, Monsieur Aurelio», fue la respuesta (en España no hubieran aparecido ni los cáncamos). Se trajo aquella obra y en 1979 se hizo una exposición portentosa, también en Zero. Serigrafía histórica.

Aurelio, pintor de paisajes únicos e inéditos, amarillos hasta el tormento de un campo de trigo agostado, fue un maduro pintor que investigó a fondo, que repudió los ismos en la creencia de que el arte es uno, único y Velázquez un pintor abstracto. En su manifiesto artístico lo deja claro. Y ante nuestros ojos no existe la duda.

Juan Bautista Sanz