Desde su luz propia

Asombraba seguirle la línea del dibujo al pintor Manuel Muñoz Barberán; por su prodigiosa precisión y porque le gustaba pintar del natural, sentado en cualquier esquina haciendo cierto el 'memoria y olvido' de Juan Ramón Jiménez, mientras su vista iba del monumento o el paisaje urbano al papel del bloc o de la acuarela. El pintor se evadía lo suficiente del corro que se organizaba siempre a su alrededor. Estaba acostumbrado a estos apuntes del natural que luego serían cuadros, más aún cuando viajaba: Madrid, Barcelona, Amsterdam, toda Italia, aquel viaje a Ibiza?

Muñoz Barberán tenía un oficio de pintor extraordinario, desde muy joven, desde las enseñanzas de sus maestros en Lorca. Y a ello unía el conocimiento de la luz, su estudio de los clásicos. Tenía capacidades sorprendentes; cuando se subía a un andamio y decoraba el muro de las viejas iglesias con temas religiosos, al aire de su enorme capacidad técnica, pintura al temple, escenas grandiosas con personajes bíblicos. Y luego se recreaba en la comodidad del caballete donde su prodigio se desbordaba. No acaba jamás la sorpresa, por muchas veces que lo escriba, de saber de su memoria fotográfica; le he visto dibujar con precisión exacta calles y plazas con imposible perspectiva, tan solo recordando. Le vi pintar el retrato del poeta Federico García Izquierdo, de memoria. Impresionante su talento.

La pintura no le guardaba ningún secreto y fue fiel a su forma de entender la luz en el paisaje urbano, en el paisaje libre iluminado o en sombra, sus grandes cuadros de la huerta al atardecer, líricos y profundos mirando la obra a una discreta distancia, casi abstractos si acercabas la vista al lienzo. Sus catedrales, sus obras de Lorca, sus interiores de monumentos siempre fueron espectaculares; tenían, tienen, la atmosfera de Velázquez. Resolvía con facilidad de maestro. Máscaras, procesiones, fiestas, todo ha pasado por sus pinceles. Muñoz Barberán pintó mucho y bien. Lorca va a tener su museo y el recuerdo permanente en el Paso Blanco del que fue director artístico de sus bordados.

Sentía la luz haciéndola suya, tomándola prestada del natural, y no quiso caer en opciones de tendencias en las que no creía y a las que hubiera llegado con extrema facilidad. Fue un pintor consecuente, mediterráneo, lúcido y plural, más allá de un estado impresionista. Se recreó en su propio estilo reconocible en toda su personalidad.