Una sesión de lo más agradable para los sentidos. Hasta la luna hermosa iluminó el coqueto auditorio del Parque Almansa. Ambos artistas, Thierry Lang y Stacey Kent, ya pasaron por Jazz San Javier, donde hicieron sus primeras actuaciones en la Región.

Esta vez Thierry encajaba mejor en el programa que cuando vino como telonero de los Blues Brothers, y estrenaba su nuevo trio (Heritage), en el que figura su habitual acompañante, el contrabajista Heiri Kaenzig -un gran virtuoso de su instrumento- y el baterista Mario Gonzi, que constituyen una excepcional sección rítmica, con un invitado de lujo, el armonicista Olivier Ker Ourio, uno de los más destacados especialistas de la armónica cromática, digno sucesor al trono dejado por Toots Thieleman. La sensibilidad y el buen gusto resultaron esenciales para rubricar un espléndido concierto.

A Thierry Lang no le gusta la palabra 'jazz'. Prefiere ver su música sin ataduras, una constante entre los músicos de un género que se basa en la experimentación, la libertad y la improvisación. Su lugar estaría más bien entre el jazz y la clásica, entre Keith Jarret y Chick Corea, creando una música con un considerable poder sugestivo.

Forjador de melodías cargadas de poesía, Thierry Lang es un pianista peculiar, que se muestra elegante, pulcro y luminoso. Esta vez traía bajo el brazo Moments in time, su producción más reciente, aunque solo presentó de su autoría el tema titular; el resto del repertorio lo destinó a escogidos standards en un recital tan cálido como asequible.

Tanto el contrabajista como el batería destacaron por el ritmo y la armonía en combinación con los fundamentos del género. Eso sí, con la libertad de expresión como eje. En cuanto a Olivier, su forma de tocar es muy expresiva, dinámica cuando hace falta. Las piezas lentas y melancólicas evitaban el tono melifluo que la armónica cromática tiene a veces en esos contextos, deleitando con sus melodías. A veces daba la impresión de que la armónica fuera una trompeta. Su delicadeza solo la igualó la elasticidad del pianista. Decididamente, reinaba una suave armonía entre estos músicos estetas.

El recital discurrió placenteramente por músicas intimistas, sutiles, a veces casi diáfanas, creando una atmósfera propicia a la ensoñación y la dulzura melancólicas, belleza de una gran intensidad existencial.

Lang y su trio empezaron interpretando The old country de Nat Adderley, como buscando adecuarse al marco de un festival de jazz, y continuaron con un standard de Johnny Mercer ( Emily). Del italiano Bruno Martino recuperaron una versión instrumental de su romántica Estate, (la de 'odio el verano porque nos ha separado'); sobre una cadencia más fogosa acudieron a I hear a rapsody, que hiciera célebre John Coltrane, e incluso retomaron el legado de Henry Mancini con una versión bossanovizada de The Days of wine and roses.

El arte de Thierry Lang reside en la atención amorosa a la melodía, a las variaciones armónicas a veces casi imperceptibles, envueltas en un sentido de la progresión sutil, ágil cuando la pieza lo reclama. Esta vez aún confirmó más su indiscutible talento.

Cambio de ambiente con la delicada Stacey Kent. La cantante americana más francófila transportó al Jazz SanJavier a un mundo de dulzura. Entre las baladas románticas compuestas por Jim Tomlinson, su marido y saxofonista que la acompaña en escena, los títulos de su álbum Tenderly y algunas versiones, nos sumergió en un dulce viaje por el romanticismo.

Stacey Kent es una americana en Paris, con esa carita de Jean Seberg en A bout de souffle, pelo corto a lo garcon, graciosa y sonriente, cantando una música suave, presentando con acento encantador las piezas elegidas ante un público que sabe reconocer la clase.

Con su voz liviana y coqueta, Kent, acompañada de Jim Tomlinson, cuyo vaporoso saxo tenor recuerda a Stan Getz, es descendiente natural de una tradición que conecta con Astrud Gilberto. Presentando Tenderly acompañada por su banda „ Graham Harvey al piano, Jeremy Brown al contrabajo y Josh Morrison en la batería „abrieron mezclando clásicos de bossa nova ( Photograph de Antonio Carlos Jobim,) con una pieza de Gainsbourg ( Les Amour perdus) puntuada con pausas instrumentales, y standards, incluidos los arreglos de flauta a lo Herbie Mann, teñidos de samba, para Happy Talk de Rodgers y Hammerstein, que inmortalizara Ella Fitzgerald. También hizo un recordatorio a los 50 años de carrera de Marcos Valle con The face I Love, que cantara Astrud Gilberto, y un dueto con su marido para Aguas de Março (pero hay una cosa que Tomlinson no sabe hacer, y es cantar), además de recoger Rua Madureiro de Nino Ferrer, y pedir al público que no subiera vídeos a youtube para que ese concierto fuera 'solo para nosotros'. Eso fue antes de acometer la preciosa Smile de Chaplin, una pieza para Tiempos modernos que popularizó Nat King Cole, cantada con maduro aplomo y un toque elegante del vibrato, con la que nos dejó una sonrisa en los labios.

Stacey, que vino aquejada de bronquitis, es suave como un jersey de angora en una tarde fría de invierno, tierna como una mousse de chocolate. Todo se serenaba si la bella sonreía y revelaba sus secretos emocionales, que se hacen más patentes cuando el ritmo se reduce y ella canta con más naturalidad, con un preciso control vocal; un delicado y sensual masaje sonoro adornado con fraseos que enfatizan las letras, por un sonido cálido y cercano, y por un toque elegante del vibrato con el que termina la mayoría de sus líneas.

El público se dejaba acariciar. «Para la próxima espero venir con una orquesta», y se despidió con una magnífica versión jazzy de Benjamin Biolay y Keren Ann, que cantara Henry Salvador, Jardin D'hiver, un bello y extasiador cierre.

Difícil sustraerse al encanto y simpatía de Stacey, a la naturalidad con la que canta, a la calidad y sensualidad de su voz lisa, dulcísima en los agudos.