Los espíritus de la música negra revolotearon entre muchos estilos diferentes durante el concierto de Allan Harris, cuyo dominio de tantos estilos, ritmos y melodías lo hace especial, casi visionario. Trasciende géneros, derriba muros, elimina fronteras. Ha desarrollado una música accesible pero rigurosa, demostrando ser no solo un superviviente, sino un artista en continuo crecimiento.

Llegó con su sombrero fedora, vestido como un turista norteamericano que bajara de un crucero, y le bastó el trío y esa suave voz de barítono para volar alto con un puñado de standards ( My Funny Valentine, Nature Boy), algún clásico del rock ( Up From The Skies , de la Jimi Hendrix Experience), o una rítmica y pegadiza pieza de pop ( Take me to the pilot, de Elton John) para conquistar al público.

Presentó piezas de su álbum de 2015 Black Bar Jukebox y de su continuación de 2016 Nobody's Gonna Love You Better: Black Bar Jukebox Redux, que han conseguido centrar la atención a través de temas originales, standards y giros inesperados hacia el pop clásico, el rock y el soul. El subtítulo ( Black Bar Jukebox Redux) resulta de lo más acertado, ya que el cantante y guitarrista renueva los temas con una actitud diferente, insuflando nuevo aliento y encanto retrospectivo a su música, a base de covers incluso de originales propios.

La banda abrió con una versión swing de Fly me to the moon. También hubo incursión en la música brasileña: el clásico de Joao Gilberto Doralice; la sección rítmica del pianista Pascal Le Boeuf, el contrabajista Paco Perera y la baterista Shirazette Tinnin lo respaldaban con estilo de samba muy dúctil. Una de las sorpresas de la noche fue Any Major Dude, muy jazzy, de Steely Dan.

Harris dejó claro que posee varios registros y también su dominio del scat, pero, sobre todo, estremece en baladas como I remenber you. Mezcla con respeto su voz única con lo mejor del pasado para crear algo fresco y distintivo. Es un gran músico, capaz además de acompañarse con su guitarra. Se ha dicho de él que «tiene la calidez de Tony Bennett , el sentido del ritmo de Frank Sinatra y la elegancia de Nat King Cole». Y todo ello sin esfuerzo aparente.

El segundo concierto de la noche lo protagonizaron dos gigantes del jazz contemporáneo: el guitarrista y compositor californiano Lee Ritenour y el pianista y aclamado compositor de bandas sonoras Dave Grusin, presentando el último disco de Lee Ritenour, A Twist of Rit, donde el genio de la guitarra recupera y reinterpreta algunos de los temas de su larga carrera, grabados junto al propio Dave Grusin. Ambos son de los músicos más directamente relacionados con la 'fusión', género que partió la pana a partir de la segunda mitad de los 70.

Ya la distribución en el escenario (ellos dos a la derecha), indicaba que habría interacciones múltiples sobre una sólida base rítmica, acompañados por el brillante Tom Kennedy al bajo y por el hijo de Lee, Wes Ritenour, a la batería, quizá más inspirados estos últimos -sobre todo Kennedy- que las propias estrellas.

En la primera parte del concierto se pudo admirar el fraseo más jazzístico del guitarrista con su semiacústica Gibson, mientras que el paso a la Les Paul eléctrica para las ultimas piezas supuso un final incandescente, con un pirotécnico solo de Kennedy al bajo eléctrico. También hubo un breve interludio pianístico de Grusin con 'Oh La María' de Jobim y austero acompañamiento de la guitarra.

Lee Ritenour comenzó con suavidad, mostrando su variado registro armónico. Lejos de perderse en ejercicios de improvisación, juega con las melodías en un continuo recorrido por el mástil. Junto al teclado de Grusin, ambos revivieron clásicos como Stone Flower de Antonio Carlos Jobim, y un Wes Montgomery blusero en Wes-Bounds. A mitad del concierto, una llovizna obligó a cubrir los amplificadores, pero no arredró al público, que permaneció hasta el final, como hipnotizado. Dave Grusin incluso bromeó con la lluvia pasando un paño al piano.

A Ritenour le encanta tocar jazz puro -al estilo de Wes Montgomery o Joe Pass-, groove con aromas brasileños, incluso deslizarse por el pop de la Motown, y haga lo que haga lo resuelve con estilo, habilidad, sensibilidad y buen gusto. Lo discutible es que a veces lo ponga al servicio de un 'smooth jazz' más bien 'light'. Al 'capitán dedos' nada parece hacerle más feliz que tener a Dave Grusin a su lado, pero para encontrar sorpresa o innovación hay que irse a otra parte.