Que a quien madruga Dios le ayuda se lo aplican algunos incluso en vacaciones. Temperaturas encendidas que llevan a apagones de energía - corporales - especialmente a determinadas horas del día en las que solo buscamos una sombra, a ser posible con algo fresco en la mano o al amparo de ese aire postizo considerado cada vez menos un lujo y más como un electrodoméstico de primera necesidad.

Pero el asunto es que hay quien va más allá y directamente opta por comenzar su día antes que el propio sol, o al menos adelantarse a ese intervalo en el que el astro rey nos mira condescendiente desde sus alturas, colocándose poco a poco en esa vertical que nos hace intuir que Katrina & The Waves no debían estar paseando por nuestra Región cuando entonaban lo bien que se sentían en aquel Walking on sunshine.

Rutinas tempranas

A las ocho de la mañana normalmente Antonio Vidues, militar cartagenero que pasa sus veraneos en Los Alcázares, ya empieza a trotar cinco o seis kilómetros por el paseo marítimo. «Luego un bañito y a casa», afirma cuando la manecilla más corta del reloj aún no marca los tres cuartos pero él ya está preparado para cambiar el incómodo sudor por relajantes gotas de nuestra querida y singular laguna de agua salada.

José Luis Dorado y su pareja Mónica, cumplen este año su veinte aniversario de romance con Los Narejos, un lugar que les hace recorrer novecientos kilómetros cada verano para dejar atrás el verdor de su Asturias natal. Habitualmente se levantan temprano y salen de casa para hacer su rutina matutina de dos horas caminando. Después, desayunan en La Encarnación, un bar cuyos camareros afirman que reciben más extranjeros que españoles, «un 60/40 aproximadamente». Señalan además que nosotros «somos los más madrugadores», ya que antes de abrir sus puertas a las 8.00 h ya tienen gente esperando. «Respecto a los desayunos, hay pocas diferencias. Los extranjeros se han españolizado y casi todos toman tostadas y café».

Disyuntivas a pie de playa

Los chiringuitos trasnochan pero también madrugan. Algunos de ellos tratan de competir con los bares y restaurantes que ofrecen desayunos con vistas al mar proponiendo llegar algo más lejos: zumos y cruasanes rozando la arena. También los hay que invitan a contratar el pack completo que incluye tumbona y sombrilla, creando una de esas escenas de película en las que el poco glamour que puede dimanar aparecer en la playa cargado de bártulos, sube como la espuma si solo tienes que preocuparte de la inclinación que deseas para tu hamaca o del hielo que se forma en tu granizado.

Y aunque a menudo parece que las sombrillas no se llevan bien con la palabra discreción - especialmente si optamos por la alternativa más económica y dejamos el brezo para otro momento -, la manera más eficaz de reservar sus habituales colores chillones es mantenerla bien cerrada, con esas tiras de tela de aire costumbrista que las despojan de cualquier oportunidad para salir volando en caso de aire repentino. No es sin embargo este el motivo por el que a orillas de nuestra costa encontramos con asiduidad estos parasoles disgregados por la arena, sin custodia aparente, pero marcando un claro mensaje: «Este sitio es mío».

Antonio Barredo, jubilado madrileño que frecuenta desde hace 17 años nuestro litoral, se muestra incómodo con la situación: «Se conoce que la gente se aburre y sale bien temprano de su casa para colocar su sombrilla», relata con una mueca que inspira ese tipo de ironía que evidencian nuestras caras ante un tema que ya nos tiene algo quemados. «No le encuentro sentido», añade, «porque la playa está vacía y luego llegan a media mañana para descargar el resto de sus cosas en primera línea». Él, en cambio, prefiere levantarse a las seis y ser de esos que se cruzan de vuelta cuando otros empiezan a embutirse en el bañador. «A partir de las diez ya pica el sol, entonces me voy a casa, me ducho y me tomo un buen almuerzo. Me apaño bien, es lo que tenemos que hacer los que no nos podemos ir a Miami». Quizás entonces su disgusto se deba más a una desprendida solidaridad hacia aquellos que se despiden del despertador con la primera hoja de julio. Tal vez a estos últimos les preocupe menos el sol y sean del equipo en el que impera aquello de ´no por mucho madrugar, amanece más temprano´.

VERÓNICA JURADO. Mecánica´Cacos´ para mantenerse en forma

Desde Sevilla han venido este año por primera vez Verónica Jurado y su compañero, Florián Ramírez. Se definen como una pareja que cumple con las rutinas que se marcan y cada día realizan un plan de ejercicios al que llaman ´cacos´. «Vamos combinando unos diez o quince minutos de caminar con otros tantos de correr», explica Verónica, «aunque intentamos que al cumplir los seis kilómetros haya predominado el correr». Ambos van con auriculares escuchando su propia música que les aísla de los pocos ruidos que a las ocho de la mañana empiezan a generarse a orillas del Mar Menor.

ANTONIO CASTAÑO. ProfesorDe vuelta de todo

Cuando algunos aún no se han percatado de que un nuevo día asoma por la ventana, Antonio Castaño ya ha desayunado, ha hecho aproximadamente una hora de footing con la tranquilidad del mar como compañero, se ha dado un baño y está utilizando el lavapiés para llegar como nuevo a casa, donde le espera su familia. Son de la pedanía murciana de Guadalupe y afirma que les encanta bañarse en el Mar Menor. «Nos gusta el ambiente y el agua se ve muy limpia, sin duda es bastante apetecible meterse para darse un remojón», explica.

JOSÉ MUÑOZ. ChurreroAlarma a las 6 a.m.

El oficio de churrero no deja lugar a dudas: madrugar no es una opción sino una obligación. Así es como lo siente José Muñoz, que vive en Alcantarilla pero que cada verano coloca su puesto portátil en diferentes playas de la Región. «Abro a las 8 pero hasta media hora después no empieza a llegar gente», relata, y justifica que «en vacaciones se trasnocha mucho, es normal». Subraya que los fines de semana tiene que preparar mucha más masa, ya que acuden también «ingleses y alemanes», aunque cree que este año «con esto de haber menos banderas, se prevé algo más flojo».

MIGUEL MECA. JubiladoEstrenando paseo hasta La Cortina

La actividad predilecta de Miguel Meca, jubilado cartagenero que vive cerca de Cala Cortina, es subir alguno de los montes que rodean su ciudad. Normalmente lo hace en grupo, con el equipo que se hace llamar ´Senderistas en Acción´. «Quedamos a las ocho, dejamos los coches abajo y empezamos a subir el San Julián, el Roldán, Galeras...». Sin embargo, a nivel individual y especialmente ahora en verano le gusta madrugar y disfrutar del itinerario que le guía hasta arenas de esta playa urbana, en un recorrido que él define como «un mirador continuo» hacia la trimilenaria ciudad.

CARMEN CHAMIZO. Ama de casa750 kilómetros de distancia

Carmen Chamizo y su esposo son riojanos de nacimiento pero ´marmerionenses´ de corazón. Hace seis años que compraron una casa en nuestra costa y bien temprano comienzan sus mañanas de veraneo para disfrutarla. «Nos quedamos solo hasta las doce o así, porque luego el calor aprieta mucho», comenta Carmen como para justificar que sea de las primeras en ocupar la playa. «Aquí estamos maravillosamente, el Mar Menor nos encanta. Es cierto que algunas veces puedes encontrar un poco de fango, pero tiene un baño estupendo».

JOSÉ PEDRO MARTÍNEZ. DesempleadoHoras regaladas al mar

«Desde las 7 de la mañana aquí y no he pescado nada», afirma José Pedro Martínez con una inestimable sonrisa. «Estoy en el paro y no puedo irme al bar porque allí gasto dinero, así que me vengo aquí que por lo menos me sale gratis», comenta entre risas señalando las tres cañas que se alzan inmóviles con la silueta del monte San Julián de fondo. Algunos de los compañeros con los que se encuentra pescando pasan noches enteras esperando un movimiento en el anzuelo que les haga despertar de la calma para sacar, con un poco de suerte, una dorada o un raspallón que servir a la mesa.