Tres meses después de su muerte, a los 69 años, Jiro Taniguchi regresa a las librerías con Venecia, su libro de viajes para Louis Vuitton. No es un cómic sino una sucesión de ilustraciones de origen fotográfico hermosamente acuareladas pero con unas frases sugiere una trama minimalista a partir de una vieja foto y con la ciudad, un aroma del pasado, un misterio familiar, la figura de un caminante, la contemplación sosegada del detalle y de la naturaleza y algún gesto de cotidianidad contiene todo lo que es único en el autor de manga adulto que mejor ha penetrado en Europa a través del viejo eje artístico Tokio-París.

Se le califica como el más francés de los autores de manga pero quizá sea el más japonés de ellos. Lo que podemos entender como mentalidad japonesa se hace inteligible y amable en Taniguchi, donde lo más universal y lo más íntimo del ser humano habla al oído en cualquier idioma con acento japonés.

Hay miles de páginas en castellano de Jiro Taniguchi (Tottori, 1947-Tokio, 2017), un autor bendecido por un éxito suficiente para que varias editoriales se hayan ido disputando la publicación de una obra que empezó a inicios de los años setenta con una apariencia ruda y en la industria convencional y a mediados de los ochenta se atrevió a caminar, más allá y mejor, que la mayoría de sus colegas con éxito suficiente como para trabajar de manera más demorada y detallista dentro de la producción estajanovista de los tebeos japoneses.

El Taniguchi que ya era Taniguchi llegó a España con el siglo XXI y El almanaque de mi padre (1994), donde los lectores alcanzaron una frontera desconocida del tratamiento de los sentimientos y de los recuerdos en el balance filial de un fotógrafo ante el féretro de su padre. En seguida llegó Barrio lejano (1998), que reincide en el regreso a la infancia con una hipótesis fantástica sin fantasía de viaje en el tiempo. Y no hubo manera de parar.

En estos 17 años hemos podido conocer todo el mundo de Taniguchi, un autor delicado y poético que es capaz de hacer magníficas historias de violencia trepidante ( Blanco, Enemigo) y centenares de páginas interesantes con un tipo que pasea su ciudad ( El caminante, 1990) o come en bares cualquiera de cualquier ciudad ( El gourmet solitario, 1997 y 2013).

¿Interesante un tipo que pasea? En El caminante hay un cuento mudo fascinante ( El camino largo) en el que el joven protagonista es adelantado por un anciano vigoroso y se pica. Empieza una persecución a paso de paseo que remite a la de Gene Hackman y Fernando Rey en French Conection II pero en cotidiano. En el fascinante Furari, el paso es la medida de la obra de Tadataka Ino (1745-1818), comerciante, cartógrafo y agrimensor que hizo el primer mapa preciso de Japón tras 17 años de medición de la tierra y observación de la vida.

Taniguchi fue un adaptador de novelas que nunca se acomplejó ante el original literario. Ignoro cómo son las novelas de referencia pero sus historietas funcionan magníficamente como relatos gráficos de historias de sentimientos y dudas ( Los años dulces, adaptación de El cielo es azul, la tierra blanca, de Hiromi Kawakami). También es un minucioso reconstructor de la historia en la prodigiosa La época de Botchan, unas 1.500 páginas de lectura fluida pero exigente que realizó durante siete años sobre guiones de Natsuo Sekigawa, un fresco de la vida intelectual y la sociedad japonesa de finales de la era Meiji, la de la apertura a occidente, a partir de la vida del escritor Sôseki Natsume (1867 - 1916), el autor de Botchan y Soy un gato. En el contexto de la represión de los intelectuales de izquierdas, la historia de Takuboku, un escritor, corrector de periódico incumplidor, bebedor, gorrón, derrochador y putañero «todos los escritores eran pobres, ninguno como él», contada yen a yen, deuda a deuda, gasto a gasto, ingreso a ingreso, es una de las más angustiosas que he leído, visto u oído en mi vida.

La naturaleza es uno de los protagonistas de la obra de Taniguchi. Toda. Tiene la épica de sus historias montañeras, especialmente La cumbre de los dioses (que ningún aficionado al alpinismo debería perderse aunque no haya leído ni un «mortadelo») que junto a K cuenta historias de ascensiones, y en su reverso El rastreador, la bajada de un hombre de la montaña a la ciudad y su enfrentamiento a la dureza urbana y la ascensión de una gran pared.

La naturaleza salvaje está en los tres tomos de Seton, la historia y las historias del naturalista viajero Ernest Thomson Seton (1860-1946), que narró el salvaje oeste de los lobos, los ciervos y los pumas, donde Jiro se demuestra un magnífico dibujante animalista.

La naturaleza domesticada está en casi toda la obra intimista pero sobremanera en Tierra de sueños, un libro que trata de convivencia familiar y contiene el autobiográfico cuento Tener un perro, seguido de Tener un gato, que sigue con un relato en el que los protagonistas conviven con una sobrina púber escapada de casa y termina con La tierra prometida, un regreso a lo salvaje.

Taniguchi obtuvo los más altos premios en Japón (el Tezuka, entre otros), es caballero de la Orden de las Artes y las Letras de Francia y obtuvo tres premios Haxtur en el Salón del Cómic del Principado de Asturias, el primero en 2005.

Era muy reservado y quería que su trabajo hablase por sí mismo. Lo que cuenta son maravillas. Duele acostumbrarse a que haya dejado de contar.Decir que el fútbol es lo de menos en El último milagro (Barret, 2017), no sería ni mucho menos descabellado. Afirmar que la presencia de este deporte, omnipresente durante toda la novela, nada tiene que ver con las miserias y los fantasmas de sus protagonistas podría no ser una falsedad... si no fuera porque la historia transcurre en Argentina, en Buenos Aires, en el partido de Avellaneda, donde la pasión por el balón lo abarca todo, bombeada desde El Cilindro como el corazón bombea la sangre al más común de los mortales. Porque el fútbol para el argentino es casi eso, casi como su sangre. Y sangre hay, y pasiones, y traiciones, y sentimientos, en la novela de Horacio Convertini, el escritor de Buenos Aires dominador de la novela negra que ha publicado a uno y otro lado del Atlántico y que cosecha varios premios literarios del género, y con motivo.

El goleador humilde que se debate entre la gloria en el equipo de sus amores o el traspaso al fútbol europeo que saque a su madre del hogar familiar y de la miseria; un entrenador, lobo solitario, que observa cómo el equipo que dirige irrevocablemente hacia el descenso de categoría como el agua se escapa de unas manos abiertas; un presidente recién llegado al cargo como un rayo de luz que tenía que iluminar el camino de un club abocado a la ruina y con un matrimonio que paga las consecuencias del fracaso deportivo; un vicepresidente con un proyecto inmoral, futurista, que puede eliminar los problemas del equipo de la noche a la mañana y con una secretaria imponente, más herramienta que persona. Y, por último, la afición. La barra brava. El sufridor de la grada que vive el club como si fuera su vida, porque es su propia vida, y que tiene su propio futuro para un equipo que vivió días mejores y que no parece que vaya a volver a verlos si no se actúa pronto. Ese equipo es Racing. Y la historia es ficción. Pero vaya historia.