Como si para el débil imperio romano de Occidente no fuesen bastante prueba las invasiones germánicas, avanzaron sobre él como un turbión las feroces hordas de los hunos, conducidas por Atila (al que vemos en una foto de estudio), un bárbaro asalvajado de pelo en pecho al que los otros dieron en llamar ´el azote de Dios´. Pero al nordeste de Francia, en los Campos Cataláunicos, les salieron al paso el general romano Aecio, el rey de los visigodos Teodoredo y el jefe de los francos Meroveo (aquel día no bebió nada excepto agua), y le inflingieron una tremenda derrota en el año 451. Repuestos del desastre, cayeron sobre Italia y hubieran asolado Roma si no llega a intervenir el papa San León I el Magno que con muy buenas palabras les dijo que se retiraran. Atila así lo hizo, marchando a Panonia (Hungría), donde fue asesinado por mentes envidiosas de su buen carácter y bárbara educación. Inmejorable lección que pone de manifiesto que quien a hierro mata, a hierro muere.

Atila no fomentó absolutamente nada; al contrario, por donde él pasaba no crecía la hierba, pues sólo pensaba en el acopio de tesoros y el disfrute de los placeres terrenales confiado plenamente en su formidable fortaleza física. El rey de los hunos tenía las piernas torcidas debido a que se pasaba la vida subido a su vistoso caballo al que llamaba cariñosamente Othar.

Pedro Rivera Barrachina, consejero de Presidencia y Fomento coincide en algunos aspectos físicos con el rey de los hunos. Realmente recordamos muy poco de lo fomentado por el político murciano. Tras muchos años de la construcción del aeropuerto de Corvera se ha conseguido algo: que se quiera denominar Juan de la Cierva, como no podía ser de otra manera. Nada nuevo, pues al olvidado aeropuerto de Alcantarilla, allá por los años cuarenta, ya se le impuso acertadamente el nombre del ilustre ingeniero murciano. Suponemos que se habrán barajado nombres tan insignes como Francisco Salzillo, Belluga, Vicente Medina, Floridablanca, Antonete Gálvez e incluso Isaac Peral (hubiera sido demasiado) sin olvidar el nombre de Ramón Luis Valcárcel, a la sazón promotor del asunto.

Ahora que el aeropuerto ya tiene nombre, habrá que estudiar qué tipo de flores y arbolado decorarán sus inmediaciones; tal vez la música ambiental o el color de las toallas. El caso es dar largas al asunto hasta que algún avión en estado de emergencia se decida a aterrizar.

Si Atila, hombre práctico, levantara la cabeza la volvería a agachar de aburrimiento.