Rudo golpe sufrió en todas partes la cultura intelectual con el derrumbamiento del imperio romano y con las invasiones de los bárbaros; gente burda, amante de la guerra, de las chicas, la cerveza y de prácticas amorales. De toda aquella gente invasora, los más educados eran los visigodos, por su mayor contacto con la cultura romana. Sentían gran admiración por ella y en nuestro suelo prosiguieron la tarea de asimilarla.

La personalidad del ilustre periodista Alberto Castillo coincide en algunos aspectos y con el debido respeto, con la de San Isidoro de Sevilla, hermano de San Leandro, arzobispo que logró la conversión al cristianismo del aguerrido Recaredo, influyendo desde entonces y de modo preponderante en el gobierno de la nación, por medio de los concilios toledanos.

San Isidoro fue, en su tiempo, excelsa figura de las letras, al igual que Alberto Castillo lo es hoy en Murcia. San Isidoro sustituyó a su hermano San Leandro en la sede hispalense, tierra maravillosa en la que falleció en el año 636 y, cuatro siglos más tarde, sus reliquias fueron llevadas a León como consecuencia del favor que el rey moro de Sevilla le hizo a Fernando I, del que era vasallo.

De las múltiples obras debidas a su pluma, la de más valor es la titulada Etimologías, admirable compendio de la cultura clásica. Ese vastísimo acervo de conocimientos fue distribuido en veinte libros por San Braulio, discípulo aventajado de San Isidoro, tan importante fue que constituyó el texto principal de estudio durante gran parte de la Edad Media, teniendo en cuenta que los principales focos de cultura se encontraban en abadías y monasterios sin que los demás se enteraran de nada ya que eran analfabetos.

El insigne periodista Alberto Castillo no queda a la zaga del santo Isidoro.

Si Castillo recopilara todos sus escritos superaría con creces los veinte libros de las Etimologías, teniendo en cuenta los avances técnicos de nuestros días. Alberto Castillo escribe de todo, escribe de lo que le echen, pero sobre todo de toros y de asuntos de carácter rancio. Día sí día no, sigue la tradición que estableció Ramón Luis Valcárcel por los años noventa del pasado siglo de pronunciar brillantes y floridos pregones en iglesias y pueblos en fiesta. San Isidoro queda en mantillas ante la actividad frenética del periodista: radio, televisión, redes sociales, tertulias de todo tipo y, sobre todo, su gran pasión: la Semana Santa. Si por don Alberto fuera habría procesiones durante todos los días del año, incluido el verano, tan carnal y pecaminoso. Voces malvadas proclaman que lo han visto en la playa vistiendo túnica nazarena e incluso repartiendo caramelos y huevos duros entre los turistas que visitan nuestro litoral.

Es innegable el amor de Alberto Castillo por la tierra que le vio nacer, de su cultura amplia e inquieta, de su laboriosidad y sobre todo su pasión por el periodismo, profesión que ejerce de manera ejemplar para mayor orgullo de sus colegas y seguidores.