¡Ya conoce!, decíamos esperanzados por la huerta cuando un familiar superaba cualquier arrechucho o mal aire. Y eso le puede pasar al Madrid con estos pelacañas ásperos y fríos de febrerico. O no, y trastornarse más por la baldomera intestinal que lo atranca, a pique de un esclavejío espantoso.

O sana con la Champions o se abultan sus males con fatal pronóstico hasta reventar, provocando la salida seguramente voluntaria de Zidane y la diferidas forzosas de otros señalados; Pérez acecha con tan feo encare como la descaradas malévolas filtraciones a través de sus medios proclives -Pedrerol, Inda, etc.- sobre Isco y Ronaldo. Ojalá acontezca su cura; en el Real hay media docena de futbolistas seleccionables cuyo futuro puede encallar o coger rumbo venturoso. Quedarse en tierra de nadie hasta mayo sería un pimpampum calamitoso.

Y todo dependerá de que la pelota entre más veces entre los palos del portero que menos conozcan los blancos, que diría Di Stéfano, como contra la blanda Real. Los goles y los buenos toreros aúnan criterios.

Razonaba agudo el recordado don Salvador Ripoll, excelente traumatólogo y cirujano murciano, precursor de la insigne saga médica familiar que le honra, que el coraje no tiene sustitutivo en el fútbol, y eso deberán derrochar los jugadores merengues, ayunos de otras cualidades manifiestas en la actualidad. La capacidad física, la clase y la técnica individuales no se les discuten, por muy escondidas que parezcan, pero sí la lucidez del juego en su conjunto. Como el acierto, la pierna fuerte y la entrega. Otro cantar es la confianza, que debido a los malos resultados desapareció en la mayoría de sus jugadores. Y sin ella, aparece la mediocridad epidémica.

Cabeza, corazón, calidad y colgantes, y por ese orden, que decíamos; para que el tan necesario coraje sea útil. No basta con correr, que eso puede ser hasta de cobardes, como en los toros. Quien más debe hacerlo es el balón, decía otro ilustre, Johan Cruyff, pero para que sean eficaces tan benéficos esfuerzos deberían saber a qué juegan. Y ahí deben estar antes de nada la inteligencia y la mano de Zidane. El Madrid envida la temporada, y tal vez el futuro próximo, pero él se juega más; su decisivo prestigio. A la memoria corta del fútbol se une su singularidad; un técnico que llegó a un equipo tan emblemático solo con el valeroso aval de don Florentino, porque carecía de trayectoria para tan relevante puesto. Su escasa experiencia hasta ese momento en el filial no era exitosa precisamente. Sus tempranos éxitos, que ahora se antojan tan efímeros como afortunados eran para muchos, en caso de palmatoria inmisericorde parisina, como la lógica y tantos auguran; solo le otorgarían el privilegio de elegir herramienta, modo o veneno, tal que a ciertos condenados notables en la antigüedad.

Pero cuidado, que el fútbol, y la historia blanca más, rememora con frecuencia el teatro del francés Moliére por su comedia Los mentirosos -aunque parece que es una copia de La verdad sospechosa, del mejicano Juan Luis de Alarcón- y se anuncian muertos que en realidad gozan de buena salud.

Mientras, el Barça a lo suyo: disfrutar, deslumbrar y ganar, ganar y ganar, que inculcaba Luis Aragonés, con la soltura que añade otro sabio, el eminente doctor murciano don Pedro Guillén. Lo de Messi es tan escandaloso que se acaban los admirativos. Ha eclipsado a Kubala y al Cruyff jugador del Barça, al mismísimo Di Stéfano del fútbol español y europeo, al Maradona culé y al napolitano, y solo le falta ganar un Mundial para igualarlo en Argentina; y no rebasará a Pelé porque el brasileño se laureó con 17 años y tuvo la inmensa fortuna de ser tricampeón del mundo apoyado en tres generaciones de futbolistas extraordinarios. Con compañeros así, de los que sí ha disfrutado en el Barça, Messi coleccionaría también Mundiales. Para mí, que he visto jugar al ´requeterrepóquer´del fútbol legendario, incluyendo a Cristiano, el argentino azulgrana sería un comodín porque mejora a todos. Lástima que no lo hubieran nacionalizado antes y convencido para jugar con España, pues lo trajeron Gaggioli y Minguella en el 2000 con trece años; reinaríamos ya una década.

A ver si el imprevisible Sevilla pudiera con los de Mourinho y completaran otro trío español entre los ocho mejores de Europa.

Entre tanto, deleitémonos con Iniesta, Busquets y compañía, deseando que lo del Madrid sea un paparajote doméstico pasajero y no llegue a luctuoso dolor miserere.