Una película siempre lleva el sello de su director al igual que un cantante pocas veces abandona su estilo. Si van al cine y elijen a Tarantino ya saben, incluso antes de tomar asiento, que la sangre correrá por doquier. Si encienden su iPod y suena Pablo Alborán, el amor y la nostalgia tomarán el protagonismo. Con los entrenadores pasa algo parecido. Si van a un partido en el que se enfrentan José Miguel Campos y José María Salmerón, no especulen y apuesten por el empate. Pero no se emocionen. Nada de muchos goles. Como mucho, un 1-1.

Tanto el mazarronero, que se ha sentado en los bancos de los grandes equipos de la Región, como el almeriense, que después de hacer historia con el UCAM ha llegado al rescate del Real Murcia, son dos viejos conocidos del fútbol murciano, de ahí que el derbi que ayer se disputó en La Condomina empezase con el guión escrito. Si alguien tenía dudas, si algún optimista esperaba ver un gran partido, solo había que echar un vistazo a la alineación murcianista para darse cuenta que Salmerón firmaba el 0-0 incluso antes de empezar el encuentro.

Volvía el Real Murcia a su casa, ahora pintada de colores distintos. Llegaba ese equipo centenario que presume de tener la afición más numerosa de la Región. Aparecían los murcianistas en La Condomina, ese estadio en el que tantos domingos de gloria vivieron los más veteranos del lugar. Pero lo único que vieron los seguidores granas fue a un equipo metido en su trinchera, a un ejército más preocupado de no morir que de matar. La alineación solo fue el adelanto de un plan tan conformista que convierte un punto en una fiesta. Aunque, teniendo en cuenta que a lo largo de noventa minutos los murcianistas solo tiraron una vez entre los tres palos, el resultado solo se puede calificar como brillante.

Los primeros cuarenta y cinco minutos fueron como esas películas que has visto tantas veces que puedes recitar hasta los diálogos de los protagonista. Con dos entrenadores que comparten estilo, los jugadores saltaron al terreno de juego con una idea clara: había que cavar la trinchera antes que el rival. Y el Real Murcia, sobre el papel, contaba con más manos, porque el mercado de invierno se ha convertido en una auténtica botella de oxígeno para Salmerón. Todo el mundo miraba al centro del campo y a la delantera, pero el técnico murcianista solo quería defensas. Y ahí estaban todos sobre el terreno de juego. Orfila estrenándose en el lateral, Molo y Charlie Dean bailando pegados por primera vez y Fornies mirando a su alrededor intentando recordar el nombre de sus nuevos compañeros. No crean que David Mateos se quedó en el banquillo. El madrileño repetía en su nueva ubicación. Es el homenaje de Salmerón a Helenio Herrera.

Metidos en la trinchera, cómodos por la incapacidad de Marc Fernández e Isi Ros para hacer saltar la banca, el problema surgía a la hora de construir, de iniciar el asedio al ejército rival. Esa era una misión de Armando, liberado por Mateos de tareas de construcción, y de un Juanma que se comió el marrón de sustituir al lesionado Fran Carnicer. El dúo murciano desentonó. Su guerra estaba perdida desde el minuto 1, solo había que ver lo bien que pintan Cristian Bustos y Julen Colinas, dos de los regalos que Campos ha recibido en este mercado invernal.

Con el exlorquinista y Kitoko con el hacha afilada, y el ex de la Cultural intentando descubrir nuevos continentes, daba igual que el Murcia contase con un tres hombres de ataque, nada tuvieron que hacer Pedro Martín, Elady y Carlos Martínez. Y eso que los primeros diez minutos dejaron otra sensación.

Con el tridente grana intercambiando constantemente su posición, a la defensa universitaria le costó un mundo echar el ancla. ¿Dónde están? ¿A quién cubro yo? Parecían preguntarse los Pérez a la vez que miraban a Carlos Moreno y Víctor García pidiendo ayuda para resolver el jeroglífico grana.

Como buenos universitarios, el problema matemático propuesto por Salmerón no tardó en ser resuelto, y como Frank Underwood cuando da un golpe sobre la mesa con su anillo, la zaga local presumió de ser experta en tuberías. Ni una gota de agua se perdió a partir de ese instante.

Con la retaguardia cubierta por unos y otros, la guerra se centró en el medio, y por momentos era tal la marabunta que la escena transmitía una ansiedad parecida a la que los seguidores de Juego de Tronos sintieron en la conocida como Batalla de los Bastardos. No ayudaba un colegiado que sancionaba cualquier roce, tampoco un Javi Jiménez que, en vez de tranquilizar a sus compañeros e invitarles a tocar y tocar hasta aburrir a un Real Murcia aburrido de por sí, pateaba hacia la nada el balón ante la desesperación de un Onwu más batallador que decisivo.

Muchos habrían deseado que el final del primer tiempo hubiese sido el final del encuentro. Pero, nada de eso, son noventa minutos o nada. Y la segunda mitad nos traía una decepción del lado grana. Con una parte gastada, ambos equipos seguían con la obligación de ganar, pero el único que apostó por ello fue el UCAM Murcia.

Con Cristian Bustos mandando en el centro del campo, a los universitarios solo les faltaba romper a David Mateos y poner en aprietos a una zaga que hasta ese instante había jugado en pijama y zapatillas. Ninguna de las dos tareas era sencilla. Especialmente la primera. No le pidan al madrileño que aporte creatividad ni que encuentre el interruptor en una habitación a oscuras. Tampoco crean que eso le preocupaba a Salmerón. Mateos tiene funciones establecidas y no son otras que proteger a su defensa, mandar a quien ose entrar en su territorio un mensaje de 'atención perro peligroso'. Lo consiguió mientras que el UCAM se mostró tímido, durante los minutos en los que los universitarios no se atrevieron a salir de la trinchera, pero se vio incapaz de llegar a todos los sitios cuando las opciones locales en ataque se multiplicaron. Marcó territorio Julen Colinas, levantó la mano Marc Fernández y apareció un Isi Ros al que le falta tranquilidad sin balón y generosidad en la conducción.

La primera clara llegó en el 62. Fue una jugada del pichichi universitario. Entró en la cocina e invitó a Isi Ros, con toda la ventaja del mundo, a abrir la nevera, pero el murciano miró a puerta y vio a Biel Ribas muy grande y la portería muy pequeña. Su disparo acabó mansamente en las manos del meta grana.

Con el camino descubierto, al UCAM solo le quedó insistir, como esos niños que repiten una y otra vez las tablas de multiplicar hasta que las recitan de memoria. El Real Murcia, con el 0-0, parecía estar contento. Onwu fue el siguiente en estrellarse con un rival en un disparo que se fue a córner, y Marc Fernández, en el 77, cruzaba demasiado en un tiro intencionado.

Para echar más leña al fuego, José Miguel Campos dio la alternativa a Abel Gómez, y nada más entrar al campo, el andaluz consiguió detener el reloj. A sus 35 años sigue hipnotizando a sus rivales. Cuando entra en juego es como si todo lo que hay a su alrededor se detuviese. Unos minutos antes, Salmerón había dado entrada a Chrisantus. Al final, ambos serían decisivos.

Solo necesitó el exmurcianista ocho minutos para cambiar el rumbo del partido. Tras una acción de ataque grana, el andaluz se hizo con el balón y condujo y condujo, como ese anuncio de BMW en el que el protagonista disfruta haciendo kilómetros. Llegó a terreno peligroso y sirvió a Colinas cuyo disparo, tras rozar en Orfila, se coló por el primer palo de un Biel Ribas que, como David Sánchez durante la jugada, parecía congelado.

El Murcia no estaba tocado, estaba realmente muerto. Su cuerpo estaba tan helado que sus extremidades no respondían. A la vez que David Sánchez demostraba que su cabeza sigue sin estar en el césped pese al pago de una nómina, el UCAM veía pasar los minutos con tranquilidad. Aunque le tocó sufrir en una acción en la que Elady, por cabezonería y por suerte, se plantó en la línea de gol y obligó a reaccionar a un Javi Jiménez que era un mero espectador.

El murcianismo se lamentaba del conformismo de su equipo, los aficionados no entendían que su equipo se marchara de La Condomina, su casa de siempre, sin haber sacado la espada, sin haber plantado cara al rival, pero cuando todo eran críticas, Fornies descubrió una grieta, la del lesionado Carlos Moreno, se disfrazó de arquitecto y dibujó con su compás un centro que nada más rozar con la puntera de Chrisantus se coló por el palo defendido por Javi Jiménez.