Es un dilema añejo. Ser de un equipo u otro es uno de los condimentos imprescindibles del fútbol; el más entrañable por afectivo y pasional.

En la buena compañía de una docena larga de futboleros murcianistas, convocados por Faustino Cano con Carlos Campillo y Antonio Sánchez Carrillo en torno al irrepetible y admirado Maestro Ibarra, coincidí con Vicente Carlos Campillo, un coetáneo futbolero taurino o al revés con quien tanto compartí, y al tiempo que ponderaba esta columna, lo que le agradezco especialmente, refirió con simpatía mi supuesta querencia madridista. Por contra, le aludí, algunos merengones confesos me tachan de culé encubierto. Un bicho raro, o quizás minoritario, porque lo que me apasiona ante todo es el fútbol.

Por eso recuerdo con idéntico cariño al Madrid de Di Stéfano y a la selección española campeona de Europa de los Suárez, Pereda, Fusté, Olivella, Iríbar, Rivilla, Calleja, Marcelino y Lapetra, donde solo eran titulares los merengues Amancio y Zoco. Y tal vez por lo mismo añoro tanto al Madrid ye-yé campeón de Europa y al de la Quinta del Buitre, por el juego exquisito de sus nacionales, como al glorioso Barça de Guardiola, que marcó uno de los hitos importantes del fútbol con aquel lejano Madrid de Bernabéu, el Milán de Sacci, el Ajax y la Holanda de Cruyff, el Brasil de Pelé y la Alemania y el Bayern de Müller y Beckenbauer. O echo de menos a la singularísima y emulada España de Luis y Del Bosque, donde brillaban escasos jugadores del Madrid; circunstancia curiosa de nuestra selección cuando ha triunfado. Ese es mi fútbol. Por eso también albergo esperanzas en la de Lopetegui.

Al contrario, maldigo el forofismo exaltado, lo peor del fútbol, que acumula violencias lamentables hasta con muertos en su chepa. Un disparate que empieza con simples insultos e intransigencias en el campo o en sus alrededores y, lo que es más grave, en algunos platós o estudios donde se mezclan oportunistas y comunicadores de bufanda; desinformadores, irresponsables y vulgarotes casi todos. Es la lacra de un juego tan apasionante, revertido a veces en espectáculo antipático con cada vez más millones y gilipolleces que balones y goles. Otra pena. Un deporte en el que desde infantiles ya tienen representantes quienes despuntan, con algunos padres aspirantes ridículos a ser la madre de los futuros ´pantojos´. Un mercadeo para aspirantes a ricos con la nefasta consecuencia de envilecer a espectadores embobecidos.

Por eso reivindico tanto a Guardiola como a Del Bosque, a Luis como a Muñoz y Villalonga, a Butragueño y a Raúl como a Xavi e Iniesta, a Pirri y a Gento como a Busquets y a Luisito Suárez, y a Kubala y Cruyff como a Di Stéfano y Zidane. Grandes profesionales con garra, dedicación, elegancia competitiva e inteligencia emocional emblemáticas.

Ahora hablamos de la rivalidad entre Messi y Cristiano, dos deportistas excepcionales que solo deberían provocar nuestra alegría por seguir disfrutándolos. Y de la posible llegada de Löw y Neymar al Madrid. Y recuerdo cuando vaticinamos que el brasileño no cuajaría en el Barça. Y aunque parezca que me anticipo demasiado, hogaño auguro lo mismo. El alemán quizás, pero tampoco le arriendo los triunfos. Florentino, contradictoriamente, está mudo porque, según él, hizo caso a los técnicos y lo lamenta. Su fútbol primigenio es otro. Es aquel de los galácticos que le aseguran glamour, puertas abiertas y venta de camisetas y derechos televisivos. Seguramente gestiona el fútbol actual mejor que quienes lo entendemos desde lo deportivo, pero sin buen juego y goles el fútbol muere. Su Madrid galáctico fue un fracaso descomunal en resultados deportivos aparejando su dimisión en el 2006, circunstancia que ahora debería recordar más que nunca.

Esta temporada afrontará su Rubicón. Y me mojo de nuevo. Florentino debería mantener la calma, huyendo de las prisas modernas, con su cortísima memoria; y cambiar solo lo que no afrontó en verano, causa de su crisis, incorporando dos goleadores contrastados. El Madrid actual, por sus características, necesita básicamente goles y sería disparatado prescindir de Cristiano. Le sobran Bale y Benzema, y Zidane solo si se empecina en mantenerlos, que no creo. Lo demás sería despreciar la esencia blanca y empeñarse en petardazos estériles. No se trata de emular a nadie, pero un equipo grande necesita alma, que no se improvisa ni se inventa solo con chequera apabullante. Se precisa bastante más; sobre todo ideas claras.

Billeteros eran el Barça viejo y el Madrid galáctico; dos indeseables.