No hay peor sensación que ir al cine y no acertar en la elección de la película. Encontrarte en la pantalla una historia tan mala, que, aunque parezca extraño, echas de menos los siempre molestos anuncios televisivos. Qué pena, piensas, que ahora no pongan un bloque publicitario para salir al baño y ya, como el que no quiere la cosa, no volver. Aunque ello signifique perder el dinero que ha costado la entrada. Una sensación parecida tuvieron ayer los seis mil espectadores que acudieron a Nueva Condomina -mirando la grada parece que cuando pasan los tornos se encojen-.

Llegaban expectantes y con el traje de domingo. No hay nada mejor que las buenas sensaciones que dan las derrotas de los rivales directos -Extremadura y UCAM- y el tener al alcance de la mano un fruto hasta ahora prohibido -el play off-. Pero se marcharon cabizbajos, posiblemente no por el resultado, la Segunda B tiene eso, los sueños nunca se cumplen, sino por las sensaciones. Una vez más, el Real Murcia, ese club que presume de historia y de abonados depende de para qué, se comportó como un equipo pequeño, conformista y con una visión tan limitada como la de un gatito que acaba de abandonar el vientre de su madre. Ciego y sin creatividad, el empate final que reflejó el marcador no fue una sorpresa. Todo lo contrario, fue lo más verdadero que se ha visto en mucho tiempo en territorio murcianista.

Porque guste o no, el Real Murcia salió a empatar y empató. Ya si eso, Salmerón confió en que a lo largo de noventa minutos hubiese algún segundo -nunca más- en el que el chispazo salvador de turno encendiese la luz, pero ayer los de arriba siguieron sin encontrar el interruptor, y los de abajo bastante tuvieron con mantener en buen estado las tuberías como para encargarse también de la electricidad.

Por no haber no hubo ni inspiración en los momentos iniciales. Volver a casa no fue motivador para los granas. Tampoco ver al que paga -de momento no lo ha hecho- en la primera fila del palco. Ni sentir en el cogote el aliento del mercado de invierno. Lo único que aparecía en los ojos de los futbolistas granas era la letra de la cantinela que Salmerón les ha obligado a memorizar y a un rival que, posiblemente fortalecido por su historial en Nueva Condomina, metió la pierna todas las veces que hizo falta.

No hubo sorpresas en el once. Las lesiones ya no son excusa. Y los buenos, esos mismos que en verano acumulaban elogios en las redes sociales sin ni siquiera calzarse las botas, estaban sobre el campo. Pero los locales fueron incapaces de comportarse como locales.

Con Armando buscando la salida de emergencia y con David Sánchez suplicando correr lo menos posible, los granas cedieron rápidamente el centro del campo. No aceptó el Recreativo el regalo, y durante muchos minutos más que un partido de fútbol parecía un juego de niños. Biel Ribas pateaba hacia Marc Martínez, y el meta visitante, tan educadamente, hacía lo propio hacia su homólogo. El resto miraban volar el balón como una serpiente encantada.

El exmurcianista Mario Marín se asomaba al balcón el minuto 10, pero con un aviso tuvo bastante. Juanra se hizo fuerte en su sitio. Lazo también ganó las primeras carreras, aunque no insistió demasiado. Con los laterales granas bien ataditos en su lugar, Orfila y David Mateos también dieron sensación de seguridad. Tanta, que Biel Ribas no tuvo ni que mancharse. Alguna falta lateral y una contra fantásticamente dirigida que obligaba a Orfila a tirar de caché decantaron la balanza de los primeros minutos para el lado onubense, sin embargo el encuentro fue pasando de malo a pésimo. Una jugada de Pedro Martín en la que Elady pidió penalti es lo único destacable de los granas en la primera parte.

Y es que nadie en el Real Murcia tuvo su día. Si el conservadurismo de Salmerón ya no sorprende a nadie, y eso que entrena a un club con demasiada exigencia, lo de Santi Jara y Fran Carnicer es para mirárselo. Ni un solo pase limpio dieron los futbolistas llamados a actuar de faro. Cada balón que caía en sus botas, por más despejado que estuviese el bosque, siempre terminó o fuera del terreno de juego o en manos de un rival.

A falta de un problema, dos; y a falta de dos, tres. Porque en la segunda parte, cuando no quedaba otra que reactivar al equipo para conseguir una victoria más que obligada, Salmerón miró al banquillo y volvió a darse de bruces con la realidad. Las carencias de la plantilla son tan notables que hasta los rivales son conscientes de que en el banco no hay nada.

Salió Jordan, salió Juanma y salió Chamorro, pero el Real Murcia siguió a la suya, a no salirse del guión diseñado por su director. Cada vez faltaba menos tiempo para conseguir el objetivo, que no era otro que sumar un empate siempre celebrado por José María Salmerón.

Un centro de Forniés, guiado por Santi Jara hacia un Chamorro que no pudo rematar fue la única vez que Marc Martínez sintió el aliento de los locales. Tampoco Biel Ribas tuvo trabajo. Víctor fue el más activo de los onubenses. Ejecutó sin suerte dos faltas peligrosas y luego dispuso de un balón para fusilar a los murcianistas, pero su disparo chocó en un defensa.

Quedaban los minutos finales, esos en los que los más optimistas sentían que se repetía la historia de hace una semana frente al Écija. Sin embargo, en esta ocasión el chispazo salvador, ese que, viendo los planes de Salmerón, más que un acierto parece una equivocación, no llegó, y el Real Murcia se marchó a casa satisfecho por mantener su portería a cero y sumar un punto. ¿El play off? Llegará. Antes o después, llegará. ¿El juego? Eso, mejor en otra vida. O, con suerte, con otro entrenador.