Sergi Guardiola llegó para marcar el gol del ascenso. Pero ayer no apareció. Víctor Curto aterrizó para reforzar un ataque temible. Pero ayer no apareció. David Sánchez, con cientos de partidos a sus espaldas y experto en play off, fichó para manejar una nave que tenía su parada en Segunda División. Pero ayer no apareció. Rayco y Juanjo estaban llamados a convertir la banda en un puñal de doble filo. Pero ayer no aparecieron. Porque a la hora de la verdad, cuando la experiencia es un grado, cuando la ciudad estaba volcada porque alcanzar la final solo era cosa de marcar un gol, el Real Murcia se puso a temblar como el niño que tiene miedo a la oscuridad, como el equipo incapaz de superar el trauma que le acompaña ya demasiado tiempo y que le condena a seguir purgando en Segunda B. Porque cuando faltaba un gol, los murcianistas se quedaron completamente secos.

No valió el recibimiento Champions que recibieron unos futbolistas que incluso llegaron en autobús para sentir el aliento de la grada, ni que el Valencia Mestalla no matara en la primera parte, ni tampoco que 21.000 espectadores confiaran en los soldados de Mir, simplemente porque el ejército se sintió huérfano tanto en el césped, donde nadie fue capaz de pararse a pensar, ni en el banquillo, donde el general que había llevado a los granas al play off no solo se presentó en el partido decisivo sin un plan sino que tampoco fue capaz de improvisar frente a un rival que, quitando veinte minutos en la segunda parte, tuvo claro durante mucho tiempo que nada más llegar a casa metería el champán en la nevera.

Y es que los valencianistas vivieron en primera persona como el Real Murcia iba fracasando de principio a fin. No fueron capaces los granas de beneficiarse del shock inicial de un equipo filial poco acostumbrado a un público tan numeroso; tampoco aprovechaban los murcianistas el caché de sus delanteros, que ayer se conformaron con batallear en una pista de baile que no es la suya; y, lo más importante, no supieron buscar alternativas y cambiar el chip después de ver que con lo planteado no iban a ningún sitio.

Con un Valencia Mestalla que se multiplicó en los esfuerzos para no dar ni un centímetro a futbolistas como Sergi Guardiola y Víctor Curto, que prácticamente acabaron desesperados; el centro del campo fue para Araujo y Eugeni. Sobre todo para el segundo, que hacía temblar los cimientos de Nueva Condomina cada vez que entraba el contacto con el esférico. Mientras el Real Murcia dejaba claro que se jugaba todo su dinero al patadón, esperando sorprender a una línea defensiva adelantada, los valencianistas eran los únicos que creaban peligro. Lo hizo Araujo cuando permitió al balón desfilar en una alfombra roja camino de un Eugeni que disparaba al cuerpo de Simón; y lo volvió a intentar el mediapunta catalán, que en el 22 se estrellaba de nuevo con el meta murcianista.

Con el GPS sin batería, cualquier camino que intentaban encontrar los granas aparecía bloqueado. Curro Torres lo tenía tan claro que sus jugadores no le fallaron en la interpretación. Grego Sierra fue la balanza que el Real Murcia no tuvo en David Sánchez, y Lato y Nacho Vidal, con la estimable colaboración de los centrales e incluso de los extremos, fueron los encargados de ir levantando una muralla en la que se chocaron una y otra vez Víctor Curto y Sergi Guardiola, quien autodecidió que ayer jugaba escorado a la derecha. El único recurso que quedaba entonces eran las llegadas de un Pumar que, a diferencia de sus compañeros de la derecha, encontró más huecos de la cuenta, pero sus centros apenas fueron rematados tímidamente por los hombres de ataque.

Si el Real Murcia había hablado toda la semana de crear un infierno, el Valencia Mestalla debía haber tomado el camino contrario, porque parecía pasearse por el cielo. Sin necesidad de tener el control del esférico, pero con mucho trabajo y redoblando los esfuerzos, los de Curro Torres llegaban al descanso con el partido donde querían. Incluso nada más salir, Rafa Mir volvió a demostrar que el único que estaba poniendo la carne en el asador era el conjunto visitante.

El aviso valencianista pareció despertar por fin al Real Murcia. La última media hora fue la única en la que los granas intentaron llevarse la eliminatoria, sin embargo, cuando quisieron no pudieron, sobre todo porque el Valencia demostró que también cuenta con un buen portero, y es que Sivera se lucía para evitar un gol de Rayco que ya se cantaba en la grada.

Con media hora por delante, Vicente Mir intentó corregir los mil fallos que estaban condenando a su equipo, pero más que ayudar lo que consiguió fue perjudicar. Y eso que la salida de Elady aumentaba las revoluciones murcianistas. Pero a partir de ahí poco o más se entendió, porque ahí estaba Mir sacando del campo a Juanjo para poner de lateral a Armando y dar el centro del campo a Adrián Cruz; o para quitar a Rayco e intentar ganar el centro del campo con Javi Saura cuando los minutos se agotaban y lo que no aparecían eran los delanteros.

Con el partido roto, Eugeni y Aridai pudieron conseguir el gol de la tranquilidad para el Valencia Mestalla, pero ni Simón ni el balón quisieron inaugurar el marcador de Nueva Condomina. También se probó Javi Saura con un disparo lejano que se estrelló en el larguero. Daba el colegiado cinco minutos extras, un tiempo precioso en el que los equipos valientes decantan las eliminatorias, pero ayer el Real Murcia fue cualquier cosa menos valiente, de ahí que no hizo falta alargue, porque la mente y las piernas de los murcianistas estaban ya en un sitio demasiado lejano y que nada tiene que ver con el cielo que prometieron en enero.