El mundo se divide entre viajeros, también denominados callejeros, y caseros. Los unos siempre tienen la maleta lista en la puerta, los otros prefieren el calor del hogar, donde la bata y las pantuflas toman el protagonismo. El Real Murcia, como esos hijos que toda madre quiere tener dentro de casa hasta que cumplen los treinta, es el gran representante de la segunda opción: pijama, manta y una buena peli.

Por eso, sus fines de semana favoritos ocurren cada quince días, cuando sus jefes les permiten trabajar desde el sofá. Solo hay que ver los números. Mientras que a domicilio no hay forma de que las victorias lleguen con regularidad, en Nueva Condomina pocos apostarían por un pinchazo de los murcianistas. Como un caudillo, nadie le tose al Real Murcia en su estadio, y más desde que Vicente Mir asumiese el banquillo murcianista. Desde ese día, los deslices han desaparecido del recinto murciano. Y golpe a golpe, porque los versos hace tiempo que pasaron a mejor vida, el ejército de Mir ya está dónde debía estar, que no es otro sitio que los puestos de play off a Segunda División.

Pero, como ninguna batalla se ganó en un día, a los granas no les queda otra que seguir haciendo de pistoleros durante tres semanas más.

Ayer tocaba trabajar desde casa, y la historia se volvió a repetir. Pese a introducir algunas novedades en la lista de tareas, en la que Mir prefirió dar prioridad a las bandas reforzando la zona con Rayco y Roberto Alarcón, el Real Murcia se confirmaba como un equipo casero. Y más cuando enfrente hay un rival que solo con el hecho de saltar al césped y comprobar las dimensiones ya empieza a perder centímetros hasta prácticamente volverse invisible.

No dio excesivos problemas el CD El Ejido, que en el minuto 1 ya se había echado a temblar como la madera de la portería de García cuando repelió el petardazo de Pumar. No entró la primera, algo inhabitual en un equipo acostumbrado a ser el primero en golpear ante su afición, pero eso no supuso ningún trauma. Con Mir en el banquillo, los complejos se han convertido en virtudes, es el resultado de creer en lo que tienes y no desear lo que no posees.

Los minutos pasaban y el Real Murcia era como un león sin hambre, con ganas de divertirse. La diferencia es que los granas sí tenían el estómago vacío, aunque las urgencias nunca aparecieron. Jugaba con su víctima, la manejaba a su antojo, pero el mordisco no llegaba. Ahí estaba Guardiola disparando alto o Golobart y Roberto Alarcón estrellándose con García.

Era tal la superioridad, que nadie tenía miedo en Nueva Condomina, aunque sí respeto, porque los jugadores de El Ejido, a los que costaba dar más de dos toques seguidos y que pocas veces conseguían hacer cosquillas a la sólida defensa murcianista, también la tuvieron.

Llegó a la media hora, en una segunda jugada a la salida de un córner. Pero ahí estaba Pumar para ponerse su disfraz de bombero y sacar de la línea un disparo de Sergio.

Que nadie se sorprenda si se llega al descanso con 0-0 en el marcador. El aviso lo dejaba Mir el viernes, y como si el consejo lo hubiese pronunciado un guía espiritual, pocos en el estadio murcianista gruñeron a la finalización de los cuarenta y cinco primeros minutos. Y eso que para el Real Murcia solo existía una opción, la victoria.

Se marcharon con tranquilidad y volvieron con la intensidad de un ejército que acababa de escuchar el toque de diana, aunque lo que sonó en los altavoces de Nueva Condomina era La Parranda. Y fue en un córner, con Josema fuera de la trinchera, en el que el murciano, al que solo acompañaba la soledad, golpeó con tanta tranquilidad como resuelve el peligro en el su lado del ring. Era el gol que permitía pisar por primera vez el play off, era el gol con el que el Murcia olía la sangre a la que hasta el momento había renunciado por méritos propios.

Con el 1-0 todavía fue más evidente la superioridad de los locales. La batalla personal entre Curto y Guardiola como pichichis del equipo es incluso una ventaja para los murcianistas. El catalán y el jumillano siempre quieren más, y el fútbol práctico de Mir es su mejor aliado. Solo hay que mirar arriba y buscar a los dos ´9´, eso es suficiente para que las ocasiones se vayan sucediendo de forma constante.

Si Curto la tuvo en el minuto 59, cuando su balón se marchó rozando el palo; Guardiola no fallaría en el 63. Tras una gran combinación, y con la mirada siempre puesta en el área, el delantero murciano batía a García para finiquitar un partido que nunca fue una trampa.

Todo estaba tan tranquilo y el marcador tan atado que pocos se quedaron a ver el final, posiblemente pensando que en casa les esperaba otro gran espectáculo. Es lo que tiene invitar a ´amigos´ que ni sienten ni padecen por ti. Solo los cuatro mil o los cinco mil de siempre resistieron en sus butacas, disfrutando de una jornada en la que por primera vez tocaron el cielo. Vieron a Javalillo estrellar un balón en el palo y a Simón hacer acto de presencia para frenar a Sergio Martín. Incluso sintieron como suyas las lágrimas del lesionado Isi. Pero hasta el ciezano les perdonó que pronto olvidaran la tristeza para afrontar las tres últimas jornadas que restan con una sonrisa de oreja a oreja.

Solo hace falta saber si el Real Murcia en bata y pantuflas será capaz de responder igual cuando toque coger la maleta para trabajar lejos de casa.