Cuentan los periódicos que en este invierno la gripe ha llegado más fuerte que nunca. A mediados de enero incluso se habló de epidemia. No se ha librado el Real Murcia del virus. Desde hace ya varias semanas, el dolor de cabeza dio paso a la fiebre, y las molestias generales provocaron debilidad y cansancio. Hace siete días, en Melilla, los síntomas se agravaron -lo que tiene no abrigarse cuando hace demasiado viento, como diría una buena madre- y, conforme fueron pasando los días y se acercaba el Linense, el termómetro murcianista llegó a marcar los cuarenta grados.

La preocupación era máxima, y, así de primeras, no hay nada más útil que levantar el teléfono y recurrir a la sabiduría de las abuelas. No sabemos si la llamada la hizo Paco García, ausente prácticamente toda la semana por el mismo virus que afecta a su equipo, o si el móvil lo levantó Elías Martí, el único vacunado del cuerpo técnico, pero nada más finalizar la llamada, los paños de agua fría comenzaron a llegar a Nueva Condomina.

Y, demostrando que las abuelas siempre tienen razón, el Real Murcia fue perdiendo temperatura y ganando vida, especialmente para Paco García, que llegaba agripado y con la soga al cuello. Se desconoce si son segundos, minutos u horas las que gana el equipo y, por tanto, el entrenador, pero para el técnico murcianista el gol de Víctor Curto en el minuto 23 fue como cuando Mario Bros encuentra una seta verde en su recorrido hacia el castillo de Bowser. Y eso que el camino utilizado para que el delantero catalán estrenase su casillero goleador no es el preferido del 'jefe', más de El Bulli que del McDonald, más de modelo que de jugadas a balón parado. Pero dada la situación de extremo peligro, o de estómagos vacíos, como para ser exigentes.

Por eso, cuando el colegiado señalaba el final del primer tiempo, a pocos les importaba que el Real Murcia no hubiese dominado el juego, que las únicas acciones de peligro hubieran llegado a balón parado ni que los enormes recursos en ataque quedasen desperdiciados una vez más, tampoco se preguntaban dónde estaba Rayco o si Guardiola ha llegado para sufrir más que para divertirse... Los cerebros se habían quedado en el minuto 23, cuando David Sánchez, aprovechando las continuas faltas del Linense en las inmediaciones de su propia área, miró al segundo palo y guiñó un ojo a Víctor Curto. Solo el andaluz pareció darse cuenta de que por allí andaba el catalán, porque el esférico llegó a su destino dibujando una estela en el aire y sorprendiendo a propios y extraños. El goleador, como el león que no pierde de vista a su presa, olió el cuero y entró a matar. Doscientos noventa y tres minutos después, la afición grana volvía a celebrar un gol.

Pero la fiereza de Curto en el área no la encontró el Real Murcia en el resto de líneas. Fue meter el gol y dar un paso atrás. Nadie pensó en buscar el 2-0, ni el 3-0 ni el 4-0, nadie pensó en convertir en una fiesta lo que parecía ser un juicio.

Mientras que el Real Murcia intentaba encontrarse, o por lo menos saber quién es realmente, el Linense, con sus enormes limitaciones, buscaba a Juanpe y Stoichkov para intentar mirar a los ojos a un Simón, que, quitando los últimos minutos, parecía vivir en una nube de algodón. El único que intentó quitarle la sonrisa en su gran día fue el '11' visitante, pero su disparo colocado se marchó pegado al palo.

Solo a Golobart no le acabó de convencer el menú. Al segundo plato, como los niños mal criados, escupió la comida y se levantó de la mesa. Antes de que su 'padre' -llámenlo Paco- pudiese decir algo desde el banquillo, el colegiado no se lo perdonó y lo puso de espaldas a la pared.

Quedaba media hora por delante para que cerrase Nueva Condomina, pero al Real Murcia, ya sin paños fríos capaces de frenar la tiritera que subía de los pies a la cabeza, estuvo a punto de atragantársele hasta el postre. Porque sin los centímetros de más del central y con un público que no hubiera perdonado un nuevo fallo, el miedo, según Paco García, afectó a sus jugadores -y si lo dice Paco, habrá que creerle. No hay entrenador en el mundo capaz de dejar en peor lugar a su plantilla-.

Con Armando, que lo mismo te arregla un roto que un descosido, el Real Murcia intentó recuperar el equilibrio defensivo. Ahí iba a estar el partido. Si con once los granas no habían sido capaces de combinar una ocasión de peligro, con diez, el Linense se vino arriba. La salida de Gato también ayudó. Por la banda derecha solo tuvo que enseñar una vez las uñas para decirle a Pumar que estaba en un gran aprieto. El ex del Cádiz no solo dio velocidad a los suyos, también abrió las posibilidades de llegar al área, algo que no habían conseguido en todos los minutos anteriores. Entre Bauti y él lograron elevar la fiebre de los murcianistas, cada vez más débiles mental y físicamente.

Los cambios de Paco García, primero apostó por Javi Saura y posteriormente por Roberto Alarcón, solo ayudaron a robarle segundos al reloj, como las continuas pérdidas de Simón en sus saques de portería y de varios jugadores que se dolían de cualquier parte del cuerpo. Sobre todo después de ver como un centro del mencionado Gato era rematado al palo por Ferrón.

Quedaría un susto más. Llegaría en el tiempo de descuento. No tuvo valor, porque el gol de Ferrón fue anulado por fuera de juego, pero hasta los más pacientes tuvieron que contar hasta tres antes de darse cuenta que el banderín del asistente estaba levantado.

No quiso el colegiado dañar más a los corazones murcianistas. El 1-0 era suficiente. El dinero pagado por Víctor Curto empieza a rentabilizarse. Pero más que el tanto del delantero catalán, lo que salvó a los granas fue una acción a balón parado, el único recurso que ahora mismo aparece en la libreta que define el misterioso modelo del preparador grana, tan misterioso como un espectáculo de magia. Por más que lo repite, los presentes somos incapaces de pillar dónde está el truco.