´Pagafantas´. Dícese del hombre que es capaz de sacar su lado más encantador para conquistar a una chica, pero que, pese a dejarse el sueldo en copas o la vida en todo tipo de galanterías, la soledad es la única que le acompaña a la cama noche tras noche. Una vez dicho esto, no busquen el término en el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, porque no lo encontrarán. Mejor, recurran a la película del mismo nombre dirigida en 2009 por el cineasta español Borja Cobeaga.

No sé si Paco García y sus chicos han visto la cinta, pero en el día de ayer en Nueva Condomina, el Real Murcia interpretó a la perfección el papel de ´pagafantas´. Cambiando la barra del bar por el césped del estadio murcianista, los granas se pasaron los minutos ronroneando alrededor de la chica más guapa de la fiesta. Cariñitos por aquí, bromitas por allí; que si te pago una copa, que si te hablo al oído... Sin embargo, después de tanto esfuerzo, fue el San Fernando el que se llevó el gato al agua y los tres puntos en juego a la cama.

Hasta el momento, los desengaños murcianistas siempre habían llegado lejos de su hábitat. En casa, unas veces con mejor cara y otras casi sin maquillar, los chicos de Paco García eran capaces de salvar la ´noche´, pero ayer, y eso que solo van nueve jornadas disputadas, los murcianistas no solo encajaron su primera derrota en Nueva Condomina, sino que además sintieron el malestar de una grada que dejó claro que poco le importa el modelo de juego si hasta el San Fernando -´el San Fernando, señores, el San Fernando´, como diría mi compañero Zeta- te pinta la cara de la forma más simple posible.

El once titular era suficiente para ver que Paco García tiene más lío en la cabeza que un joven con rastas.Y eso que, a base de excusas, mantiene el tipo ante los medios de comunicación. Por novena semana consecutiva, el técnico murcianista apostó por dar una vuelta de tuerca a su equipo.

Ni una sola línea se salvó de la quema. Golobart y Pumar eran los castigados en defensa después del desastre de Huelva; Iru ocupaba el sitio del sancionado Armando y Adrián Cruz regresaba tras cumplir sus cuatro partidos de castigo; por su parte, Wilson Cuero, con el alta médica recién salida del horno, era el elegido para acabar con la sequía goleadora de los granas. Alrededor del colombiano seguían Isi, Titi y Roberto Alarcón.

La mayor vocación ofensiva, en detrimento del empacho provocado en las primeras jornadas con la inclusión de tres centrocampistas, permitió a los granas dar un paso al frente y rondar el área visitante durante la primera media hora de juego. Sin embargo, el ´tiki-taka´, que lo mismo que te eleva al infinito te destierra al infierno, no se tradujo en claras ocasiones de gol. Es más, mientras el Real Murcia no se comía ni un rosco; a Diego Rivas le tocó evitar el gol del San Fernando. Lo hizo a los cinco minutos, tapando la boca a Lolo con una gran estirada.

Los gaditanos sabían el camino. Solo esperaban el momento para subirse al coche y coger la carretera. Y esa espera tranquila hacía que el Real Murcia llevase la manija del encuentro. Pese a alguna pérdida de balón que estuvo a punto de costar un disgusto, Adrián Cruz era el conductor de la nave murcianista y Titi su socio más fiable. Durante la primera media hora el encuentro se convirtió en un monólogo de los locales. Las alternativas ofensivas eran múltiples. Y es que a las ya conocidas había que sumar a Paris Adot, durante muchos instantes más un extremo que un lateral, y a José Ruiz.

El San Fernando se sentía como el jugador castigado dentro del rondo. Veía el esférico pasar de un lado a otro sin ser capaz de robarlo. Pero la obsesión murcianista por el toque se convirtió en su peor enemigo. Sus ojos solo estaban en el balón, ni una sola vez levantaron la cabeza para mirar la portería de Salva, que solo tembló en un saque de esquina botado por Titi y peinado hacia atrás por Wilson Cuero. Ahí, cuando más cerca estaba la presa, la chica o el esférico hizo su primer quiebro y se estrelló en el poste de la meta gaditana -minuto 25-. Previamente lo había intentado Roberto Alarcón con un disparo que se fue alto.

Si la primera gran ocasión llegó en un córner, donde no hay toque que valga, la segunda se gestó en una salida a la contra. Wilson Cuero e Isi se vieron mano a mano contra la defensa visitante. El colombiano se llevó el balón, cediéndolo al ciezano. Y ahí se acabó la jugada, porque el canterano, poco resolutivo a la hora de la verdad, se dejó el esférico atrás.

Paco García, desde la grada por sanción, disfrutaba con lo que veía. Eso dijo en rueda de prensa. Sin embargo, sus movimientos daban otra impresión. A falta de diez minutos para el descanso, Germán y Nacho Pérez ya calentaban; a la vuelta de vestuarios, Roberto Alarcón dejaba su paso al canario, que genera tantas o más miradas que un escaparate de juguetes para los niños. El atacante se quedaba en la media punta, mientras que Isi se trasladaba al extremo izquierdo.

No notó Wilson Cuero el cambio de posición del ciezano. En el minuto 50 le abría pasillo para que entrase por el carril zurdo. El panorama, sin piernas alrededor, era interesante. Isi no lo dudó y buscó el segundo palo, pero su disparo se marchó muy cruzado.

Parecía que el Real Murcia, como en esos videojuegos que puedes elegir la dificultad, apostaba por aumentar el nivel. Nada más lejos de la realidad. En un suspiro, como en un abrir y cerrar de ojos, el San Fernando saldría de su escondite, elegiría a la misma chica que los granas y se la llevaría de calle, dejando a los locales con cara de tontos y la cartera vacía.

El primero en avisar de sus intenciones fue Dani. Lo hizo tan tímidamente que Diego Rivas no tuvo problemas para espantar a la competencia. Más atrevido fue Carralero. El extremo izquierdo se metió a la cocina y sacó una bandeja que su compañero Edgar cazó a la primera. En el primer palo -a día de hoy se desconoce todavía dónde andaban los granas- cabeceó a la red un balón que silenció a la grada e hirió de muerte al cuadro de Paco García.

Demostrando una debilidad preocupante, como el boxeador que se va a la lona al primer golpe, el Real Murcia ya no fue capaz de ponerse en pie. Ni los gritos y críticas de la grada posibilitaron que los murcianistas sacaran su orgullo. No faltaron aproximaciones a la meta de Salva, sobre todo disparos desde lejos y a la desesperada. Ocasiones que solo sirvieron para que Paco García sacara brillo a sus gafas con cristales de color rosa, donde todo lo negativo es repelido, como esos líquidos que espantan a los mosquitos.

Pero la falta de gol no es cosa de noventa minutos ni de un día. Los números dicen otra cosa. Solo siete tantos a favor condenan a los granas a los últimos puestos. Y es que, por mucha posesión que acumules, el fútbol sin goles tiene menos vida que un planeta sin agua.