Se intuía. El UCAM tenía hambre de victoria. El primer triunfo de la temporada cayó de forma inmerecida, pero al fin llegó. El equipo universitario había visto cómo los puntos volaban de su saco cuando sí hizo más méritos para cosecharlos. Sin embargo, en la tarde de ayer, el conjunto dirigido por José María Salmerón no jugó bien, sufrió en defensa para achicar espacios, y se encomendó a unos cuantos santos para salvaguardar el empate que campeó en el marcador del estadio José Zorrilla durante 91 minutos. Aunque el desenlace del partido fue para el UCAM un éxtasis poético ferviente, y un drama para la afición del Real Valladolid.

Uno de esos santos del cual el UCAM imploraba su aparición, y que estaba de baja por una pequeña crisis de fe, cohabita en las porterías de La Condomina y el resto de estadios de LaLiga 1|2|3. Pero ayer resurgió de sus cenizas y aplacó todas las embestidas del Valladolid. Al fin, Biel Ribas, guardameta del UCAM, respondió para su equipo y volvió a deleitar con intervenciones esenciales: fue un auténtico deleite para los aficionados; un salvador para sus compañeros; y el más cruel de los villanos para la parroquia vallisoletana. Esperemos que llegue para quedarse.

No obstante, el UCAM no salió al césped del estadio José Zorrilla ni mucho menos dubitativo. Los de Salmerón, desde la debacle de la primera jornada en Zaragoza, se muestran seguros, sin concesiones, en los arranques de partido. La presión es elevada, ocupan todas las zonas del campo e intentan hacer daño por banda con las subidas de Tekio y Góngora. Asimismo, los universitarios aún no han sido capaces de marcar algún tanto en la primera mitad, pero sobre todo trabajan para no verse sorprendidos por una encerrona como la de Zaragoza.

Los locales fueron ganando peso en el partido, pese a que el UCAM gozaba de sus primeros acercamientos gracias al balón parado, y a un costado izquierdo muy productivo en cuestiones ofensivas. Sin embargo, José Arnaiz, extremo derecho canterano del Valladolid, hizo absolutamente de todo con la zaga del UCAM. Cada vez que los locales intervenían en la punta de ataque, era por medio del joven diestro. Un disparo suyo desde la frontal que se estrellaba en la muralla defensiva del UCAM, y sobre todo, un remate de cabeza que conectó casi sin esperárselo tras una mala salida de Biel Ribas tras un centro desde la izquierda de Balbi, fueron los mejores réditos de peligro para los locales.

Entre esas, el UCAM sufría un severo contratiempo, y es que el defensa Fran Pérez se veía obligado a abandonar el terreno de juego por lesión. En su lugar entró David Morillas, que compartió el centro de la zaga con Albizua, aunque su demarcación habitual sea la de lateral izquierdo. Una incidencia que se hizo notar en el encuentro.

El Valladolid trabajaba en la posesión, salvaguardaba el esférico y carecía de profundidad. Álex López, creador del juego, se incrustaba entre los centrales blanquivioletas para fabricar desde atrás, pero con poco resultado. Aunque antes del hemisferio del partido el UCAM disponía de una buena ocasión en la que Albizua, tras un córner, no llegaba a rematar en el segundo palo. El descanso sirvió para que los locales mejorasen en esas vicisitudes, porque el Valladolid dispuso de sus mejores ocasiones en la segunda mitad.

Enumerando las más destacadas, y es que hasta cuatro fueron clarísimas para perforar a un Biel Ribas encabezonado en dejar su portería a cero. Una seña de identidad que el UCAM había perdido en el fútbol profesional y que restableció, al fin, tras no hacerlo en las cuatro jornadas anteriores.

Un disparo cruzado de Brazic obligaba a Biel Ribas a estirarse y desviar el esférico, que buscaba el palo largo de su portería; otra de ellas la generó Álex López, que puso un envío largo desde unos 50 metros hacia la portería de Biel Ribas. El envío sorprendió a la zaga del UCAM, ligeramente adelantada. José Arnaiz, el rompecabezas vallisoletano, cogió desprevenidos a Morillas y a Góngora, ganó la carrera al espacio al propio lateral zurdo del UCAM, y en el mano a mano terminó por estrellar el esférico en la pierna del guardameta universitario, que seguía respondiendo para un UCAM cada vez más encerrado y que perdía toda proyección ofensiva.

Pero el Valladolid quiso, y tuvo más. El UCAM intentaba inmiscuirse en ese dominio insultante de los locales, pero cada muchos minutos y con poco éxito. Los de Salmerón sabían sufrir, lo conseguían, y Biel Ribas seguía haciendo el trabajo sucio. No obstante, la estrella del guardameta mallorquín volvió a brillar en torno al minuto 73: Juan Villar metía el balón voleado por encima de la zaga y dentro del área grande. En la frontal de la pequeña, apareció Jaime Mata, que estirando su pierna derecha al máximo consiguió disparar con potencia y prácticamente a bocajarro. El balón dibujó la parábola hacia la derecha de Biel Ribas, que se estiró hacia ese lado despejando el balón. El cuero se estampó contra el lateral del poste.

Sin embargo, y al igual que sucedía la pasada jornada ante el Elche, el arreó final en los últimos diez minutos de partido mostraron a un UCAM que intentó controlar el partido, hacerse fuerte sobre el césped, y evitar más sobresaltos. Los de Salmerón salvaguardaban la posesión con criterio, encerrando con su esfuerzo al Valladolid. Se vieron con fuerzas y sobre todo creyeron que podían rascar algo más importante de su visita a Pucela. Nono lo intentaba por la izquierda. Tekio disparó desviado desde fuera del área.

Pero no fue hasta el minuto 91, sin dejar tiempo para evitar la reacción de los pucelanos, cuando Tito asestó el machetazo definitivo al encuentro. Ya en Copa marcó un tanto parecido, aunque su asistente fue Vicente. Una falta lateral botada por Góngora desde el costado izquierdo fue directa a la cabeza del propio Tito, que se anticipó a la nefasta salida del guardameta Isaac Becerra prácticamente en la frontal del área grande para empujar hacia el fondo de las mallas sin oposición.

Biel sostuvo desde la portería, Tito ofició la machada, y el UCAM sufrió como nunca para gestar un triunfo que quedará en sus novicios anales. Y sí, se gestó a partir del padecimiento, de la angustia, y de una suerte que al fin se alió con la escuadra azul y dorada.