Al igual que Brad Pitt en 'El Curioso caso de Benjamín Button', el Real Murcia se empeña en confirmar que su temporada no está siendo nada normal. Nació como un equipo muerto, sin respuesta, al que a las tres semanas ya le habían construido el ataúd en el que viajaría al infierno de la Tercera División.

Pero nada más lejos de la realidad. Las arrugas y la flacidez de los músculos fueron dejando paso a una piel firme, como recién salida de un lifting. Y de ahí a un cuerpo joven, musculoso, con cabello rubio y ojos azules. Un galán capaz de conquistar a la reina de cualquier fiesta. Sin embargo, el proceso seguía poco a poco como un reloj que va hacia atrás.

Y llegado el mes de mayo, cuando los soldados son llamados a filas, cuando las batallas se convierten en auténticas guerras, cuando los bolines son sustituidos por balas de fuego y los simulacros se convierten en historias reales, el Real Murcia es un equipo en pañales, incapaz de sobrevivir en circunstancias que son un coser y cantar para los adultos.

Ayer, en Toledo, quedó todavía más en evidencia. Cada puñetazo de los granas, como los de un niño mientras juega con su padre, apenas llegaron a rozar la piel de los toledanos; sus miedos, más fuertes cada minuto que pasaba, solo le permitieron abandonar la cama de cuerpo y medio, como dirían nuestras abuelas, para esconderse bajo el colchón o, en el peor de los casos, dirigirse, con el chupete en la boca y la gasa en la mano, a la habitación de mamá y de papá. O, mejor, a Nueva Condomina, donde ahora se agarra todo el mundo para que la esperanza del ascenso no se diluya a las primeras de cambio como un azucarillo cuando entra en contacto con el café.

La receta para el próximo domingo no será complicada. El 0-0 de la ida dice que con una victoria, los de Acciari estarán en la siguiente ronda. Por tanto, solo habrá que competir, salir a morder, pensar en que no hay un mañana. El Toledo, visto lo visto, tampoco es para tanto. Pero una cosa es lo que dice la mente y otra muy distinta lo que hace el cuerpo, como esos meses de enero en los que nos sentimos fuertes para apuntarnos al gimnasio y unos días después seguimos abonados al sofá.

Algo así le ocurre al cuerpo del Real Murcia, que, desde hace meses, no solo ha olvidado ganar sino también competir, como demostró ayer en el Salto del Caballo, donde Onésimo, ese técnico que te lleva directamente a un plató de televisión, volvió a destapar todos los defectos de un equipo que ha pasado a ser tan débil, que ya se conforma con empatar a cero ante un rival que jugó casi una hora con un futbolista menos y al que el cansancio le dejó más que tocado al final. Se pongan como se pongan, más de lo mismo.

La solución, decían los que entienden, se llamaba Acciari, todo garra, todo intensidad. El problema es que el argentino está en el banquillo, mientras que la guerra, salvo que cambien las reglas del juego, se disputa en el terreno de juego. Y si en Algeciras quedó claro, ayer, en el inicio del play off, no pudo ser más evidente. Como a cualquier bebé, los cambios no sentaron bien a los murcianistas. Solo ver su planteamiento, las ideas quedaban claras y las cabezas de jugadores como Chavero, Sergio García e Isi, gachas. Los granas cedían el protagonismo para refugiarse en ese doble pivote con el que Acciari intentaba innovar, olvidando que el invento ya lo utilizó José Manuel Aira en Marbella y, por el bien de los corazones, mejor no recordar el resultado.

Pero Acciari lo intentó. Bien porque el día de Marbella seguía en la playa o bien porque confía más en su libreta que en la de su antecesor. Ni un cuarto de hora tuvo que transcurrir para comprobar que los pilares con los que el Real Murcia pretendía ganar en seguridad defensiva no servían absolutamente de nada. El equipo que resultaba capado no era el Toledo, sino el propio conjunto grana, que vio como sus posibilidades de ataque quedaban tan anuladas que ni José Ruiz ni Pumar se permitieron paseos por las nubes. Otra cosa es que esa falta de hambre importase en ese instante al técnico, contento y feliz con mantener la puerta a cero.

El exmurcianista Onésimo prefirió elegir otra estrategia. Ganar era la única palabra de su diccionario. Y para hacerlo realidad, Esnáider, Roberto, Esparza y Cristóbal quisieron divertirse encontrando las grietas de la muralla grana, que ni con siete pilares fue capaz de mantenerse firme. Lo único que salvó al Real Murcia fue la madera del larguero en la que se estrellaba el zapatazo de Roberto en el minuto 24.

El susto hizo reaccionar a los granas, que solo un minuto después se plantaban por primera vez en el área toledana. Sergio García, como siempre, fue el encargado de desenrollar la alfombra roja con un pase de película a Germán, pero el tinerfeño, adaptándose, por segunda semana consecutiva, a su papel de delantero, se encontró con el cuerpo de Doblas.

No pudo medirse el cambio de actitud de los granas porque en ese instante acabó la primera parte. Quedaban veinte minutos por delante, pero, entre unas cosas y otras, ya no se jugó nada. El más feliz era Acciari, o eso parecía cuando 'reñía' al lesionado Satrústegui por abandonar el terreno de juego directamente y no tirarse unos cuantos minutos al suelo para perder el tiempo -una de las especialidades del argentino, al que todavía le queda mucho por enseñar a sus pupilos-.

De la lesión de Satrústegui (minuto 32), que permitió a Rafa de Vicente entrar en escena, se pasó a la expulsión de William por una dura acción sobre Isi (minuto 35) y a la pataleta de Onésimo, que en el 39 también veía la roja que le obligaba a tomar el camino de la grada. Entre medias, amarillas a los locales Manolo y Lerma (36), y al visitante Armando (38).

Tirada la primera parte a la basura, todas las miradas se situaban sobre un Real Murcia que tenía cuarenta y cinco minutos por delante para superar a un CD Toledo que tenía que sobrevivir con un jugador menos. Por eso, por la calidad de los ingredientes, la decepción fue mayor.

Porque los granas no solo se olvidaron de mirar al frente sino que además dejaron a los locales escribir también el guión de la segunda parte. Sin una idea clara, sin ningún juego en el centro del campo y a la espera del chispazo de Chavero y de Germán, los murcianistas eran incapaces de sacar la cabeza de debajo de la cama, donde, como en la película de 'Monstruos SA', intentaban evitar sufrir nuevos sustos. ¿Para qué plantarles cara? ¿Para qué comprobar si realmente la fiereza del rival solo era una apariencia? Ya habrá tiempo de comprobaciones en Nueva Condomina, parecían pensar todos los que visten de grana. Olvidando una vez más, como les ocurre a los malos estudiantes, que dejarlo todo para la última noche pocas veces soluciona nada. ¿Qué no se lo creen? Revisen los vídeos de la eliminatoria frente al Córdoba -play off de ascenso a Primera- o la de hace un año contra el Hércules -fase de ascenso a Segunda-. El escudo grana parece condenado al conformismo de sus técnicos.

Solo la salida al campo de Fran Moreno pudo cambiar algo. Eso, y el cansancio del Toledo, al que en los últimos diez minutos le costaba cada vez más respirar. Sin embargo, los de Onésimo nunca se sintieron amenazados, creyéndose cada minuto que pasaba que Sergio García no estaba de broma cuando en rueda de prensa, demostrando su desconocimiento de la historia del club centenario, decía que el Real Murcia no era el favorito en la eliminatoria.