Es el año 2009, quedan siete jornadas para el final de la temporada y el Lucena está en peligro de descenso. Eso le ha costado el puesto al entrenador, y para colmo la rodilla de Alberto Jiménez Monteagudo (Valdeganga, 1974), el pivote del equipo, ha dicho 'basta', tal vez de manera definitiva. Monteagudo sabe que tiene dos opciones: o entrena a sus compañeros e intenta lograr la permanencia o se retira del fútbol. La situación del equipo es crítica, así que el manchego decide echar una mano desde el banquillo. Salva al equipo del descenso y ese día, el de la permanencia, Monteagudo se hace adicto a un trabajo: ser entrenador.

Víctima del fútbol moderno, ese que no tiene memoria, vive del presente, es impaciente y evalúa por el resultadismo, Alberto Monteagudo ha encontrado en Cartagena la mejor oportunidad para reivindicarse en los banquillos: se ganó la continuidad gracias a una racha de 15 jornadas consecutivas sin perder y la próxima temporada, con una plantilla que conoce al dedillo, podrá partir de cero y aspirar al ascenso. Es Alberto Jiménez Monteagudo, un hombre nacido hace 41 años en un pueblo de Albacete, casado y padre de dos niñas.

¿Cómo es Monteagudo?

Soy una persona 100% familiar, vivo por y para el fútbol y por y para mi familia. La familia es la base de mi estabilidad, y por eso hago todo lo posible para que los míos vivan bien y sean felices. Me centro mucho en mi trabajo, a veces hasta me cabreo por algo, pero son mis hijas quienes me cambian la cara. Creo que sé separar muy bien la familia del fútbol, de lo contrario tendría muchos problemas por los sinsabores que da el trabajo.

¿Cómo es un día normal en su vida?

Un día normal empieza llevando a las niñas al colegio. Luego entrenamos, hago una valoración del día y dedico parte de la tarde a estudiar al rival. En lo que queda de tarde me gusta dar un paseo por Cartagena con mi mujer, tomar un café o llevar a mis hijas al parque. Yo necesito desconectar al menos dos horas para estar con mi familia.

¿Cuál ha sido el mejor y el peor día de su vida?

El peor día de mi vida, sin lugar a dudas, fue la muerte de mi padre hace muy poco, el verano pasado. Y el mejor el nacimiento de mis dos hijas. Ser padre es algo que te cuentan, pero no es lo mismo que vivirlo. A fin de cuentas es dar algo sin esperar nada: en el fútbol das ánimo a los jugadores, das cercanía y a cambio esperas que den rendimiento. Pero a los hijos se lo das todo sin esperar nada de ellos. Es algo muy grande.

¿Qué hace en su tiempo libre?

El cine nos gusta mucho, siempre vemos alguna película en casa. En cuanto a la lectura, leo mucho menos de lo que debería. Me parece que tengo cuatro libros a medias, todos de fútbol. Inteligencia emocional, de Daniel Goleman, lo empecé hace tiempo y lo dejé; el último de Guardiola, el de Martí Perarnau, Herr Pep, que lo tengo a medias y llevo seis meses sin leerlo. Soy un desastre [Risas].

Lo que sí estoy es mucho tiempo conectado a internet, donde consulto diferentes modelos de entrenamiento o veo las ruedas de prensa de los entrenadores, españoles y extranjeros. Así aprendo, descubro cosas que no conozco. Luego hay una cosa que me relaja mucho y te parecerá una tontería, pero es tomar café con mi mujer y mis hijas a media tarde, en cualquier lugar. Es un momento de mucha tranquilidad que me apetece hacer cada día.

¿Recuerda la bronca más grande que se llevó como jugador?

Una de las broncas más grandes que me he llevado fue muy gorda, con Joaquín Caparrós en el Recreativo. Me expulsaron equivocadamente, no era expulsión, y Caparrós se pensaba que le había dado con la mano. No fue así. Me echó una bronca tremenda hasta que al día siguiente vio la repetición por televisión y me pidió disculpas.

Otra que recuerdo fue jugando con el Xerez en el campo del Éibar, que me estaban diciendo los centrales que reculara metros y yo no les hacía caso, me iba a presionar al pivote de ellos. Lo estaba haciendo al revés, estaba convencido de lo que hacía pese a que el entrenador me pedía que no presionara la salida de balón del rival. Al final fue una bronca que no llegó a más, no pasó nada.

¿Y siendo entrenador, qué broncas recuerda?

Más que broncas es activar a la gente en el descanso, si está atontada. Es verdad que no me gusta generalizar, por eso doy nombres propios. Hay una en Lucena, cuando empecé, que nos jugábamos el descenso y tuve que echar la bronca a cuatro o cinco.

¿Se nace con la vena de entrenador o eso se aprende?

Pues no lo sé. Yo nunca quise ser entrenador. Mi padre siempre me decía que me sacara los carnés. Yo me veía más como directivo o coordinador de un equipo de fútbol, pero entrenador no, no porque un entrenador vive muchísimos problemas diarios. Al final me lo saqué de casualidad. Hubo gente que ahora es importante en el mundo del fútbol que me animó, como Lorenzo Buenaventura, el segundo de Guardiola. Cuando era jugador me dijo: «Tú tienes madera de entrenador, yo veo que puedes ser un gran entrenador», y yo le respondía que no, que no me gustaba nada. Hace poco le escribí un e-mail: «Llevabas razón, Lorenzo, soy entrenador».

Por unas casualidades de la vida yo me lesioné la rodilla a falta de siete jornadas, echaron al entrenador y me puse a dirigir a mis compañeros del Lucena. Ahí me enganché, no hubo marcha atrás. Las circunstancias con mi rodilla no me iban a permitir volver a jugar al fútbol y aquello me dio una posibilidad de seguir. Salió bien, nos salvamos y ese gusanillo de estar en un banquillo, de observar y aprender, no se me va, me motiva mucho y me tiene 24 horas pendiente del fútbol.

Su última experiencia fue en La Roda. ¿Cuánto tiempo estuvo sin trabajo?

22 meses, sin contar la experiencia de la AFE en 2014. Fue una sensación muy mala porque ninguno de los dos equipos de los que me echaron, Cádiz y La Roda, mejoraron tras mi marcha. Empeoraron: uno descendió y otro, el Cádiz, donde me echaron en la jornada 12 a cinco puntos del ascenso, terminó salvándose en la última jornada en Sanlúcar de Barrameda.

¿Cómo se lleva eso de estar tanto tiempo sin trabajar?

Es muy jodido, pasan los días y no te llama nadie; siempre estás en alguna quiniela, nunca te toca. Pero en ese tiempo estuve viendo a Emery entrenar, a Bielsa en Bilbao, a Garrido en Villarreal, a Simeone en Madrid. Aquello sirvió para aprender diferentes maneras de trabajar con el grupo. Con eso creces e intentas prepararte, pero la verdad es que se hizo muy largo. Al final hasta te planteas que no sirve de nada, que o tienes un tío que te coloque en un sitio o nada. Un delantero que marca 20 goles le garantiza tener muchas novias; un entrenador que hace un buen año en Segunda, por ejemplo, no te garantiza una continuidad y a lo mejor hasta te quedas sin equipo.

Todo ese tiempo le ha servido para llegar al Cartagena mucho más motivado.

Me he vuelto más exigente en el corto plazo. Yo no miro más allá. Ahora hablan de que el Cartagena tiene que hacer un buen año y tal, de acuerdo, pero eso se empieza a hacer el domingo, en el primer partido de liga. Eso es lo que nos ha llevado a nosotros a estar quince jornadas sin perder.

Además de sus conocimientos futbolísticos, ¿un entrenador también debe estar preparado psicológicamente para afrontar estas situaciones?

Exacto. En el Cartagena solo hemos sufrido una, pero a mí las derrotas me afectan solo esa misma tarde. Al día siguiente tengo el chip cambiado, yo no les puedo transmitir a los futbolistas que estoy jodido. Psicológicamente influye mucho el comportamiento de un entrenador hacia sus jugadores, está claro. Yo soy natural: ayudo y comprendo al jugador antes que machacarlo.

En sus comparecencias no tira de muletillas, de esas frases tan manidas. Habla de fútbol y profundiza en la táctica cuando es necesario.

Fui siempre así. Soy natural, no me gusta mentir ni vender humo. Me gusta ser práctico y hacer las cosas con convicción. Luego tuve a muchísimos entrenadores en mi carrera y de todos aprendí algo: la intensidad, la táctica, la cercanía, el respeto. Todo eso lo he mezclado para tratar de hacerlo a mi manera. Que sea cercano no significa que no te vaya a dejar en la grada, ojo.

¿Aprendió de David Vidal?

Yo tuve un problema con él cuando estuve en el Real Murcia: me dejó fuera de la convocatoria durante 18 partidos. Él tiene una manera de llevar el día a día que es muy diferente a la mía. A mí me gusta que a los chicos del filial los respeten como al profesional más grande que tenga el equipo. No tienen por qué ser menos que otro. Y David Vidal es al revés, le gusta machacarlos delante del grupo y no lo comparto. Igualmente, él ha entrenado a muchísimos equipos y le tengo el máximo respeto.

¿Qué le parece que el fútbol sufra Alzheimer, que no tenga memoria, y el entrenador siempre esté en el punto de mira?

Es difícil cambiar eso, por eso tengo envidia del fútbol inglés y su paciencia. Si estamos en un proyecto no es justo que en la jornada cinco se cuestione al entrenador. Los proyectos importantes se hacen a base de paciencia y buen trabajo, pero es evidente que eso en España es imposible. A mí no me entra en la cabeza que tú confíes en el entrenador y en la jornada cinco ya te estés planteando que a lo mejor hay que echarlo. Si crees, crees. Otra cosa es que en la jornada 25 estés en mitad de tabla cuando tu objetivo era estar arriba.

Imaginemos que el Cartagena no gana los cinco primeros partidos de liga. ¿Sería injusta su destitución?

Es precipitado. A mí me gusta poner un ejemplo muy esclarecedor: ¿por qué el Cádiz no sube, si es el equipo más poderoso de Segunda B? Primero porque indudablemente hay que hacer las cosas muy bien; segundo, porque no hace un proyecto claro: hay que mantener una base, reforzar con tres o cuatro jugadores. Si haces eso puedes durar en Segunda B tres o cuatro años, no más. El problema es que cambia de entrenador y ficha a quince jugadores todas las temporadas. Así es casi imposible.

P. ¿Qué tres principios son indispensables en su idea de fútbol?

R. Lo que es innegociable es el esfuerzo, la actitud, las ganas. Yo puedo recriminarle a Rivero que la pelota que pierde contra el San Roque no le iba a dar ningún beneficio. ¿Qué beneficio tiene sacar la pelota desde ahí? El riesgo es más grande que el beneficio. Esa jugada me enfada, pero mucho más si los jugadores no aprietan. Si un equipo aprieta y tiene actitud es un grandísimo equipo. Eso es clave, al igual que el respeto por el compañero. Me gustan los jugadores que no juegan habitualmente y te miran a la cara y salen enchufados. Hay pocos jugadores así.

¿Qué va a hacer en vacaciones?

Seguir en contacto con los máximos responsables para terminar de confeccionar el equipo. Luego iré a mi pueblo, a Valdeganga, hasta que las niñas terminen el colegio. Llevamos 20 años yendo a Santa Pola a veranear, pero ahora sin mi padre no sé si iremos o no.