Un amigo mío se empeña en hablar del fútbol como algo simple. Su máxima, defiende, apenas tiene historia. «Gana el que quiere ganar y pierde el equipo que sale a especular», insiste. Más sencillo imposible. Pero, como todo en la vida, siempre hay una excepción que da validez a la norma. Y el UCAM Murcia se ha convertido en una de esas excepciones, como el Real Murcia lo ha sido en otras temporadas con entrenadores cuyos nombres mejor no recordar.

Ayer en Nueva Condomina, en un duelo directo que ganaba atractivo por la lucha por el primer puesto, no venció el que quiso ganar, ni perdió el que salió a especular. Para desgracia de mi amigo, la sonrisa no fue para el que lo mereció, tampoco el castigo llegó para el que se lo buscó. Porque durante noventa minutos, como en esa canción que nos hace creer que por el mar corren las liebres y por el monte, las sardinas, todo se dio la vuelta.

No fue el Real Murcia de José Manuel Aira el que salió a jugar con un empate que le permitía mantener distancias en la clasificación. Tampoco fue el UCAM el que se lanzó desde el minuto uno a por la victoria, pese a que lo único que valía a los universitarios eran los tres puntos. Pero, a la hora del reparto de trofeos, nada de eso sería definitivo, y José María Salmerón, o mejor dicho, su libreta, era la que mejor lo sabía. Así lo demostró un planteamiento que no se sorprendan si, teniendo en cuenta el gran éxito de los manuales de autoayuda en estos años de crisis, acaba convertiéndose en un ´best seller´.

Tan simple como el juego de su equipo podría ser el título de su libro. ´¿Cómo ser el rey del mambo sin saber bailar?´. Y es que, hasta el momento, ningún equipo se había llevado tanto de Nueva Condomina con tan poco. Porque el UCAM Murcia, que aprovechó su única ocasión de gol (100% de efectividad), no solo se dio una alegría a costa del vecino, sino que sumó tres puntos que le cargan de moral para afrontar el esprint final de la liga regular y que, encima, le permiten susurrar al oído de los murcianistas, cuyo colchón de cuatro puntos se queda en una simple colchoneta ´made in china´ de apenas un centímetro de grosor.

Y eso que, ni el más brujo de los presentes apostaba por una derrota grana viendo los primeros 45 minutos. Después de unos instantes de miradas de reojo, en las que unos y otros colocaban las fichas sobre el terreno de juego, el Real Murcia se decidió a tomar el mando.

Demostrando que no se conformaba con el empate, los de Aira, guiados por un Chavero que se paseaba por el centro del campo como por su propia casa y con un Sergio García que, a la vez que ayudaba a contener, intentaba probar una y otra vez la seguridad de la defensa universitaria con sus centros, acortaron tanto el campo que el juego apenas salía de la zona universitaria. José Ruiz, la pieza que se quedaba guardando las espaldas murcianistas, y Fernando disfrutaban de una tarde de lo más tranquila. Si no sacaron el bote de bronceador fue para no crispar al rival.

Pero como la perfección no existe, lo que el Real Murcia ganó de control lo perdió en remate. Y ahí, la vuelta a las andadas de Carlos Álvarez, más cómodo de asistente que de rematador, volvió a pesar demasiado. Y eso que el primero en fallar fue Chavero. El catalán, motivado como el que más, solo había que seguir sus bailes frente a Checa y César Remón, no se sorprendió cuando el ´9´ le guiñaba un ojo desde el extremo izquierdo. El asturiano le ponía un balón perfecto y el centrocampista, con alma de goleador, entró en el área como un toro cuando sale de chiqueros. A su cabezazo, con todo en ventaja ante una defensa que aún se preguntaba de dónde había salido su ex compañero, solo le faltó ver puerta.

Sergio García, José Ruiz y Carlos Álvarez, que no llegó a un balón dibujado con escuadra y cartabón por Fran Moreno, continuaban empequeñeciendo a un UCAM que no daba imagen de ser el segundo clasificado, el equipo llamado a apartar del liderato a los murcianistas.

Con la bandera grana plantada en el centro del campo por Armando, César Remón y Checa eran incapaces de respirar, mientras que Iván Aguilar, después de una acción en los primeros minutos, se fue diluyendo ante la superioridad de la defensa murcianista, con un Tomás Ruso en un gran estado de forma para ganar todos los balones colgados.

La imagen gris del UCAM se encargó de colorearla Biel Ribas. El meta universitario, que estaba viendo más circulación por su área de la deseada, permitió a su equipo marcharse al descanso con más vidas de las que merecía. Y es que el exportero del Numancia se estiraba al máximo para sacar un remate mordido de un Carlos Álvarez, que, después de su subidón frente al San Roque, ya acumula ocho jornadas sin marcar.

Estaba siendo tan fácil la batalla -si es que se puede utilizar ese término para una pelea con un solo combatiente- que el único miedo -de Aira, como confirmó él mismo en rueda de prensa, y de aquellos que nos empeñamos en desconfiar de todo y de todos- era que el Real Murcia se acabase relajando, que se creyese que solo con la inercia era suficiente.

Y es que nada puede ser más perjudicial para la competitividad que ver cómo el rival que quiere quitarte el primer puesto, con empate a cero en el marcador -no es por ser pesada-, se dedica a robar unos segundos al reloj cada vez que se paraba el juego -en caso de duda, ver la tranquilidad con la que Nono II e Iván Aguilar abandonaban el terreno de juego antes del gol-.

La vuelta de vestuarios no cambió mucho las cosas. El Murcia siguió dominando y buscando la puerta de Biel Ribas, pero las imprecisiones cada vez se hacían más evidentes. Germán se resbalaba después de un pase de Armando que le dejaba en una situación más que privilegiada, y unos minutos después, el tinerfeño, que está pagando los esfuerzos de la temporada, picaba el esférico de forma tan magistral que la magia ya no le acompañó en la definición. La puntería de Carlos Álvarez tampoco mejoraba en el 66.

Iván Aguilar (minutos 58 y 61) era el único recurso que tenía el UCAM para acercarse a un Fernando que más que un partido de alta tensión vivía una jornada playera. De hecho, uno de los primeros balones que tuvo a atajar fue en un disparo de César Remón (68´). Góngora, el otro recurso ofensivo de Salmerón, andaba más pendiente de frenar los intentos del Murcia de colarse por la izquierda que de perforar el otro área.

Pero el de Fuengirola, quien se ha convertido en el enemigo público número uno de la afición murcianista, solo necesitó una oportunidad para hacer mucho daño. Como si de una mamba negra se tratase, ese reptil que tan bien define Tarantino en una de las partes de Kill Bill, el UCAM mató el partido en el primer bocado que dio. Sin oposición, Góngora servía desde la izquierda un centro que Pallarés aprovechó para señalar a Tomás Ruso y Jaume Sobregrau en el único despiste defensivo de los murcianistas.

El tanto ponía emoción a la tarde. Y al líder todavía le quedaban trece minutos para sacar a la luz sus grandes virtudes ofensivas. Pero, pocos contaban, con que Salmerón estaba en el banquillo universitario. Con instrucciones claras y siguiendo el ´ejemplo´ que ya practicó el Sevilla Atlético hace cuatro jornadas, los universitarios fueron empujando las agujas del reloj con continuas trampas que el árbitro siempre permitió.

Cuando ya aparecía el minuto 90 en el marcador, Isi disfrutó de la última ocasión para poner tablas en el marcador, pero ahí estaba de nuevo un Biel Ribas que, junto a Pallarés, se convirtió en el héroe de un equipo cuyo entrenador bien podría protagonizar la historia del milagro de los panes y los peces, porque nunca con tan poco se consiguió tanto.