­Hasta ahora no eran más que simples sospechas, rumores de que el dopaje farmacológico había dado paso en el ciclismo al dopaje tecnológico o, como lo denomina la propia Unión Ciclista Internacional (UCI), al dopaje mecánico. Pero de las sospechas se ha pasado a los hechos. Ocurrió el pasado 31 de enero en el transcurso de la prueba sub-23 femenina del Mundial de ciclocross que se disputaba en la localidad belga de Zolder.

La corredora local Femke van den Driessche, de sólo 19 años y una de las favoritas al podio, se dirige a su box antes de finalizar la prueba llevando la bicicleta de la mano al parecer por un problema mecánico. A simple vista todo parece normal, pero el plato no gira. Los comisarios deciden investigar qué le ocurre a la bicicleta (los controles se han multiplicado en los últimos tiempos) y descubren gracias a una tablet dotada de un detector de calor y ondas electromagnéticas, su última y moderna arma de detección, un pequeño motor dentro del cuadro que proporciona, dicen, entre 100 y 150 vatios extras durante unos minutos. Suficientes para marcar la diferencia. Pero el engranaje falló y quedó bloqueado.

«Podemos afirmar que se trata del primer incidente de dopaje mecánico del que tenemos constancia», comentaba entonces Peter van den Abeele, responsable de ciclocross de la UCI. Femke van den Driessche, mientras, llora ante las cámaras. «Alguien me ha cambiado la bicicleta», argumenta la deportista en su defensa€

Por culpa del dopaje químico el ciclismo es un deporte tremendamente abierto a la sospecha. Por eso cuando el suizo Fabian Cancellara superó al belga Tom Boonen como un tiro en la crono del Tour de Flande de 2010 se dispararon los rumores. ¿Iba como una moto o iba en moto? Luego fue su exhibición en el pavés de la París-Rubaix, o el demoleador ataque del británico Chris Froome en el Mont Ventoux ante Alberto Contador sin despegar el culo del sillín en el Tour de 2013, o la caída del canadiense Ryder Hesjedal en la Vuelta a España de 2014, cuando la rueda trasera de su bicicleta no dejaba de girar como dotada de vida propia.

Pero tras las sospechas sólo había hasta ahora€ sospechas. La UCI incrementó los controles (sirva de mero ejemplo la imagen de los comisarios analizando la bicicleta del asturiano Samuel Sánchez en la pasada Vuelta a España) pero hasta la ´caza´ de Van den Driessche en Zolder nunca había aparecido la trampa.

La duda sobre el uso del motor divide al pelotón. «Sé que existen. Parece incríble que alguien haga este tipo de trampas pero yo sé que es real», asegura el estadounidense Greg Lemon, triple ganador del Tour (1986, 89 y 90) y doble campeón Mundial (1983 y 89). «Existen desde hace tiempo. Llevamos cinco años con esta sospecha. Ahora ha sido la primera vez que lo han encontrado pero estoy seguro de que ha ocurrido en el pasado», sostiene el británico Sir Bradley Wiggins, ganador del Tour en 2012, campeón del mundo contrarreloj en 2014, triple campeón olímpico en Atenas, Pekín y Londres, y vigente recordman de la hora.

«La ayuda de un motor sería para momento muy puntuales y no compensaría por el peso extra que supondría en la bicicleta. Que alguien lo haga lo llego a entender, pero que lo utilicen las grandes figuras me niego a creerlo», mantiene el excorredor Eduardo Chozas, comentarista de Eurosport.

Pero a nadie extraña ya ver a los corredores cambiar de bicicleta al iniciarse un puerto al final de una etapa, o incluso durante una contrarreloj cuando la carretera se empina. En esos cambios podría esconderse la trampa.

Dos diarios deportivos del prestigio del francés L´Equipe y el italiano La Gazzetta dello Sport se han hecho eco del trabajo del ingeniero húngaro Istvan Varjas, considerado el ´padre´ de los motores eléctricos para las bicicletas. Según Istvan, que asegura no haber vendido nunca uno de sus motores a un integrante del pelotón profesional, este tipo de motores se usan desde 1998 y han ido evolucionando de forma importante hasta nuestros días. Son completamente silenciosos y no hay resto de ellos fuera de la bici, pudiendo ir colocado en la barra vertical en la que descansa el sillín, o bien en los bujes de las ruedas.

Algunos de esos motores tienen un diseño cilíndrico -pueden tener las baterías de litio incluidas-, y se meten por el mismo lugar que entra el sillín. La fuerza se transmitiría al eje de pedalier mediante una punta helicoidal. Un ejemplo en el mercado es el de la marca austríaca Vivax, que vende un motor de 200 vatios por alrededor de 2.700 euros.

El motor no mide más de 22 centímetros de largo, y tiene un diámetro de 31,6 milímetros. Si nos vamos al peso que añade a la bici, son unos 750 gramos, más las baterías, que añaden un peso diferente según la versión elegida: 900 gramos por 60 minutos de asistencias, o 1,3 kilos por 90 minutos.

«Lo que hemos descubierto es un señal clara. A menudo hemos bromeado hablando de este dopaje mecánico, pero ahora sabemos que los corredores utilizan estos métodos y dónde los utilizan», señaló el presidente de la UCI, el inglés Brian Cookson.

El más crítico con el dopaje mecánico es el belga Eddy Merckx. «Los tienen que suspender de por vida. Es lo peor que se puede hacer. Para mí es más grave que el dopaje tradicional. Les proporciona 50 vatios más, o incluso 100, depende. Eso no tiene nada que ver con el ciclismo, es motociclismo. Deberían irse con Valentino Rossi», comentó el ´Canibal´; quíntuple ganador del Giro y el Tour, triple del Mundial en ruta y en una ocasión de la Vuelta.