Su despertador suena a las 7.45 horas y en la rutina diaria su primera tarea es llevar a su hijo al colegio. «Tiene una edad en la que va mucho a su bola, pero es el único momento del día en el que puedo charlar con él», cuenta Katsikaris, entrenador, pero por encima de todo padre de familia. Su mujer y su hijo -su hija mayor estudia en una universidad de Holanda- le acompañan en esta aventura en Murcia. De hecho, casi siempre han estado con él. Solo hizo una excepción, Salónica. «Y lo pasé fatal. Me fui a entrenar al Aris y mi mujer se quedó en Valencia. Solo fueron 100 días, ni uno más ni uno menos. Pero le dije al presidente que no podía ayudarles más. Cogí y me fui», reconoce el técnico nacido y criado en Korydallos, un barrio de clase obrera, junto al puerto del Pireo -«allí es todo rojo, son todos del Olympiakos»-, y que cuenta con la cárcel más grande de Grecia. «La clínica en la que yo nací está a 500 metros de esa cárcel».

Su profesionalidad y su temperamento forman parte de su ADN. Entrenamientos al margen, al día dedica alrededor de cinco o seis horas para seguir trabajando. El objetivo es controlar los máximos detalles de cada partido, de cada sesión de trabajo. Que no se escape nada. Sobre todo lo hace por las noches. «Me gusta trabajar con tranquilidad y ese es un buen momento». ¿Es obsesivo? «Eso dicen los que me conocen, los que han trabajado conmigo. Y la verdad es que soy muy exigente», admite de manera honesta mientras apura su cigarrillo después de haber dado cuenta previamente de un café cortado. Y se explica: «Soy exigente conmigo mismo y por eso también lo soy con todo el que trabaja conmigo. Pero soy exigente porque quiero que todo salga bien, no por capricho».

Pero de baloncesto no vive solo Fotis Katsikaris. Amante de todas las artes, le gusta empaparse de la cultura de cada ciudad. Y en Murcia ha encontrado un tesoro todavía por explotar. «Tengo un equilibrio, no puedo definirme solo como un entrenador de baloncesto. Me gusta la moda, ir al museo, al teatro, al cine, a actos sociales... y por supuesto me gusta conocer los puntos de interés de cada ciudad». Entre sus grandes pasiones está la comida. Después de varios años viviendo en una de las ciudades gastronómicas por excelencias del país, en Bilbao, tenía dudas sobre la 'calidad' de Murcia en ese aspecto. «Pero la verdad es que he quedado muy sorprendido. Se come muy bien aquí. Además, tengo un amigo que realiza guías gastronómicas y cuando vine para acá, me comentó: 'No te quería decir nada, pero Murcia es, después del País Vasco, el mejor sitio para comer'», cuenta entre risas.

Como buen licenciado en Económicas, aprecia los números. Pero no los de su profesión. «No soy muy amante de las estadísticas en baloncesto. Prefiero los números de la vida real, los del día a día, con los que vivo». Se considera una persona optimista -«me gusta ver las cosas en positivo y no me gusta para nada llorar ni las excusas»- y desvela que sus mejores decisiones llegan en momentos máximos de tensión. «Cuando me pongo muy nervioso, y solo mi mujer sabe cuando lo estoy, es cuando mejor funciono durante un partido. Si estoy relajado o conformado, entre comillas, las cosas me suelen salir mal».

Aún no olvida su eliminación del último Eurobasket a costa de la España de Pau Gasol. ¿El mejor jugador al que se ha enfrentado? «¡Bufff! (resopla). Sí, sin duda. Fue una pesadilla. Es un jugador único. Cuando se retire y echemos la vista atrás, lo veremos como uno de los grandes de Europa de toda la historia».

Su sueño, su meta, es la NBA. La mejor liga del mundo. «Tuve la oportunidad de estar el verano pasado -como técnico asistente de los Indiana Pacers en la Summer League- y pude ver cómo entrenan, cómo trabajan, su día a día. Y creo que a veces nos equivocamos en la visión que tenemos de los norteamericanos. Nos pensamos que sabemos más que ellos. El juego es distinto, diferente, sí. Aquí, en Europa, puedes hacer una gran carrera, entrenar a grandes equipos, conocer otras ciudades, países, otras culturas. Pero aquello es lo máximo a lo que puede aspirar un entrenador. Yo creo, espero y deseo poder cumplir algún día ese sueño», concluye.