ElPozo volvió a conocer la derrota ante Inter en el Palacio tras caer con justicia por 2-3 en un encuentro en el que se dejó remontar tras ir ganando al descanso con dos tantos de ventaja.

Si alguien tiró el guión del último encuentro entre ambas escuadras, ese que coronó a los madrileños como campeones de liga en tierras murcianas, bien podría haberlo recuperado para relatar lo acontecido en el encuentro de ayer. Porque ElPozo saltó a la pista como un coloso, jugando de tú a tú a Inter y ganándole la partida imponiendo su juego. Incluso se marchó a vestuarios con dos tantos de ventaja, tal y como sucediese en el último choque del pasado curso. Sin embargo, y al igual que ocurrió en aquel partido, se vino abajo en el segundo tiempo.

Salió sin intensidad y adormecido, quizás fruto de esa desconexión que tanto preocupa a un Duda que ya había avisado del peligro de los segundos actos o quizás fruto del despertar de Inter. Lo cierto es que, una vez Ricardinho pisó dos veces la pelota e hizo dos quiebros, los jugadores se empequeñecieron y el castillo de buen juego edificado en el primer acto se desmoronó, permitiendo que el conjunto de Jesús Velasco remontase para marcharse a Madrid con tres puntos en el equipaje. ElPozo tuvo dos caras, y mostró la peor cuando todo se decidía.

Hubiese sido complicado imaginar tal final atendiendo a lo que depararon los primeros veinte minutos. Rugió el Palacio deleitándose con el despliegue de unos locales que arrancaron el choque con ganas de agradar, con intensidad, con electricidad en las piernas y verticalidad en su juego. Inter lo intentaba, pero se veía sometido ante un rival que se hizo gigante. Y, empujado por una afición que hizo de los aplausos y los cánticos el trueno que precede a la tormenta, ElPozo se gustó ante su bestia negra.

Llegó con mucho peligro y, en treinta segundos, hizo dos tantos. Primero Álex y después Lima llevaron la alegría a la grada haciendo que la escuadra murciana diese un golpe sobre la mesa, indicando que esta vez iban a cambiar los roles que se habían adquirido en los últimos encuentros celebrados en la capital del Segura. Incluso pudo haber un tercer tanto, pero el primer tiempo murió, para alivio de Inter, con dos goles de ventaja para los de Duda.

Dos tiempos, dos caras

Al igual que le ocurre a los murcianos, Inter sufre si no tiene la pelota. Ambos son equipos diseñados para jugar albergando la posesión, para respirar atacando. Su filosofía orbita alrededor del esférico. Si se lo quitas, se desorientan. Y con la lección aprendida y sabiendo que ElPozo a veces adolece de una falta de concentración preocupante, los madrileños comenzaron el segundo acto volcados sobre la meta contraria.

No hicieron falta muchos avisos para reducir la ventaja ante un conjunto local que no fue ni la sombra del equipo que había saltado a la pista al principio del choque. Con el gol visitante, la situación pasó a ser diametralmente opuesta a la vivida en el primer tiempo. Ricardinho se paseó por el parqué dejando atrás a todo aquel que se le puso delante y, viendo que el astro portugués hacía lo que quería, sus compañeros dieron un paso al frente y los jugadores de ElPozo recularon.

Habida cuenta de que Inter es un equipo al que le gotea el colmillo cuando atisba debilidad en el contrario, y viendo lo poco que le había costado hacer el gol, los de Velasco intensificaron su ataque e hicieron el empate. Fue un jarro de agua fría que se llevó la ilusión de unos aficionados antes exultantes. Porque la viejas heridas de la última batalla volvieron a doler, y el temor de que el final fuera el mismo se hizo hueco en el imaginario colectivo de los que presenciaron en choque.

Sin embargo, el luminoso rezaba en empate, y la victoria no quedaba lejos. Pero, para hacer más cruel el desenlace de la historia, el gol que suponía la remontada de Inter y la derrota de ElPozo llegó casi al final. Miguelín perdió el balón ante Daniel siendo el último jugador, y el visitante no desperdició el regalo y batió a Fabio, dejando mudo al Palacio.

Al final, ElPozo repitió la historia. Esa tan dolorosa en la que termina hincando la rodilla ante un rival al que tuvo a su merced.