Cuando Jesús Samper aterrizó en el Real Murcia la situación era análoga a la actual, con una deuda incontrolable y sin recursos propios para sobrevivir. El madrileño puso unos 300 millones de pesetas para evitar la entonces inevitable desaparición, para después iniciar un periodo con muchos dientes de sierra que ha acabado con el club en la conocida encrucijada económica y deportiva. Diecisiete años después, el empresario Antonio Perea llega dispuesto a comprar la entidad y reflotar sus cuentas, en el mismo papel que desempeñó Samper en su día. Con la diferencia de que no viene sólo en representación propia, sino de un desconocido grupo inversor asiático dispuesto a poner muchos millones. Un grupo que pone su fe en un club de Segunda B, con un pasivo de 50 millones de euros y con la paciencia suficiente para subir a Segunda cuando toque, después a Primera y alcanzar incluso la Champions. ¿Les suena el cuento? Ha adoptado el viejo discurso de consolidar la entidad en lo más alto y hacerlo un aspirante a Europa, ahí es nada, pero con argumentos que se asocian más a un pensamiento desiderativo que a una probabilidad. Sólo le falta decir que su modelo ideal es el del Villarreal.

El Murcia está en un callejón sin salida. Cualquiera de los acreedores podría pedir la liquidación en cualquier momento. Mientras no pague, está a expensas de la generosidad, o del aguante, o del motivo que les lleve a los demandantes a esperar, pero no hay una fecha tope en su periclitada situación. No sabemos cuánto puede aguantar en su estado vegetativo. A diferencia de hace dos décadas, puede elegir la mejor oferta y desechar la que no convenga aunque sólo haya una. En esos términos, la negociación parece haber entrado en su fase definitiva.

Tercer y último asalto del empresario archenero para hacerse con las acciones, según ha anunciado en la tournée que ha realizado esta semana por algunos Medios Regionales. Perea ha salido de su ostracismo para contrarrestar las críticas del dueño del club con los mismos argumentos de desconfianza. Los dos intentos anteriores han fallado por acusaciones mutuas de incumplimientos. Samper quiere dinero en efectivo para saber que va en serio, que no es un especulador, mientras que Perea asegura estar dispuesto a darlo cuando el trato se formalice, no a cuenta. Lo inquietante es la penumbra que envuelve a los supuestos empresarios de Singapur. Quiénes son, cuánto dinero y cuánto tiempo están dispuestos a invertir. Y, sobre todo, a cambio de qué. Resulta muy extraño que un grupo de capital extranjero desembarque en una empresa ruinosa, por amor al arte, dispuesta a poner dinero de manera indefinida hasta alcanzar los objetivos deportivos. Es loable que un murciano haga todo esto por amor a su club, pero me cuesta entender la motivación que ha podido en sus socios. Por amor se hacen grandes locuras. No es el primero que se lo juega todo y lo pierde (pregunten a Carlos Marsá), pero de eso a contagiar un cuento de la lechera cuando parecen tener dinero suficiente para abordar un Segunda, o incluso un Primera, es llamativo. En Álava, Santander o Málaga saben a qué me refiero. En el extremo opuesto está el Valencia, donde su propietario acaba de poner otros cien millones para cerrar la crisis. Hay muchos puntos negros, pese a la imagen de ejemplaridad que se pretende transmitir.

Mientras los aficionados están expectantes, al tiempo que huidizos. Muchos han desertado, pero hay cinco mil valientes que no se ´desapuntan´, como diría Sanchís, en espera de tiempos mejores. Soportando con estoicismo la Segunda B. A muchos de ellos no les importa de donde venga el dinero si sirve para recuperar la entidad. No pierden la esperanza de ver pronto a su equipo entre equipos profesionales, a salvo de tarascadas y vendettas en los despachos. Pero están indefensos. La deuda es tan monstruosa que sólo una gran inversión puede afrontar un proyecto deportivo ilusionante, con varios jugadores con experiencia en Primera y Segunda al frente. Como siempre ha tenido un club de la categoría del Murcia, por mucho que algunos quieran enterrarlo en su categoría actual. El papel del archenero y los de Singapur lo averiguaremos pronto, según prospere o no el órdago definitivo al trono de Samper. El que pretende ocupar por el mismo camino que lo alcanzó el madrileño.