La ética se ilustra y honra a quien la practica, además de mejorar al conjunto del ser humano, y la estética se luce otorgando dignidad plástica a la sociedad y belleza al mundo. Las dos vienen en parte con los genes o la naturaleza, y corren caminos paralelos dentro de sus diferencias a pesar también de sus similitudes. En el fútbol no podía ser diferente.

Lo hemos visto en el Real Madrid, con el disparatado tema de su portería, sobre todo; en el Barça con el tema Neymar y con su instrumentalización como ariete político; y en la selección con su juego y con lo de Piqué.

Lo de Casillas fue un sainete desafortunado por lo que tuvo de antiético y antiestético. Nació con Mourinho y creció con los forofos del luso ´metetodo´, y la anuencia del señor Pérez y sus lacayos en los medios de comunicación y en el estadio Bernabéu, y ha terminado con el presidente de protagonista y la complicidad del cancerbero, desbordado por la situación. Y como lo que no se cura continúa sangrando, ha tenido una especie de reencarnación con De Gea y Navas.

¿Pero es culpa de los blancos? Evidentemente no. El asunto hunde sus raíces en la informalidad y el disparate que rodea al fútbol. Un jugador ficha por cinco años con un club, por decir algo, y si no destaca cumplirá su contrato, sí o sí, lo haga mejor o peor. Ahora bien, si por aquellas cosas del destino resulta que pasado un año o los que sean, crece deportivamente hasta superar las expectativas puestas en él, exige una renovación al alza y, si no, se marcha, ´tristezas´ o rebeldías mediante.

A Casillas quería echarlo don Florentino hace ya tiempo -miren sus intentos con Buffón, entre otros, por ejemplo-, igual que desde el año pasado tenía decidido lo de De Gea. El problema surgió cuando el de Móstoles exigió cobrar los dos años que le quedaban de contrato y el Manchester jugó a la contra en el fichaje del ex atlético. Ahí surgió el fenicio Pérez, que no estaba dispuesto a entrar por los aros que le pusieron delante. Y ahí, dentro de que lo de Casillas y los clubes era ético, todos defendiendo sus intereses aun a costa de lo estético, pues era feo por donde lo miraras; lo de De Gea ha sido igual de antiestético como antiético. El todavía portero del Manchester, si en el fútbol funcionara la ética, debería haber aguantado hasta el final de su contrato para pensar en un cambio de aires.

Al final, en el frustrado fichaje, ha ocurrido aquello de que entre todos lo mataron y él solo se murió. El Manchester puso todas las pegas posibles y el Madrid esperó hasta el final para ahorrarse dinero, metiendo al sufrido Navas como baratija de cambio. ¿Culpables?, pues menos el costarricense, todos y ninguno; según se mire.

Lo del Barça es un cúmulo de disparates, lo económico y lo político, bajo el paraguas de sus éxitos deportivos. El fichaje de Neymar fue ejemplo de lo que no se debe hacer contractual ni fiscalmente, igual que la petición de independencia en el Nou Camp o en la simbología ex azulgrana.

Cuando pase el tiempo y la pléyade de magníficos futbolistas surgidos de su cantera, en esencia, los culés volverán a lo que siempre fueron: un equipo con los mejores del mundo fichados con el talonario en detrimento de la única política que debería manejar un club de fútbol, la deportiva, y chupando rueda de sus rivales en España y en Europa. Siempre fue así hasta el milagro de Guardiola y los canteranos de la Masía. Con Rosell y Bartomeu han iniciado ese camino cuesta abajo. Al tiempo.

Han logrado conjugar lo antiético con lo antiestético, aunque los resultados deportivos no dejen ver el panorama.

Y en la selección, encontramos la estética cuando su juego actual se asemeja al que nos hizo campeones de todo, como el otro día contra Eslovaquia, pero somos capaces de ensuciarlo, todos, mezclando churras con merinas. Y en la ética, Piqué, tan buen futbolista y defensor de la selección nacional como ´boqueras irredento´, suscita pitos de los aficionados españoles en recuerdo de algunas declaraciones suyas poco afortunadas. Sin embargo, no se tiene en cuenta cuando dice que Cataluña ha expresado su voluntad treinta y tantas veces en los últimos treinta y tantos años. ¿Tiene varias lecturas? Sí. Y por ello, el beneficio de la duda.