Siempre nos han dicho, sobre todo en esta tierra donde el agua escasea, que una ducha es mejor que una bañera. Y ayer no hizo falta un cuarto de baño para comprobar que en eso de aprovechar el 'oro líquido' los murcianos somos expertos. Mientras que el Barcelona optó por darse un buen baño de espuma durante una hora, patitos y gel con olor a chocolate incluidos; el Real Murcia se conformó con colocar la cabeza bajo el chorro un par de minutos para salir más que reconfortado.

Nada de masajes en el agua ni sales aromáticas, los granas, con el tiempo justo y presionados por la grada, optaron por un acicalado rápido y se encontraron con el viento de cara y la ayuda inestimable de un central llamado Bagnack, al que Julio Velázquez se olvidó, por lo menos en rueda de prensa, de darle las gracias.

Ocurrió en los últimos cinco minutos del encuentro, cuando el Barcelona, que había hecho suyo cada centímetro de césped, que había acariciado el balón como si de una mujer se tratase, se adormiló al sentir el placer de la espuma en la cara y, en el tiempo de abrir y cerrar los ojos, se dio cuenta de que todo estaba perdido, de que el agua se había enfriado y no había toallas limpias para secarse.

El tiritar azulgrana fue notado rápidamente por el Real Murcia. Con toda la artillería sobre el campo, con el único objetivo de presionar al máximo para provocar pérdidas en el rival, los granas se encontraron con el empate en una acción a balón parado. Saúl sacaba un córner y Kike García, que en la primera parte había fallado un gol a puerta vacía, de esos que la única sensación que te queda es la de echar a correr y no parar hasta llegar a Groenlandia, se reconcilió con la afición estableciendo el empate y dejando claro que, pese al poco tiempo que quedaba, todo era posible. Y vaya si lo fue. Lo más curioso es que el mejor jugador del Murcia en ese tiempo final no vestía de grana, sino que su uniforme simulaba la señera catalana. No es por quitar méritos a los locales, que los tuvieron por su impertinencia, su presión, el no desistir nunca, pero sin la colaboración del camerunés Bagnack posiblemente los tres puntos nunca se habrían quedado en Nueva Condomina. Si Velázquez justificó la derrota frente al Hércules en los dos errores de su defensa nada más empezar el partido, esta semana no deberá olvidar mandar un detalle por Navidad al joven central del Barça.

El primer error del camerunés llegó en el minuto 87. Kike García le acosó hasta el punto de hacerle errar el pase. Con el balón en los pies, el conquense solo necesitó un segundo para descartar disparar a puerta y ceder a Malonga, que solo en el centro del área, se estrenaba como goleador grana y mandaba un mensaje al banquillo, con dos delanteros se juega mejor que con uno, sobre todo si el objetivo es la victoria.

Los regalos de Bagnack, o las pifias, defínanlo como prefieran, no se acabaron ahí. Al camerunés solo le faltó vestirse de Papá Noël y repartir juguetes al grito de 'jo, jo, jo'. Una segunda pérdida de balón dentro del área obligó a Samper a frenar como fuese a Kike, y lo hizo haciéndole penalti. Saúl, desde los once metros, no falló y puso un 3-1 engañoso, pero igual de válido para la clasificación.

Se darán cuenta que lo relatado hasta el momento se limita a los últimos quince minutos, concretamente a los correspondientes a la remontada grana, que dejaron a la afición un sabor de boca parecido al del chocolate más dulce. Más amargo al paladar fue todo lo anterior. Los pitos incluso sonaron por primera vez en la temporada en Nueva Condomina.

Pocos entendían que el Real Murcia se limitase a seguir con la mirada el balón mientras que los jóvenes pupilos de Eusebio hacían prácticas de 'tiki taka'. Es lo que al inicio del texto definíamos como baño relajante, de placer, en el que Espinosa (¿qué opinarán los expertos del mundo del fútbol de este chaval?) es la brújula que muestra el Norte, en este caso la puerta contraria. Un sueño podría ser otra de las definiciones, sobre todo si se compara con Eddy y el resto de alternativas que Chuti Molina y Julio Velázquez eligieron el pasado verano, y entre las que no hay ningún amante del esférico.

Fue en esos momentos de toque y más toque, de impotencia murcianista, cuando Dongou encontró un hueco entre Mauro y Dorca -ayer central ante la baja de Truyols-, abrió la nevera, previo caracoleo a Casto, y puso el 0-1 en el marcador y los nervios en las cabezas de una afición que, cada vez que las cosas se ponen en contra, intenta no mirar atrás para no rememorar épocas anteriores.

El Murcia solo espabilaba por segundos, los que el Barcelona le permitía para enviar balones lejanos buscando a Tete, cuya velocidad no fue aprovechada por Kike, y a Wellington Silva, ayer decepcionante en el extremo. Sin embargo eso no tenía comparación con la comodidad de los centrocampistas azulgranas y el peligro de los atacantes, que no ampliaron el marcador gracias a las paradas de Casto.

Pero pocos son los que se acuerdan de los primeros platos cuando el postre, aunque haya sido cocinado por un enemigo, te deja el mejor gusto en el paladar.