El destino es cruel. Cuando un equipo está condenado al descenso no hay marcha atrás, y el Real Murcia ha jugado tanto con fuego a lo largo de toda la temporada que al final, de la forma más atroz, se ha quemado.

La esperanza no sólo se mantuvo hasta el último minuto, sino que se alargó hasta el instante final, el suspiro definitivo. Un penalti en contra en el tiempo añadido, un lanzamiento de Kiko Ratón que bloca Alberto y un balón rebelde que se escurre inexplicablemente de las manos del meta murcianista y que, con más pena que gloria, cruza la línea de gol ante la alegría del Girona, que pasaba del infierno a la tranquilidad de la salvación, y la desgracia del Murcia, que hasta ese momento defendía como un gato panza arriba el 0-1 que le daba la permanencia.

Fue el resultado de un partido que conforme iban conociéndose los marcadores de los rivales directos en la lucha por la salvación se convirtió en un encuentro a vida o muerte, de emociones contrastadas, en el que al Murcia sólo le valía la victoria, mientras que el Girona estaba obligado a puntuar para no perder la categoría. Y el final ya es conocido por todo el mundo.

No ha valido de nada el 'sí se puede' ni la reacción en las últimas tres jornadas, ni el apoyo de la afición ni las tres victorias consecutivas ni el depender de sí mismo, todo, como a lo largo de la temporada con los penaltis fallados o los goles en los últimos minutos, se puso en contra del Murcia, al que le pudo el miedo y la ansiedad en los momentos trascendentales del encuentro.

Y todo pese a que en la primera parte, Capdevila aprovechó un fallo garrafal del local Galán al intentar despejar un balón para marcharse en solitario y batir a Jorquera. Era el minuto 29 y el zaragozano conseguía adelantar a su equipo en el marcador e impulsarlo fuera de la zona de descenso a la que había caído cuatro minutos antes por los resultados que se iban dando en el resto de la jornada.

La tranquilidad completa pareció llegar cuando el Villarreal B empataba al Salamanca y tanto el Murcia como el Girona se veían fuera de la lucha por el descenso, lo que hizo que durante unos minutos firmasen la paz y todo pareciese ir viento en popa. 'Tu no me atacas, yo no te ataco', parecían decirse los futbolistas dentro del terreno de juego.

Pero esa relajación la mantuvo el Murcia cuando el Salamanca volvía a meter al Girona en el descenso. El centro del campo grana no funcianaba, especialmente Bruno, que no encontraba su sitio y perdía balones con una facilidad. Daba la sensación de que los granas no parecían ser conscientes de la situación o tenían tanto miedo que eran incapaces de reaccionar ante un Girona que, como es normal cuando cualquier equipo se juega la vida, se fue arriba, a la desesperada.

La falta de puntería de Kiko Ratón y Peragón, así como el buen hacer de Alberto y la defensa, especialmente Iñaki Bea, mantenían la esperanza de una afición murcianista que no acababa de ver las cosas claras.

Los minutos iban más lentos de lo normal, la prolongación parecía no llegar nunca y, de saber con antelación lo que iba a ocurrir, mejor que no hubiese llegado jamás.

Porque la crueldad, para hacerse más patente, esperó hasta el último suspiro para enviar a Segunda B al Murcia. Un inocente penalti de Albiol, y lo que ya saben ustedes, el lanzamiento de Kiko Ratón, la parada de Alberto y un balón desobediente que sólo confirma el fracaso del proyecto planificado a principios de temporada por Campos y Franco y que debe servir para aprender de los errores pasados y para dar un golpe de aire fresco a la entidad.